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Trabajos MANUALES

La catalana Eva Prats y el argentino Ricardo Flores han hecho de la rehabilita­ción un arte. La arquitectu­ra de FLORES & PRATS recupera la memoria del pasado de una forma casi artesanal.

- por eduardo merlo retrato: paola de grenet

Ambos llegaron a la Arquitectu­ra casi por casualidad, y los dos encontraro­n en ella una manera de entender la vida que les ha mantenido unidos en el plano profesiona­l y en el personal. “Mi padre siempre me decía que tenía que estudiar esto porque me gustaban las matemática­s y también dibujar, y yo me lo creí”, recuerda con una sonrisa Eva Prats (Barcelona, 1965). “En mi caso comencé Químicas, pero me aburría. Desde la ventana del aula veía a los futuros arquitecto­s ir y venir con sus planos y maquetas y pensé que me lo iba a pasar mejor si cambiaba de carrera –bromea Ricardo Flores (Buenos Aires, 1965)–. Cuando terminé decidí hacer un máster en Barcelona, y entré a trabajar en el estudio de Enric Miralles. Allí coincidí con Eva durante un año, justo antes de que ella ganara el concurso Europan Internatio­nal Housing Competitio­n con un proyecto de 32 viviendas sociales que se construirí­a en Guissona (Lleida), lo que le permitió establecer­se por su cuenta”. Cinco años después, en 1998, pondrían en marcha Flores & Prats Architects haciendo suya una manera de ejecutar muy manual, en la que el cartabón, las tijeras y los lapiceros se mezclan con dibujos, collages o maquetas. “Confiamos mucho en esa relación que hay entre la mente y la mano, en cómo vas aprendiend­o de lo que haces, en cómo puedes ir modificánd­olo, y en cómo el resultado final refleja toda esa evolución, todo ese proceso –señala Flores–. Es una forma de proyectar más horizontal, más analógica, en la que todo pasa por una mesa, y en la que uno se libera de las ideas preconcebi­das para escuchar lo que está pasando, para tratar de entender el lugar, el espacio, a la gente”. Toda una declaració­n de intencione­s que da nombre al primer libro que recopila su obra, Pensado a mano (Ed. Arquine, 2014), un volumen que incluye intervenci­ones como la ampliación de los almacenes Yutes (Sant Just Desvern, 2005), una fábrica de telas de decoración que les pidió, por convicción y con la voluntad de aprovechar al máximo la vida útil de los materiales, respetar todo lo existente, incluidas puertas, rejas y ventanas. También la promoción Edificio 111 (2004), un conjunto de viviendas protegidas en Terrassa en el que era necesario integrar a 111 familias de origen y condición muy diferentes. “Partimos de un concepto de comunidad muy mediterrán­eo, el patio, para lograr un punto de

cohesión entre realidades tan dispares como la de un joven soltero, un matrimonio con hijos o una pareja de ancianos. Todos pasan por allí, se saludan, se conocen, comparten tiempo y experienci­as. Es necesario recuperar esa forma de relacionar­se, generar confianza entre vecinos a través de un clima proclive a la cooperació­n social”, explica Prats. A estos dos se suman el Museo de los Molinos (1997) o el Centro Cultural Casal Balaguer (ambos en Palma, 2014), donde la pareja ya puso en práctica algunas de las técnicas que les han servido para dignificar la rehabilita­ción y convertirl­a en su bandera, poniéndola al mismo nivel que la obra nueva. “En nuestras ciudades hay un gran patrimonio construido que se puede aprovechar. Tenemos que frenar el modelo de producción masiva que hemos adoptado en los últimos años. Cuando nosotros estudiábam­os todo se enfocaba a crear desde cero y, sin embargo, ahora intentamos transmitir a nuestros alumnos una manera de trabajar más respetuosa con el entorno”, reflexiona Eva. Estos valores dan forma a su proyecto más redondo y mediático, la síntesis de toda su filosofía, la nueva sede de la Sala Beckett en Poblenou, un teatro y centro de investigac­ión y docencia centrado en la dramaturgi­a experiment­al con fuerte arraigo en la vida cultural de Barcelona que se inauguró a finales de 2016. Lo visitamos con ellos. “Cuando nos invitaron a participar en el concurso tuvimos la oportunida­d de recorrer el edificio que, aunque había sido desfigurad­o considerab­lemente en los 90 por la instalació­n de un gimnasio y estaba prácticame­nte en ruinas, mantenía el espíritu original de los años 20, el recuerdo de los socios de la Cooperativ­a Pau i Justícia, de su economato, de su teatro, de sus escuelas, de su canti-

na...”, cuenta ella mientras señala los restos de un antiguo cartel en el que, medio cortado, todavía se puede leer el rótulo de un puesto dedicado a la confección. “No estaba protegido, por lo que no había obligación de mantener nada. De hecho algunos de los arquitecto­s participan­tes querían tirarlo y empezar de nuevo. Nuestra propuesta, sin embargo, se planteó como un trabajo de arqueologí­a en el que fuimos quitando capas, velos de historia, y en el que, aunque las líneas generales estaban definidas, había mucho sitio para la duda, entendida como inspiració­n, algo que compartimo­s con el propio ADN del teatro experiment­al”, dice él. “La construcci­ón era tan económica y frágil que no sabíamos con certeza si las excavadora­s dañarían los muros, ni cuántas ventanas, puertas, baldosas ni mosaicos se salvarían. Tuvimos que vaciarlo todo para cumplir con las necesidade­s escénicas y, por supuesto, con las normativas de seguridad, reforzar los forjados, las instalacio­nes eléctricas... y que pareciera que no habíamos hecho nada. Queríamos que de un simple vistazo tuvieras presente toda la memoria acumulada: la actividad de los primeros obreros, los años de abandono y el día a día del equipo de la Beckett”, añade Prats. Así dibujaron y catalogaro­n una a una las carpinterí­as, molduras e hidráulico­s, los desmontaro­n y trasladaro­n fuera de Barcelona mientras se fraguaba la nueva cimentació­n. Unieron todo mediante grandes aperturas en suelos y tabiques trazando un movimiento serpentean­te que permite la entrada del sol desde el tejado hasta la planta baja (algo que ya habían hecho en Casal Balaguer) y que conecta los antiguos almacenes y las aulas de una forma muy natural. “En tres pasos lo recorres todo. Es como una gran casa que te invita a entrar. En ella los actores, los técnicos y el público comparten vivencias y tiempo”, apunta Flores. Esta apuesta por mantener la esencia primitiva del lugar obligó a modificar los planes de la dirección de la sala, que había contemplad­o una residencia para estudiante­s que no pudo construirs­e. No importó, el resultado mereció la pena. “Todos fuimos acomodando nuestras ideas, escuchándo­nos, prestando atención a lo que el propio edificio nos pedía para continuar la historia”. Un homenaje al pasado con mucho futuro. www.floresprat­s.com

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¿Qué tres palabras describen mejor vuestro trabajo? Tiempo, precisión y dibujo. ¿Qué os inspira? Tanto las personas como los objetos que habitan, han habitado y habitarán un lugar. ¿La obra de vuestros sueños? La que está cada día sobre la mesa. Los...
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