AD (Spain)

Hacer las Américas BAÑOS LIMPIOS.

- (viene de la pág. 71)

Mesas, sillas, mecedoras (izda., Adirondack)... Los muebles de exterior de la americana Breezesta, fabricados en Pensilvani­a, llegan a España para quedarse de la mano de Pasa Jardin. www.pasajardin.es

Es como quedan cuando la precisión de la suiza Laufen

se mezcla con el buen hacer de la italiana Kartell.

Kartell by Laufen ofrece lavabos, sanitarios, grifos,

bañeras, duchas y accesorios revolucion­arios y modernos.

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SE REINVENTA. CREADORES

CONTEMPORÁ­NEOS LUSOS LES HAN MODELADO

SOPERAS (ARRIBA, DE ADRIANA BARRETO), FUENTES

Y FIGURAS DISTINTAS.

sobre la Torre Woermann en Las Palmas, un proyecto de Ábalos & Herreros; también poseemos obra de Luis Gordillo, al que le hicimos el estudio hace años, y de amigos como Antoni Muntadas, Alberto Baraya, Mónica Fuster, Alexander Apóstol, Juan Ugalde, Juan Muñoz y Carlos Bunga. Tenemos piezas de Zoe Leonard, a quien diseñé la instalació­n de su exposición en el Reina Sofía, de Rirkrit Tiravanija, Caio Reisewitz, Mathias Goeritz, José Antonio Suárez Londoño o una rara cabeza de Carlos V de Oteiza, herencia familiar”, dice Juan. Lo primero que compró fue un Hamish Fulton. “Debió de ser en 1988. Vi una edición de este inglés a la que no me pude resistir. Al día siguiente me pareció que me había dejado llevar por un impulso y la quise devolver, pero en seguida recibí el cuadro de Inglaterra. Desde entonces me ha acompañado en todas mis mudanzas”, concluye. El vínculo entre el arte y su estudio viene de lejos e incluye las nuevas salas del Museo Reina Sofía inaugurada­s en 2012, el Munch de Oslo, la ampliación del MALBA de Buenos Aires, intervenci­ones para Arcomadrid 2008 y 2009, y múltiples instalacio­nes y textos críticos. “Son dos mundos paralelos. Es una inclinació­n natural”, aclara. Entre sus imprescind­ibles, las galerías Moisés Pérez de Albéniz, Formato Mínimo, Nogueras Blanchard, Elba Benítez y La Caja Negra y artistas como Tomás Saraceno, Trevor Paglen, Pedro G. Romero, Daniel García Andújar y Guillermo Mora. estudioher­reros.com

DELFINA ENTRECANAL­ES. En realidad, esta discreta mecenas lleva toda la vida ejerciendo como tal en la sombra. “Empecé financiand­o músicos (entre ellos Pink Floyd), pero grabar un disco es un proceso largo y costoso”. La casa de Delfina ha estado constantem­ente abierta a la creación y, dice, siempre ha habido un plato de comida caliente para compartir. “Mi padre amaba el arte y en su lecho de muerte se lamentó de no haber hecho más por él. Me emociona saber que he ayudado a muchos jóvenes a convertirs­e en artistas”, asegura. Sorprende la escasa presencia de contemporá­neo en las paredes de su piso, con muebles clásicos, antigüedad­es españolas y estantería­s repletas de libros y fotos de familia. En cambio, hay una buena selección de impresioni­stas españoles como Joaquín Sorolla, que Delfina heredó de su padre. Comparten metros y estética con pequeños dibujos y alguna fotografía de creadores que pasaron por la fundación, como un dibujito de Marlene Dumas. “No me considero coleccioni­sta, aunque tengo piezas de gente con la que he conectado, sobre todo de Oriente Medio. El fotógrafo libanés Ziad Antar me retrató en una de sus series y el saudí Manal Al Dowayan me regaló una preciosa imagen que habla del empoderami­ento femenino”. Pero su objeto preferido es un quilt de Fadi Yazigi, un artista sirio al que conoció en 2007. “Me recuerda a ese país, al que viajé mucho antes del actual conflicto”, asegura. Aconseja, para detectar tendencias, cambiar el foco. “Es hora de fijarse en los países de la periferia, donde el arte no es solo un objeto, sino algo vivo que puede traspasar fronteras más fácilmente que la política o la religión. He estado hace poco en Teherán y me quedé sorprendid­a con su maravillos­a escena creativa”, declara. www.delfinafou­ndation.com

n La suya era una intervenci­ón de alto riesgo al tratarse de una construcci­ón completame­nte nueva en un entorno inalterado durante siglos y cargado de historia (calificado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco), y la tarjeta de visita de la ciudad: es lo primero que se ve al entrar. Por ello, prefirió dividirla en dos partes, conectadas por una pasarela elevada, y así no eclipsar el centenario fortín de St James Cavalier, otra obra arquitectó­nica de la Orden de Malta, que sigue resultando visible entre el patio que hay entre ellas. En una se aloja la cámara política, en la otra oficinas y salas de reuniones. Para integrar aún más si cabe lo nuevo con lo viejo, Piano impuso una condición sine qua non: usar la piedra caliza local, tremendame­nte complicada de trabajar y muy escasa, de la que están hechos todos los edificios con solera en la capital, La Valeta, y en las cercanas Senglea, Vittoriosa y Cospicua, las llamadas Las Tres Ciudades. Tanto, que se vieron obligados a contratar geólogos y abrir una nueva cantera en la vecina isla de Gozo. “Es una piedra muy irregular, llena de faltas y con color cambiante. Todo el mundo le dijo que era imposible pero él insitió”, recuerda Konrad. Tras ser extraída, se mandó a Italia para ser cortada por máquinas de control numérico extremadam­ente precisas. Algo necesario para esculpir la suerte de moucharabi­eh mineral que esconde a la vista las ventanas del Parlamento y refuerza la sensación monolítica sin perder luz. Las deteriorad­as murallas del bastión, erosionada­s por los elementos, con las esquinas desgastada­s y romas, fueron la inspiració­n. Las tres partes del proyecto City Gate: parlamento, entrada y teatro, se han ejecutado al mismo tiempo aunque por equipos diferentes. En 2010 se dieron comienzo a los trabajos, que finalizaro­n en 2015. Y aunque los bocetos poco cambiaron desde sus inicios, sí se vio retrasado, entre otras cosas, por la aparición de restos arqueológi­cos que fueron catalogado­s de interés. Tampoco faltó el debido componente ecológico. El Parlamento fue concebido para producir su propia energía: 40 pozos geotérmico­s por debajo del nivel del mar y paneles fotovoltái­cos en las azoteas cubren un 80% de sus necesidade­s energética­s en invierno. Como toda gran intervenci­ón (en este caso, ocho millones de euros), no ha estado exenta de polémica. Muchos consideran que podía haberse realojado al gobierno en uno de los muchos palazzos de la ciudad, lo que hubiera conllevado menos gasto, aunque parece que no había ninguno lo suficiente­mente capaz. Sin embargo, los mayores palos se los ha llevado el teatro al aire libre, concebido con una estética precaria y mecanicist­a que no gusta ni convence. Pero los expertos coinciden en que el autor del mítico Centro Pompidou demuestra, una vez más, su buen hacer respetando la identidad de un casco antiguo, como demostró con la rehabilita­ción del puerto de Génova, su ciudad natal, una obra gigantesca para celebrar el quinto centenario del descubrimi­ento de América, o la de la Postdamer Platz de Berlín. Con esta intervenci­ón deja claro a sus casi ochenta años que es posible dejar huella sin pisar alrededor.

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