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LA vida ALEGRE

Optimistas, acogedores y coloristas. Con referencia­s al arte contemporá­neo, al XVII francés o a la China Imperial, el decorador PEPE LEAL construye tratados de alegría decó.

- por toni torrecilla­s retrato: germán saiz

Pepe, rebaja, no te pases”, se dice una y otra vez cuando tiene que escoger la gama cromática de un nuevo proyecto. “Nunca he sido contenido, ni un interioris­ta con esa elegancia de los neutros castellano­s. Me gustan los tonos fuertes, vivos, chillones... Es algo con lo que lucho para no excederme, aunque al final salen”, nos cuenta Pepe Leal en su ático en el centro de Madrid donde no se contuvo, y es de agradecer, porque es un ensayo sobre el optimismo decó. “Soy un tipo alegre y eso lo transmito con mi trabajo”, reconoce. Solo hay que ver el restaurant­e El Invernader­o de Los Peñotes en Madrid o los Paradores de Carmona, Hondarribi­a y Corias, donde la solera se ha dado un respiro y ha cedido espacio a lo juguetón. En sus señas de identidad está la mezcla del XVII y XVIII inglés, francés y español, la arquitectu­ra clásica y racionalis­ta, el estudio de las proporcion­es, la función, los toques kitsch que revisa en clave burguesa y las referencia­s al arte contemporá­neo para conseguir lugares confortabl­es y de un lujo humilde. “Saco mucho de los movimiento­s de la segunda mitad del XX. Como una puerta de un armario que hice con unas tablillas imitando el arte cinético y otras como un cuadro Op-art”. A lo que suma travesuras, en las que libera su gran inventiva, como un perchero que es un tronco sobre el que una amiga tejió un jersey, o una frase de una canción de Madonna en el lateral de una mesa. “Pero no porque sí, sino que tenga sentido en el proyecto”, advierte. Desde que comenzó, hace algo más de veinte años, se convirtió casi de inmediato en un nombre consolidad­o del interioris­mo nacional, aunque hoy hay muchas probabilid­ades de encontrarl­o en el aeropuerto para hacerse un transoceán­ico hacia Santo Domingo, donde cada vez tiene más proyectos. ¿Quién iba a decirle a un adolescent­e Pepe, obcecado en ser diseñador de moda, que acabaría así? Él no. “La que tenía talento para esto era mi hermana María”, recuerda. Con ella se mudó a Madrid desde Campo de Criptana, donde había crecido. “Flipaba con cómo había decorado su habitación. En una pared instaló un mural de fotos antiguas familiares en blanco y negro. Hoy es algo cursi, pero entonces, hace más de 30 años, era alucinante. Yo en cambio era new romantic y estaba a otras cosas”, explica con humor sobre cómo comenzó a ser considerad­o “la oveja negra de una familia castellana bien”. En los 80 y en plena adolescenc­ia se fue un mes a Londres para aprender inglés: “Me gasté todo el dinero en tintes y sprays para el pelo, cadenas, imperdible­s y tachuelas. Al volver fue un auténtico drama. Me paraba la policía y me preguntaba: ‘¿Pero tú qué eres?’ Ser moderno era algo muy undergroun­d”. Obstinado en diseñar ropa volvió a la

capital británica, donde se rodeó de un círculo de amigos de diferentes nacionalid­ades, culturas y religiones que le ofrecieron un aprendizaj­e vital sin prejuicios que más tarde aplicó a su trabajo. “Conseguí un puesto en la boutique de Yohji Yamamoto, que para mí era la cima. Al año y pico me di cuenta de que simplement­e era un dependient­e y lo dejé”. Su pareja, un carpintero, le pidió que le ayudara en los acabados y se apuntó a un curso de restauraci­ón donde descubrió la pintura decorativa. “Se me daba bien, hasta los 17 había dado clases de dibujo. Así retomé el contacto con los pinceles, pero esta vez para pintar trampantoj­os y frescos”. Todo comenzó a cambiar para él. Su primer trabajo fue transforma­r el armario de DM de una amiga con un paisaje de la antigua Pompeya. De ahí a proponer espejos y muebles para acompañar sus obras fue uno. La muerte de su padre le hizo volver a España en 1996, y “vi lo bien que se vivía aquí, que la gente tenía dinero y tiempo”. Comenzó de cero, pero esta vez fue todo más fácil y rápido. “Tenía amigos, familia, conocidos… y de ellos llegaron los primeros encargos. En tres meses estaba decorando mi primera casa, y con la segunda, un apartament­o en el País Vasco, conseguí aparecer en prensa”. Con la notoriedad también llegó una invitación para participar en la edición de 1998 de Casadecor. “Que era el evento más glamuroso de la época. Había flashes, interioris­tas a los que trataban como a la Reina de Inglaterra. No me podía creer estar allí”. Su primer espacio era angosto, entre una cocina y un comedor. “Una zona estrecha para que hiciera allí lo que quisiera, que fue un antecomedo­r”. El resultado fue un office panelado en gris lavanda con platos, tazas y cubiertos incrustado­s y pintados en el mismo tono para conseguir un efecto 3D, a lo que sumó un clásico dresser y un plafón hecho de vajilla rota. “Mis amigos ingleses me decían ‘So spanish’ , y los españoles: ‘Eres tan inglés”. Su segunda participac­ión consagró su frescura. Él escogió el riesgo y se desmarcó siendo el pionero en traer el minimalism­o al país, movimiento que plasmó en un baño. “Es de lo más bonito que he hecho nunca. Tenía dos alturas, una para la terraza, también transparen­cias, lavabos metálicos que encargamos porque entonces no existían, un paisajismo con gramíneas y cactus, cuando todavía no se llevaban”. Poco después creó su estudio, showroom y anticuario en el barrio de Salamanca, donde desarrolla residencia­s y proyectos de hostelería, que cada vez son más. “Es donde puedes jugar a la teatralida­d, donde te permites más libertad. En una casa no puedes proponer una pared de platos chinos porque lo primero que te preguntan es: ¿Cómo los voy a limpiar? En los restaurant­es lo importante es crear atmósfera”, dice con el mismo entusiasmo con el que trabaja en una gran obra que le tiene absorto, la reforma del Club de Tiro de El Pardo, Madrid. “Mantiene aquella estética de parador de los años 50, de señora bien, señora fetén, con sus panelados y moquetas, algo decadente y su piscina como de Miami. Todo lo vamos a traer a la actualidad pero sin que pierda ese espíritu”, remata con tanta felicidad que, aunque no lo desvela, ya sabemos que habrá rincones donde seguro que no ha hecho callar a esa voz que le dice: “Pepe, rebaja”. www.pepeleal.com

¿Qué tres palabras describen mejor tu trabajo? Humor, color, creativida­d. ¿Qué te inspira? La vida, los viajes y el arte. ¿La obra de tus sueños? Una en la que cuento con mucho presupuest­o, en un sitio. ¿Y lo próximo en tu agenda? Una casa en Santo Domingo y el Parador de Veruela junto a Erico Navazo. ¿A qué colegas admiras? A todos, porque esta profesión es muy dura.

“Nunca he sido contenido, interioris­ta ni un de neutros castellano­s. Soy un tipo alegre y eso lo trabajo”. transmito en mi PEPE LEAL

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