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Rosa y TERR ACOTA, muebles humildes y una ATMÓSFER A contemplat­iva. Casa Prieto conserva INTACTA la esencia MÍSTICA de Luis Barragán.

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cobre Eduardo Prieto), obra de Luis Barragán y la primera del proyecto inmobiliar­io iniciado por el arquitecto en El Pedregal, la zona creada tras la erupción del volcán Xitle, que descubrió junto a su amigo Diego Rivera. El artista incluso publicó un manifiesto como guía para otros proyectist­as o escultores (Max Cetto, Mathias Goeritz, Francisco Artigas o Pedro Ramírez Vázquez) a los que invitaron a experiment­ar aquí en el que se prohibía “el uso de las tejas, los techos a dos aguas, los estilos provenzale­s y parisinos o dejar el ladrillo visto”. En esta primera construcci­ón se cumplían estos preceptos. Sus 2.000 metros cuadrados divididos en tres niveles y distribuid­os en dos salones, comedor, cocina, tres habitacion­es en suite y tres jardines (uno de lava en el que se sitúa la piscina), convierten a Casa Prieto (que Cervantes ha rebautizad­o como Casa Pedregal) en la más grande de la trayectori­a de Barragán. “En sus últimos cuarenta años de vida solo proyectó siete casas (además de jardines u obras públicas) por las que le otorgaron en 1980 el Pritzker –cuenta entusiasma­do Cervantes–. En ellas maximiza la sencillez, venera el silencio, la intimidad y su relación con el cuerpo y la escala humana. Los espacios se perciben como un homenaje al individuo. Su trabajo habla del hombre, no de la arquitectu­ra”. Tras su compra, su dueño dedicó dos años a investigar los planos, revisó 400 rollos de película y 5.000 fotografía­s de fiestas y reuniones de los Prieto junto al arquitecto Jorge Covarrubia­s. Incluso llegó a viajar hasta Mazamitla, en la Sierra del Tigre, “para conocer la hacienda familiar donde nació y entender la luz que percibía, los materiales que pisaba, los muebles que usaba...”, prosigue. Así descubrió que los suelos de su mansión eran idénticos a los de su villa natal. “El edificio se restauró en un 99,2% (los 70 años en los que lo habitó la familia lo habían modificado, llegó a quitar 40 capas de pintura del salón) –precisa–, a excepción de los acabados del baño y una ventana de la cocina que no se pudieron recuperar”. También el mobiliario es el de origen, atribuido al propio Barragán “en colaboraci­ón con su gran amiga y talentosís­ima diseñadora cubana Clara Porset, hecho con madera de sabino y cuero”, y se mezcla con algunas piezas de coetáneos como William Spratling, Harry Bertoia y Don Shoemaker. Pero Cervantes es un coleccioni­sta y este es solo el comienzo. Ya avisa que está interesado en hacerse con otras casas en los alrededore­s obra de Cetto, Ramírez Vazquez, Antonio Attolini o el español Félix Candela. “Espero poder conseguir una por una todas ellas”, concluye un hombre que logra todos sus objetivos.

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El dormitorio principal, pintado en el tono rosa terracota que tanto usaba el mexicano y que se conoce como rosa Barragán, de una sofisticac­ión austera. “Como en toda la casa, salvo en el baño, no hay ninguna luz cenital, las considerab­a poco...

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