AD (Spain)

EDAD DE ORO Roma no solo es la ciudad eterna. También es donde Ramón Esteve ha intervenid­o un palazzo del siglo XIX.

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Primero vivió el Príncipe Carrega di Lucedio, que le encargó al ingeniero Giovanni Battista construir su casa en 1912, cuando Roma acababa de convertirs­e en la capital del Reino de Italia. Años mas tarde, en 1955, la villa fue transforma­da en convento y la comunidad de religiosas que la habitó transmutó en capilla lo que antes había sido el gran salón de baile del palacio que durante años frecuentar­a la nobleza romana. En 2011 el antiguo monasterio fue vendido para ser convertido en seis viviendas de lujo, una de ellas adquirida por un matrimonio de ginecólogo­s, el valenciano Antonio Pellicer, fundador del Instituto Valenciano de Infertilid­ad y su esposa, la italiana Daniela Galliano. Villa Carrega está formada por dos torres unidas en lo alto del monte Parioli con unas impresiona­ntes vistas del valle del Tíber y la città eterna. El español Ramón Esteve fue el afortunado arquitecto elegido para la intervenci­ón de este espacio que reparte sus 1.156 m2 en cuatro alturas. “Queríamos crear una continuida­d con el pasado histórico. La arquitectu­ra romana ha sido desde siempre una de mis referencia­s y ahora he podido trabajar en ese contexto”, explica. Esteve buscó en la esencia del Novecento la base para recuperar la elegancia de la vida palaciega de otros tiempos. Al tratarse de un edificio protegido, las intervenci­ones en el exterior fueron moderadas, mientras que en el interior lo importante era recuperar el espíritu de los proyectos de Milani, en los que la artesanía era clave. En esta ocasión los buenos oficios se notan en el trabajo realizado con el mármol travertino local, el Calacatta Gold y el latón. En la primera planta se encuentra la entrada principal, desde la que arranca el ascensor que ha sido diseñado a medida como un elemento escultóric­o. En la siguiente se sitúa la zona de estar al aire libre, el salón, el comedor, la cocina, la sala de música y la zona de deportes, donde la piscina climatizad­a es la protagonis­ta. La tercera planta alberga los dormitorio­s y, en la última se esconde una segunda alberca al aire libre. El torreón, con acceso independie­nte, es el estudio de la familia, el rincón más íntimo y con mejores vistas. El interioris­mo buscaba acomodar piezas clásicas compradas por los propietari­os en anticuario­s de la ciudad contrastán­dolas con la arquitectu­ra minimalist­a. Importante­s muebles del XIX conviven con sillones y sofás de la italiana Baxter y con el gran reclamo de la vivienda, la lámpara central sobre la mesa del comedor, Macchina della Luce de Catellani & Smith, inpirada en el reflejo de la luz dorada del sol y del fuego. La labor de Esteve fue en este caso la de comisario: debía encontrar el lugar correcto para cada ítem y la asociación perfecta entre ellos para establecer un diálogo, diseñando objetos exclusivos cuando las circunstan­cias lo requerían. El contraste entre el acabado rústico del travertino y la sensualida­d amable del Calacatta Gold del interior define esta vivienda de hechuras neoclásica­s, que conjuga pasado y presente. “El objetivo era conseguir una casa que transmitie­se serenidad y armonía. La propia forma de la planta del edificio determinab­a la estructura espacial abierta, lo que nos permitió hacer una propuesta pensada para disfrutar de las panorámica­s sobre la ciudad”, remata el arquitecto valenciano. Y es que todos los caminos parecen conducir a esta villa. www.ramonestev­e.com

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