A toda MÁQUINA
Anton Alvarez es un diseñador atípico que crea máquinas con las que fabrica sillas, lámparas o jarrones en un proceso aleatorio que las hace únicas. La búsqueda inconsciente y el color son su santo y seña. “Prefiero que lo que salga de mis manos me sorpre
EPOR EDUARDO MERLO
ra un tipo al que respetaban cuatro gatos: dos aristócratas medio arruinados; y los otros dos, extrañamente apasionados por la buena arquitectura”, con estas palabras definía hace años Oscar Tusquets a su colega, el arquitecto, fotógrafo y diseñador José Antonio Coderch (Barcelona, 1913 - Espolla, 1984), un maestro que se enfrentó al olvido en los últimos años de su carrera por su cercanía con el franquismo. Tras estudiar en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, trabajó un par de años en Madrid a las órdenes de Pedro Muguruza (autor del Mercado de Maravillas o del Monumento a Cervantes) y de Secundino Zuazo (Casa de las Flores o Nuevos Ministerios). A su vuelta a la Ciudad Condal abriría junto a Manuel Valls su propio estudio, donde recibiría el encargo de numerosas segundas residencias en el litoral catalán. En ellas recuperó parte de la tradición local para reinterpretarla con un lenguaje formal inspirado en pintores contemporáneos como Joan Miró o Pablo Picasso y en arquitectos como el finlandés Alvar Aalto. Coderch abrazó los preceptos del Movimiento Moderno con joyas como la Casa Ugalde (1953) que, situada en la costa norte de Barcelona, jugaba a la perfección con las curvas topográficas del terreno, una de las máximas del proyectista. Suya es la casa del pintor Antoni Tàpies (1960) y también grandes obras monumentales como los edificios ondulantes Trade (1966) o la sede de corte racionalista del Instituto Francés (1972), todos