ICONO El Pasapoga de la Gran Vía madrileña y los Meliá de los 60 los creó Rafael García, el padre del modernismo suntuoso.
Cambió la cara de la Gran Vía de los años 40 con salas de fiesta sofisticadas, fabricó las butacas de Mies van der Rohe para Knoll en los 50 y decoró los hoteles internacionales del grupo Meliá en los 60 y 70. En la biografía de Rafael García, el valencia
Constantemente, en cualquier sitio, tomaba apuntes, dibujaba… Él lo llamaba rayar”. Así recuerda a su padre Margarita García Luján. Habla del camaleónico decorador valenciano que cambió los interiores de Madrid y los hoteles de medio mundo durante cuatro décadas. Pero Rafael García (1914-2007) es sobre todo el hombre que transformó la Gran Vía de la capital en los difíciles años 40. La sala de fiestas Pasapoga, uno de los pocos focos de luz en la austeridad de la posguerra, fue obra suya, igual que muchos de los cines y tiendas del centro (los Avenida, la camisería Sánchez Rubio, las oficinas del Edificio Sindicatos…), decorados con grandes lámparas de araña, molduras de escayola y una suntuosidad que quería borrar malos recuerdos. En realidad todo empezó en Valencia, en la fábrica de muebles de su padre, Mariano, que
contaba con un equipo de tallistas que moldeaban, además de piezas historicistas, otras inspiradas en el Art Déco. Eso es lo que vio Rafael en los años 30 mientras ayudaba en el negocio familiar: formas geométricas, colores brillantes y estampados abstractos mezclados con cómodas isabelinas. Y así transitó del clásico barroco al funcionalismo americano a lo largo de su vida. También fue su padre quien le animó a dejar sus estudios de ingeniería y abrir sucursal en Madrid en los 40. Y no iba desencaminado el empresario porque en 1953 su vástago había montado firma propia, tenía seis hijos, una tienda en la Gran Vía, un showroom en la Plaza de la Independencia y dos fábricas en la Avenida del Mediterráneo, cuyas fachadas había remodelado Miguel Fisac, uno de sus colaboradores. Rafael creía en buscar motivos de impacto tanto en los interiores como en los muebles: sus mesas acababan en angelotes esculpidos, sus cines escondían impactantes cortinas de terciopelo. Le interesaba recargar, llamar la atención, sorprender. Pero si los locales públicos coparon sus primeros trabajos, a finales de los 50 el diseño y comercialización de mobiliario los sustituyeron. A través de la intermediación del embajador norteamericano en España, García consiguió la patente de fabricación de Knoll en nuestro
“Aunque es importante buscar la modernidad, lo fundamental es sentirla y creer en ella”. RAFAEL GARCÍA
país, así que las creaciones de Saarinen, Mies van der Rohe o Bertoia se convirtieron en su nueva obsesión. Además de producirlas literalmente, las customizó, las utilizó para conseguir nuevas sillas basadas en sus tubos metálicos y sus trazos simples. Esta nueva forma de hacer tranquilizó sus espacios y los actualizó. “Knoll me llevó a diseñar muebles, tejidos y estampados de gran calidad, algo tal vez más importante que la belleza”, dijo. En los 60, aprovechando el boom del turismo nacional, Rafael volvió a demostrar su capacidad de adaptación y se enganchó a la decoración de hoteles, especialmente para el grupo Meliá, aunque no solo. El Don Pepe de Marbella o el Royal Mansour de Casablanca son algunos de ellos. En 2000 llevó a cabo su último gran proyecto, el edificio Margarita, un bloque de viviendas en La Florida, Madrid, que homenajeaba a su esposa fallecida. “Aunque es importante buscar la modernidad, lo principal es sentirla, creer en ella y notar que nos hace falta, a pesar de que se respete lo ya hecho, porque en estos comportamientos existen, si buscamos, trazos y formas antiguas que permiten conseguir algo nuevo”, escribió.