Vivido. edi icios no parezcan nuevos”.
“Es agradable la sensación de usado, de Intentamos que nuestros H Arquitectes
viviendas privadas, en 2006 llegó la Casa 205 de paneles de madera laminada y un año más tarde, el Gimnasio 704 recubierto de policarbonato y el verdadero punto de inflexión: la Casa 712 de Gualba. “Los propietarios fueron a pedir un crédito al banco y no se lo concedieron. Así que tuvimos que reducir el presupuesto a la mitad. De aquí vino el empleo del ladrillo. Ahora lo hemos potenciado creativamente pero empezó por pasta –explican–. Nos interesa su condición imperfecta y al estar desnudo descubrimos que sus propiedades se enfatizaban: la porosidad regulaba la humedad y la inercia se hacía más explícita. También nos regala un punto de memoria constructiva y gracias a él la estructura y la experiencia del lugar coinciden”. Ahorran en el esqueleto para poder invertir en cuestiones más específicas: geotermia, suelo radiante, el tipo de aislamiento o carpinterías de madera. La sostenibilidad es un punto importante en su trabajo: “En lugar de conseguir la eficiencia con un buen equipo de máquinas, intentamos que nuestras obras sean explícita y formalmente sostenibles –prosiguen–. Además, se trata de culturizar al cliente y asumir que la viviencia de los espacios es estacional: en verano manga corta y a sudar un poco”. Se quejan de una Barcelona sobrediseñada. “En Europa, sobre todo en Roma o Berlín, se asume con más tranquilidad que la ciudad no necesita tantas indicaciones y conducciones. El urbanismo mal trazado pone el cronómetro histórico a cero y en cambio es agradable la sensación de usado, de vivido, de superposición. Con nuestros edificios pasa igual, intentamos que no parezcan nuevos”. Esa memoria, esa atmósfera, lo auténtico, el caliu (rescoldo en catalán), como ellos dicen, desde luego se palpa en ellos, se siente. La crisis les vino bien. “Permitió ver que existían formas más razonables de hacer las cosas. La banalidad tanto del inversor como del arquitecto ha bajado y el promotor ya no solo busca enriquecerse. A nosotros el hecho de plantear un proyecto desde la economía nos interesa porque es lo que permite que llegue al máximo. Si vienes al despacho vamos a hablar de dinero desde el minuto uno”. Como sistema productivo son un embudo: todo pasa por los cuatro, intensamente, directamente. “El número de obras que podemos asumir a la vez es limitado. Crecer supondría estar menos implicados y ya sería otra cosa. Tampoco creo que sepamos hacerlo de otra manera”, cuentan. Su último edificio, que inauguraron hace un mes, es un centro cívico en Barcelona, previsto para la formación de adultos e inmigrantes, hecho de ladrillo gero, plástico EFTE y cristal. Aspiran a establecer un buen marco y unas óptimas condiciones de habitabilidad, para cualquier persona y casi cualquier uso, con el fin de sentir placer y bienestar. “Las casas explican quiénes somos. Antiguamente eran un sitio para vivir, un cobijo, una protección del calor y del frío. Ahora ya no, pero estoy seguro de que si Cristiano Ronaldo alquilara ésta tres semanas en verano estaría encantado”, sentencia Roger. www.harquitectes.com
Interiores (Editorial El Viso), del que prepara un nuevo volumen. En este segundo se incluirán sus últimas obras, como las viviendas en México de Eugenio López, coleccionista y fundador del Museo Jumex, y la de Zélica García, directora de la feria de arte contemporáneo Zona Maco. Y también dos proyectos residenciales bajo el paraguas de Four Seasons, uno en Madrid, donde la cadena ha adquirido la antigua sede de Banesto y seis edificios próximos a la Puerta del Sol, en los que está realizando 22 viviendas, y otro similar que finalizará este año en Londres. O la residencia en Chicago de Nancy Crown (miembro de la 27ª familia más rica de EEUU según Forbes). Bustamante no deja nada al azar. “Detrás de la colocación de un cojín hay un estudio del flujo, de limpieza o no limpieza, del disparate. También una consciencia de lo que ocurre en la calle y cierto aire de clasicismo”. Ahí está su credibilidad, esa que Rosselló atisbó, que compone un estilo que incluye la gama cromática de los cuadros de sus admirados Vermeer y Goya, en particular el negro para las paredes (como las de su estudio en el barrio de Salamanca), cierta querencia por la Antigua Grecia, muebles