Muyad ARTE
uando Bilbao quedó arrasada por las grandes inundaciones de 1983 Pello Irazu tenía 20 años, estudiaba Bellas Artes en la Universidad del País Vasco y se ofreció voluntario para limpiar lo que fuera, del Ayuntamiento a los hospitales. “Fue impresionante la solidaridad colectiva. Creo que ahí comenzó la transformación de la ciudad porque el desastre era total”, recuerda. Irazu había nacido en Andoáin, un pueblo de Guipúzcoa cerca de San Sebastián, en 1963, y la urbe de la Ría, todavía no la del Gug genheim, era su primer destino. Corrían los años 80 y él y gente como Txomin Badiola, con quien ahora comparte estudio también en Bilbao, tentaban los límites del arte en una sociedad que se distanciaba definitivamente de la dictadura. La prensa le integró en la llamada Nueva Escultura Vasca, motor de la revolución de esta disciplina en España. “Nosotros nunca nos autodenominamos así, pero es cierto que yo vengo de una generación en la que todo se reinventó. No se partió de cero, por supuesto, pero había unas ganas de renovación y una alegría importantes, y también una parte de inocencia”, nos cuenta. Pello empezó trabajando con el hierro, como Oteiza, como Chillida, pero solo para ponerlo en cuestión. “Necesitaba quitarle cualquier trascendencia a este material tan entroncado con la cultura vasca, desmitificarlo. Los artistas que mencionas son referentes y han sido guías. Pero no somos sus hijos que como tales debamos matar al padre para generar nuestra propia obra. No hay ánimos parricidas ni tendencias mitificadoras. Con Oteiza especialmente tengo una relación de respeto intelectual, pero es solo una pauta”, explica. Pello integró con el tiempo el acero, la formica, el cartón o la madera en sus creaciones para hablar de paradojas: de la incertidumbre versus la seguridad, de lo doméstico en contraposición a lo urbano, del hábitat frente a