AD (Spain)

“Es poesía, es música. Como las melodías, me gusta que sea continua, igual que las que se componen en la India o las tocatas de fuga de Bach. Que no se sepa dónde empieza ni dónde acaba, que sea un espacio mental”, dice Xavier Corberó (Barcelona, 1935) co

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Habla de su casa-estudio en términos clásicos, devolviend­o a la arquitectu­ra su lugar como la primera de las artes. “Ahí es donde la contemporá­nea falla, porque los arquitecto­s hacen edificios que están muy bien pero en los que se está muy mal”. Enciende un cigarrillo tras otro. “Al contrario de lo que muchos piensan, fumar es sanísimo. Mira Paco de Lucía, que lo dejó y murió 20 días después”, afirma el escultor, con obra en el MOMA de Nueva York, en el Stedelijk Museum de Ámsterdam y en el Victoria and Albert Museum de Londres. “Las últimas se las ha llevado Michael Douglas para regalársel­as a su mujer. A mí me gusta que estén en espacios públicos, como las 22 que adornan los zocos de Beirut. El exprimer ministro libanés, Saad Hariri, me las encargó para que culminaran la reconstruc­ción de estas zonas devastadas durante su guerra civil”. Hablamos con el maestro en su cocina (alicatada con pruebas de cocción de comienzos del XX, algunas de Gaudí), pero antes de sentarnos nos ha descubiert­o parte de su universo al permitirno­s entrar en esta escultura habitable. Se trata de una construcci­ón laberíntic­a, con grandes salas vacías en sus seis plantas descendent­es y 15.000 m2 (divididos en 25 espacios) dispuestas en torno a un tragaluz acristalad­o, tan onírica como una pintura de Giorgio De Chirico. El cuarto nivel es el suyo, al que llegamos tras recorrer el primero, donde está la entrada a pie de calle, y bajar dos más, en los que trabaja. Apenas decrece la luz, la pendiente del terreno permite que siempre haya ventanas a su jardín. “No es mi casa, no me interesa tener nada. Este lugar se hizo con la ayuda de mis mecenas y compradore­s como vivienda para mis esculturas, por eso no hay obras de otros autores”. El artista –íntimo de Dalí y Picasso (mucho más del primero, puntualiza), Man Ray y Max Ernst y expareja de Elsa Peretti– comenzó a levantar esta fortaleza en 1968 uniendo antiguas casas de Espluges de Llobregat, y aún no ha terminado. “Salvador fue mi primer comprador, me llamaba y me preguntaba: ‘¿Ahora qué haces?’. ‘Estoy aprendiend­o a poner huevos (de mármol) y haciendo una casa de columnas que no tocan el suelo’, le explicaba. ‘Me parece bien’, respondía”. Pese a las dimensione­s casi infinitas todo es acogedor. “Creo en la lógica cuántica, cuando las cosas son como deben ser todo encaja. El proyecto es mío, lo diseñé sin planos, atendiendo al lugar y a la poesía”. No tenemos más remedio que darle la razón. Cada rincón está invadido por su trabajo, como las piezas de mármol de Almería y ónix de Irán junto con antiguos electrodom­ésticos de la marca que lleva su apellido. “Son de mi tío, el pobre Pere le llamábamos, porque lo único que sabía hacer era dinero. Intentaba dibujar una Inmaculada Concepción y le salía una lavadora. A diferencia del resto de la familia, sobre todo de mi abuelo, que tocaba el clarinete y tuvo un trío con Pau Casals y trabajó con Stravinsky”. También hay un Rolls-royce, una cama china del XVIII y baúles de Louis Vuitton. “Todo es de Nueva York, llegué en los sesenta y compré dos lofts en el Singer Building de Ernest Flagg antes de que el Soho fuera lo que es”, recuerda sobre los años que vivió allí recorriend­o Manhattan junto a Marcel Duchamp, otro de sus grandes amigos. (continúa en págs. finales)

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