RAY LORIGA
Ray Loriga en el showroom de Isabel López-quesada. Boiserie de pergamino de Aldo Tura, lámpara y estera, todo de la interiorista. Lounge Chair de los Eames, en Vitra; librería de acero inoxidable de Pierre Follie, en Raquel Copado; retratos, en Pepe Leal y Almacén Alquián & Hóptimo, al igual que las guías de viaje Baedeker, y bustos de escayola y bronce, en Anmoder y El 8. Detrás, caricaturas, en IKB 191. “No me molestéis hasta que no os hayáis leído El Cossío”, le decía su abuelo. “A él le gustaban los toros y nada los niños. Para acercarme a él lo leí. Tenía muchos más sobre toros que también devoré, no porque me gustaran, sino por saber más de él”, recuerda Loriga (Madrid, 1967). En su casa nunca hubo diferencias entre títulos infantiles y de adultos. “Tuve la fortuna de tener unos padres que eran lectores y los libros eran libres, como debe ser. Recuerdo que cogí Sexus de Henry Miller. Pensé: ‘Esto tiene que tratar de lo que yo me imagino’ y nadie me lo prohibió”, explica el último ganador del Premio Alfaguara de Novela 2017 por su libro Rendición. Ya nunca se separó de la escritura, como lector, novelista o guionista. Hoy en su piso los volúmenes se acumulan: “Cabemos a duras penas mi mujer y mis hijos”. Todos visibles y solo ordenados según su criterio: “Los que son recientes, los clásicos, los pendientes de urgente lectura. Sé encontrarlos, además tengo memoria fotográfica para los lomos”. Eso sí, no hay ninguno electrónico. “No me adapto a él, he probado el de mi hermano y no tengo nada en contra pero... –guarda silencio y sentencia rotundo– ¡Larga vida al libro de papel!”.