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Gaiteros, fabada, arroz con leche y más de 100 invitados. No faltó detalle, como merecía la ocasión, Lorenzo Castillo había recuperado la casa de veraneo de su infancia en Ribadesell­a y la reabría para el cumpleaños de su madre.

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“Se compró pensando en la familia y para usarla con ella, de otro modo no tendría razón de ser”, dice el interioris­ta. La vivienda guarda cuatro generacion­es de su historia. Se construyó en 1905 y fue el primer edificio levantado en Santa Marina, una pequeña aldea frente a la costa. “Es obra del arquitecto García-lomas por encargo de la marquesa de Argüelles como experiment­o de veraneo moderno, ya que copiaba los balnearios de Normandía de finales del XIX, con sus fachadas mezcla de ladrillo y piedra. Antes de la guerra, mi abuelo, Lorenzo Castillo, médico en Asturias, compró la propiedad a la marquesa como refugio estival, suyo y de sus siete hijos, entre ellos mi padre. Y permaneció entre nosotros hasta que se vendió y pude recuperarl­a por azares del destino en 2014”. Tras un año de rehabilita­ción regresaron en 2015 una vez recuperada la estructura original. Sus 600 m2 se dividen en cinco plantas: la primera dedicada al hall, comedor, cocina y zona de servicio. La segunda la ocupa el salón y el porche al jardín con acceso a la playa. “La tercera es nuestro dormitorio, el de Alfonso (mi pareja) y mío, con nuestro vestidor, dos baños, un salón y una galería acristalad­a abierta al mar”. La cuarta la ocupan cuatro habitacion­es, dos para sus hermanos Clara y Santiago, todos en suite, y la quinta es el cuarto infantil con zona de juegos. En su empeño de devolverle su esencia, restauró la escalera original y las carpinterí­as, siempre con materiales de la zona, como el castaño asturiano, el pino de Cangas de Onís y los mosaicos y el barro de Somió. Centró la decoración en los grises y verdes “que definen muy bien el estilo sobrio y elegante de la zona”, los blancos mates y evitó el azul. “Se ve el mar desde todas las habitacion­es, es un color muy presente”. Eso sí, se saltó las normas de este tipo de edificios dejándose llevar por su oficio. “Sé que puede parecer algo excéntrico tener mantas de piel, almohadone­s de muchas telas y librerías, pero es una casa pensada no solo para los días de sol, sino para todo el año, sobre todo en los fríos meses de invierno. Por eso no escatimé en comodidade­s como la calefacció­n o las cortinas forradas”. Los rincones los llenó con su selecciona­do mix de antigüedad­es: concisos muebles españoles del XVII y alguno Luis XVI, piezas de campo de nogal macizo, británicas del XVIII y francesas y suecas de palosanto del XIX. Amén a guiños al XX como “las mesas de mármol de Gio Ponti, de comedor de Aldo Tura, en piel de cabra, o de Maison Jansen que convien con las pinturas de mi hermano Santiago, presentes en todas las habitacion­es”. Pero centrémono­s en la cuarta planta, y los dormitorio­s de invitados, y cuéntanos Lorenzo ¿cuándo se quedan libres?

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(ver carnet de direccione­s)

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