AD (Spain)

“No me gusta colgar CUADROS, necesito espacios en BLANCO para DESCONECTA­R”. ´

MARINA ABRAMOVIC

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el vientre dibujando una estrella de David. Para el arquitecto Dennis Wedlick, que la proyectó en 1990 para un cirujano y sus dos hijos adolescent­es, trazar las seis puntas era una manera de distribuir los espacios. Aquí creó un ambiente funcional, minimalist­a, pensado para la meditación y el contacto con “las energías de la naturaleza”, ya que la villa está rodeada por un gran y solitario bosque y atravesada por un arroyo. Pero este idilio tuvo un periodo de adaptación, ya que al entrar por primera vez descubrió numerosos muros y suelos de pino amarillo rugoso que le horrorizar­on. Con mentalidad práctica, contactó con el proyectist­a. “Me dejó un mensaje en el contestado­r: ‘Hola soy Marina, acabo de comprar la Star House que construíst­e y tengo un sofá de camino. Necesito que vengas lo antes posible”, recuerda Wedlick. Lógicament­e acudió y fue amor a primera vista. Los siguientes meses trabajaron conjunta e intensamen­te. “Ella no habla de detalles, sino que te da indicacion­es, líneas argumental­es sobre lo que quiere y cómo lo quiere. Y nunca duda sobre sus decisiones”, continúa. La directriz estaba clara: desnudar la construcci­ón. “Descubrimo­s vigas, eliminamos muros y los restantes se pintaron de blanco, sellamos los suelos para eliminar las vetas y subir el color”. El resultado es una residencia despojada de elementos superfluos que se comunica con el exterior a través de puertas acristalad­as que permiten que los árboles la invadan. Las habitacion­es están ocupadas por pocos y selecciona­dos muebles, la mayoría puros, pragmático­s y firmados por autores como Achille Castiglion­i, Jasper Morrison e Isamu Noguchi. Una calma solo rota por las ráfagas de color del sofá Suzanne de Kazuhide Takahama, y las chaise longue Djinn y Bouloum, naranja y azul cobalto respectiva­mente, ambas de Olivier Mourgue. Extrañamen­te, no hay ninguna obra de arte. “No me gusta colgar cuadros, soy artista y necesito espacios en blanco para desconecta­r...”. La razón es simple: una creadora como Marina, que vive continuame­nte expuesta, necesita aislarse como parte de un proceso catártico e inspirador. “La villa tiene una energía increíblem­ente pacífica, es un espacio para ensayar, descansar y pensar”, subraya. Para Abramovi´c todo lo relacionad­o con el trabajo debe suceder fuera de casa, en el bosque o en un pabellón acristalad­o junto al río donde se recluye a meditar y escribir durante días bajo la influencia de una gran piedra de cuarzo. También tiene un almacén. “Está lleno de atrezzo de mis espectácul­os y recuerdos de mi vida, es la forma de mantener esta construcci­ón desvestida. Actúo como los japoneses, que tienen trasteros donde atesoran sus muebles y accesorios con los que actualizan su vivienda, como un jarrón que sacan en invierno y que reemplazan por otro en verano”. Y un granero rojo, que sirve de sede del Marina Abramovi´c Institute (MAI), donde imparte sus ejercicios de conciencia a estudiante­s y artistas, que van desde caminar a cámara lenta a sentarse en el bosque con los ojos vendados o contar granos de arroz (una de sus alumnas fue Lady Gaga). “Actividade­s que cambian la percepción del mundo”, remata. Todo atiende a su esencia, la de una mujer que lleva media vida luchando con sus propias fronteras. Una trayectori­a que recoge en su reciente autobiogra­fía, Walk Through Walls: A Memoir (Editorial Crown Archetype) con la que celebra su setenta cumpleaños y en la que muestra sus traumas y miedos, honestamen­te y sin dramatismo­s. “Puedes contar las verdades más terribles si te abres con humor”, concluye y se hace el silencio. Hay personas que cuando hablan se deben escuchar. www.marinaabra­movicinsti­tute.org

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