Mundo, cuestionarse disciplinas”.
“Un artista debe el pero no solo desde el arte. Es preferible preguntar a otros y mezclar
su obra, junto con los globos, el aire, lo cósmico y las redes. Ha expuesto arañas en cajas de cristal (Hybrid Webs), las ha hecho bailar (Sonic Cosmic Webs) y hasta se ha inspirado en ellas para crear galaxias construidas con cuerdas (Galaxies Forming Along Filaments) en las que deambular. El argentino razona de forma circular. Se pierde, vuelve, asciende, reconecta, piensa, se calla, no aterriza. Es tan aéreo como su trabajo. Parece un científico loco de otro siglo, un yogui enganchado a la astrofísica, un genio incapaz de fijar la atención. Sin embargo, aquí estamos en su estudio de Berlín, una enorme construcción abandonada de cuatro plantas que funciona a pleno rendimiento. “Olafur (Eliasson) tiene la culpa de que viva en esta ciudad. En 2004 colaboré casi dos años con él y nos hicimos grandes amigos. Yo trabajaba en un edificio en Fráncfort, pero lo demolieron y él se estaba mudando del suyo justo en aquel momento, así que me vine a la ciudad del Muro. Después encontré este espacio maravilloso y casi abandonado y volví a cambiar”. Saraceno expone en los museos y las galerías más potentes del planeta, entre ellas Esther Schipper, puntera en el mejor emergente. Ha sido capaz de hacer subir a un puñado de críticos de arte a sus nubes inventadas en la terraza del ático del Metropolitan de Nueva York, en una instalación llamada Cloud City hecha de bloques poliédricos suspendidos, y tiene a media comunidad científica (dentro de su estudio y en las mejores universidades del planeta) investigando insectos para él. “Las primeras huellas de una tela de araña que se han encontrado datan de hace 140 millones de años y están impresas en una piedra de ámbar, pero los hombres nunca les habíamos hecho caso, las quitábamos con la escoba sin pensarlas ni observarlas”, asegura. Tomás, de madre bióloga, se fijó en ellas después de leer el informe de unos físicos que relacionaban el origen del universo con las gotas de agua suspendidas en una
de estas telas. “Primero fue una exploración artística, pero ahora la están aplicando matemáticos y físicos en sus investigaciones. Mi obra, además, pone en duda qué es lo natural y lo humano, dónde está la frontera entre las ciencias matemáticas, las naturales y las humanistas. Reverbera sobre múltiples disciplinas, que es lo que me interesa”. A Tomás le gusta establecer conexiones, integrar y darle la vuelta a las cosas. “Me apasiona la idea de red como cruce. Es divertido porque hay muchos conocimientos que están presentes en un campo y cuando los llevás a otra abren horizontes”, diserta. A los 36 años pasó casi cuatro meses con expertos de la Nasa en la International Space University de San Francisco. ¿Qué le aportaron todos esos sesudos ingenieros, que fueron capaces de poner al hombre en la Luna?, le interrogo. “Me gustaría cambiar la pregunta —me suelta—. No es qué aprendí yo de ellos sino qué les enseñé. Para empezar se dieron cuenta de que soy un obsesivo de los globos, me llamaban Mister Balloon, y espero haberles convencido de que hay otras maneras de llegar al universo, más lentas, es verdad, pero que no requieren quemar hidrocarburos. Quedaron entusiasmados. Al menos vieron que hay una forma simple de hacer las cosas. A veces no hace falta inventar nuevos electrodomésticos, puedes poner la ropa al aire libre y también se seca”, se ríe recordando su proyecto Aerocene, uno de los más recientes, para el que construyó un globo ecológico que podía ascender y permanecer en el aire sin necesidad de más tecnologías que el viento y el sol. “El papel de un artista es cuestionar, cuestionar y cuestionar, pero la forma de hacerlo tiene que ser compartida. Yo siempre empiezo los proyectos con una provocación, pero lo que de verdad me satisface es llevarlos a cabo con los ingenieros o los biólogos. El cuestionamiento y la respuesta van creciendo juntos. Si el planteamiento solo viene del arte la solución nunca es completa. Me parece más interesante colaborar con los demás aunque requiera más esfuerzo”, dice. No tiene claro por qué le atraen tanto las esferas y el cosmos. “Me fascina el globo terráqueo, me produce mucha curiosidad el universo. Para mi último proyecto, 163.000 Años Luz, hemos filmado unos vídeos en el Salar de Uyuni, en Bolivia, el espejo más grande que hay sobre la tierra. Tardarán 160 millones de años en ser difundidos. Es la temporalidad que necesita la película para comprobar que lo que ve-