de Gio Ponti, Georges Jacob, Maison Jansen y diseño propio en beneficio de su gran obsesión: la simetría. Bustamante complementa lo anterior con arte contemporáneo como grabados de Serra, esculturas de Gabriel Orozco o pinturas de Emilio Gañán. Tal es su conocimiento de escultores, pintores, fotógrafos que sus clientes le piden consejo para completar su colección. Con esta solidez ha evitado ser “el hombre del momento” para en un lustro estar passé. “No soy amor de un día. He crecido apoyándome en el escalón, sin romperlo, sin destruir lo anterior”. Hace un paralelismo con la Alta Costura y con Balenciaga, el maestro de Guetaria que se refugiaba en su taller para investigar. “Me siento cómodo contando con tiempo, con holgura para pensar, dibujar, para procurar la buena factura. Siempre viajo con mi gente ( carpinteros, tapiceros...) y convenzo a los clientes de que eso es importante para conseguir el resultado que les he garantizado. Se me conoce en la profesión por este criterio propio de la Costura”, asegura mientras observa unos planos, muestras de tejidos, datos, cifras. “Son mis herramientas –indica–. Con ellas traduzco e interpreto lo que mis clientes son y lo que quieren ser”. Y añade: “Trabajo con la ilusión, pero también con el miedo y las inseguridades. Es algo muy delicado”. Así le dejamos, moviéndose con decisión entre material sensible. www.luisbustamante.com
copias de copias... Debe tener buen gusto, buenas proporciones y ser absolutamente útil y vendible. Que tenga contenido y valor. No puedo perder el tiempo con cosas inservibles. No me interesan las instalaciones, son sublimes pero no tengo hueco para ellas. Mis gustos no han cambiado pero sí evolucionado. Siempre he intentado buscar nuevas ideas. Este año no hay tantas sillas. Los tres pasados eran lo único que veíamos. Otro, todo eran mesas. ¿Se llamarán los unos a los otros?”, se pregunta con humor. Se queja de que, a pesar del avance, el diseño es todavía un gran incomprendido. “Se entiende mejor, pero aún no lo suficiente. Me pregunto cómo no les importa a la gente con poder adquisitivo, que pueden gastar una fortuna en una cena, en un bolso o en una casa, pero cuando van a comprar un mueble de autor contemporáneo discuten el precio porque les parece excesivo. ¡Y cuando veo imitaciones en vez de los originales en gente que puede permitírselo! Hay que hacerles ver que son también una buena inversión. Aunque también me gusta la idea de que sea democrático. Siempre empujo a mis diseñadores a crear cosas asequibles con alguna empresa como Ikea, Hay, Seletti...”, sentencia vehemente. Dicho esto, hay que decir que Orlandi, contrariamente a lo que predica, vive en una casa en la que el design brilla por su ausencia. Lleva casada más de 30 años con un médico al que le horroriza y le prohíbe meterlo en su piso. Así, lleva una existencia dicotómica y esquizofrénica en la que, sin embargo, se encuentra perfectamente a gusto. La de su spazio, de vanguardia radical: “Aquí hago lo que quiero”. Y la de su casa familiar, conservadora aunque con pequeñas concesiones, como un chandelier de Ingo Maurer o una pieza de Massimiliano Adami: “Que tengo escondida, porque mi marido la odia. Es mi parcela privada, donde he criado a mis hijos”. Jamás ha pretendido coleccionar (“De hecho, creo que hacerlo conlleva algo obsesivo”) ni le ha tentado lanzarse a crear ella misma (“Demasiado esfuerzo. Ya trabajo muy estrechamente con los creadores durante la concepción”), aunque el año pasado se estrenó como decoradora en un ático de Daniel Libeskind en Milán (ver AD nº 116). “Una experiencia fabulosa que me ha divertido mucho y que repetiría. Me encantó darle otra vida a mis piezas con la mayor libertad. Fue una lucha amigable entre el arquitecto y yo. El espacio era fantástico pero muy complicado en términos de líneas arquitectónicas”. Fue un montaje efímero, concebido para organizar eventos, que se desmontó pero lo ha comprado un rapero italiano que se ha quedado con muchos muebles y Ro (como la llaman sus íntimos) le está ayudando a rematarlo. Diminuta, con una cara de muñeca antigua en la que resaltan sus ojos azules y una boquita de piñón, a pesar de su aspecto frágil, esta mujer es infatigable y pura pasión. “Mi trabajo es emoción, es ¡guau!, es difícil, es cansado, es una gran satisfacción”. www.rossanaorlandi.com