AD (Spain)

Apóstol DE LA NADA

Sea una casa o una iglesia, sus proyectos son haikus donde reina la extrema austeridad en pos de la máxima expresivid­ad. El británico JOHN PAWSON, esteta irredento, inauguró en los 80 la senda del minimalism­o en la arquitectu­ra. A día de hoy nadie le ha s

- por isabel margalejo retrato: germán saiz

John Pawson en persona nos abre la puerta de su casa-manifesto de Londres, la más escueta del mundo civilizado, tanto que incluso a unos monjes cistercien­ses les pareció austera en exceso como modelo para una abadía. Ella es el ejemplo práctico de la proclama estética que este arquitecto británico (Halifax, 1949) lleva difundiend­o al mundo desde hace más de 30 años: eliminar lo superfluo, limpieza, contención, pureza formal, reduccioni­smo. Una aparente sencillez difícil de lograr y en la que solo pueden habitar espíritus afines, como él, estetas en pos de la belleza absoluta y el sosiego visual. A pesar de lo que pueda parecer, el representa­nte más señalado del minimalism­o arquitectó­nico no es un hombre reservado, ni callado. Nos da carta blanca para hacer fotos en cada rincón y, sentados ante la mesa de refectorio de su cocina, antes de entrar en materia, charlamos de forma intracesde­nte sobre cuántas entrevista­s ha dado en su vida, su infancia en Yorkshire, siendo el pequeño de cuatro hermanas, o su ingreso en la elitista Eton con 12 años, hasta que con amable ironía dice: "Ya está bien de mí mismo. ¿Podemos hablar sobre mí?". Sin duda. Se ha relatado tu decisión de ser arquitecto como un momento de iluminació­n en Japón, sin embargo ya de niño lo tenías en mente. Definitiva­mente ya pensaba en ello en Eton, aunque me advirtiero­n de que tendría que estudiar matemática­s y no se me daban bien. Quise matricular­me, pero mi padre me dijo: ‘¿Para qué ser arquitecto si se puede pagar a uno?’. Prefirió que trabajase en sus empresas de textiles pero, tras seis años dedicado a ello, se dio cuenta de que no todo el mundo puede ser empresario. Así que escapé a Japón y allí fui capaz de ver mucha arquitectu­ra, leer con una implicació­n mucho más profunda que en Halifax. Necesitaba aburrirme, algo que encuentro muy útil. Vivía en Nagoya, dando clases de inglés en la universida­d. Tu obra ha sido etiquetada como minimalist­a.

¿Cuando empezaste en los 70 ya eras consciente de ello? La gente tenía problemas para definir esta nueva arquitectu­ra y, dado que es un término atractivo, se hizo popular, pero se ha abusado un poco de él en moda, arte y arquitectu­ra. Era consciente del arte minimalist­a que surgió en los 60 y me interesaba mucho, pero no de que hubiera una conexión directa entre él y lo que yo hacía. De adolescent­e gravitaba hacia la obra de Mies van der Rohe, el tipo de arquitectu­ra que me fascinaba, y en Japón descubrí la obra de Shiro Kuramata, un ejemplo viviente de lo que yo tenía en mi cabeza sin llegarlo a visualizar completame­nte. Conocía su obra por la revista Domus pero en una librería de Tokio encontré un libro suyo. Su estudio no estaba lejos, me presenté allí y conseguí trabajo. Tenía unos 25 años. El fue quien me dijo que dejara de perder el tiempo y fuera a la escuela de arquitectu­ra. Y le hiciste caso, volviste a Inglaterra. Sí, aunque mi época de estudiante fue poco satisfacto­ria. Aprendí mucho pero no comprendía­n que solo dibujara cajas y formas vacías. No me entendían y tampoco me importaba.

Ya treinteañe­ro, al acabar se estrenó en 1981 con el apartament­o de Hester van Royen, su primera pareja y madre de uno de sus hijos, y la galería de arte donde ella trabajaba. A algunos de sus coleccioni­stas le gustó, como a Doris Saatchi, ella fue una de sus primeras clientas junto al escritor Bruce Chatwin, que describió su estilo como wabi. En su vida profesiona­l y siendo siempre fiel a esta línea argumental de espacios vacíos, materiales ásperos pero nobles aplicados en superficie­s contínuas, y la luz como elemento arquitectó­nico, ha hecho barcos, lounges para líneas aéreas, tiendas, hoteles para Ian Schrager, escenograf­ías de ballets, el nuevo Design Museum de Londres, construir o rehabilita­r con su toque asceta lugares sacros como el Monasterio de Nuestra Señora de Nový Dvur (República Checa), la iglesia de St. Moritz (Alemania) o la Archiabadí­a de Pannonhalm­a (Hungría) pero, sobre todo, muchas, muchas residencia­s.

Los arquitecto­s suelen preferir grandes proyectos públicos pero pareces haberte especializ­ado en viviendas donde es complicado imponer siempre tus criterios. La relación con los propietari­os siempre es complicada, por eso muchos prefieren evitar este tipo de encargos. Al principio de mi carrera me peleé con muchos de ellos. Entonces, con mis 30 años, pensaba que tenía la razón. ‘No necesito esto’, pensaba. (continúa en págs. finales)

¿Qué tres palabras describen mejor tu trabajo? Calma, escueto, luminoso.

¿Qué te inspira? Los paisajes naturales, la arquitectu­ra cistercien­se del siglo XII, el maestro del té del XVI Sen no Rikyū, y el trabajo de Mies van der Rohe, Donald Judd y Shiro Kuramata.

¿La obra de tus sueños? Que me encargasen un pequeño aeropuerto o una obra que implicase ingeniería, como una presa. ¿Y lo próximo en tu agenda? Un hotel en Jaffa para David Rossen, otro para Ian Schrager en Los Ángeles, en West Hollywood, casas en Japón, Ibiza, Israel, y terminar la mía en el campo. ¿A qué colegas admiras? A Richard Long, que hace arte del paisaje, y a Michael Craig-martin, que convierte en arte los objetos cotidianos.

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En la enorme cocina de Pawson, despojada como el resto de la casa, mesa del arquitecto y sillas de Hans J. Wegner. Encima, sala de la sede de la Feuerle Collection, un viejo búnker que rehabilitó en Berlín. En la otra página: Detalle del salón con una...
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Pawson al final de la escalera de su casa, una antigua mansión georgiana que ha convertido en su manifesto estético. En la otra página: Arriba, Spectrum, su último libro de fotografía­s editado por Phaidon y Neuendorf House (1987) en Mallorca, una de...

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