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Inspiració­n

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Florence ha redecorado le llega de un su casa mueble, un objeto en o 25 un años. La

s una vieja conocida. Florence Lopez, parisina, anticuaria, interioris­ta, diseñadora y creativa a más no poder, campa por nuestras páginas desde el número 4. De hecho, es la quinta vez que publicamos su casa-estudio. La razón es que cambia la decoración a menudo, más o menos cada dos años (en total ha llevado a cabo la friolera de 18 cambios en más de dos décadas), y siempre partiendo de un mueble, un objeto o un artista que le inspira. Primero fueron Gyula Kosice y Arden Quin (exponentes del Movimiento Madí), luego Theo van Doesburg y Sol Lewitt, y ahora les ha tocado al turno al paisajista brasileño Roberto Burle Marx, a su querido Gio Ponti y a Bruno Munari. “Todo empezó con un viaje a Río de Janeiro en diciembre de 2014. Allí descubrí la onírica obra de Burle Marx, que participó en la mayoría de los proyectos de Oscar Niemeyer. Cuando volví a París, embriagada por la libertad de sus dibujos de jardines vistos desde el aire, decidí homenajear­le y pinté el muro más grande como uno de sus tapices. Esto le ha dado tanto entusiasmo y fuerza que no me canso de mirarlo. Los colores juegan con la luz, la atmósfera es viva y cambiante y el mobiliario resalta y lo complement­a”, dice entusiasma­da. También hizo su particular ofrenda a Gio Ponti, rayando las paredes de su dormitorio en gris perla y crudo (el italiano creó estas líneas para un escritorio y también para una vivienda privada en Caracas), y a Bruno Munari, en el de su hijo, Raphaël, con manchas cromáticas. “En los tres encuentro virtuosism­o, pureza, un toque lúdico y alegría de vivir. Creo que todos deberíamos divertirno­s más en nuestras casas. Yo disfruto muchísimo inventándo­me estas escenograf­ías diferentes, es como viajar (también en el tiempo) y soñar”, afirma. El apartament­o, que descubrió un nevado día de invierno de 1992, era en los años 20 el taller de un escultor. Se trata del último piso (un cuarto) de un edificio del XVII en Saint-germaindes-prés, un barrio “que ha cambiado, pero en el que se sigue viviendo de manera bohemia y cool, sobre todo en esta pequeña rue du Dragon tan animada”. Son 90 m2 distribuid­os en un gran salón que usa como estudio, un espacio cuadrado con techos de cinco metros y enormes ventanales, y después un añadido en L con un hall de entrada, un aseo, un baño, una cocina-comedor, dos

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