CÓMO DORMIR BIEN

Amado dormitorio,

quién te ha visto y quién te ve. Pasaste de sala de audiencias en el XVIII (sí, los señores recibían en horizontal)

impersonal, a la estancia blanca, que eres hoy, donde yacen la cama y el armario, poco más. He visto

con salones centenares de casas, decorados

hasta el mínimo detalle en las que tú, indispensable alcoba, quedabas convertida en un cuarto de

¿Por qué pocos te cuidan? hospital. Nadie diría que pasamos contigo siete horas a diario, la media de sueño de los españoles. Algunos muchas más, como Proust. Cuenta la leyenda

‘En busca del tiempo perdido’ que el indolente novelista francés escribió en la cama, con la cabeza sobre dos almohadas y el codo apoyado para poder garabatear en un cuaderno. Ahora la experiencia es más placentera. Yo lo he probado con mi portátil, la tecnología pone

es tu pequeño reino, el mundo sobre tu colcha, y el dormitorio, como lo fue para Proust, y no sólo para dormir. Mi habitación perfecta empieza por el colchón, natural, de artesano, hecho a medida (nada de viscoelástico). Invierte en él como si fuera un coche de lujo, págalo a plazos si hace falta. No hay nada más incómodo que tumbarse a leer y apoyarse

cabecero acolchado, en un color en la fría pared: mejor en un tapizado en lino. Las paredes, pastel: rosa si te atreves, azul grisáceo si no. Luego están los pequeños detalles:

mantas de mohair, sábanas blancas de algodón egipcio, edredón de plumón de ganso,

un pequeño sofá. abundantes almohadas y una butaca si resulta que no cabe Una alfombra. Arte, obligatorio. Libros en la mesilla y en las estanterías. Altavoces inalámbricos. Y compañía (para abrazar). Seas grande o pequeño (de escasos metros va este número),

cuiden como te mereces. para mí eres el verdadero corazón de la casa. Ojalá te