Pareja DE CULTO
El Mediterráneo, las vanguardias y la historia se unen en el universo de CASA JOSEPHINE. Su personal manera de crear atmósferas promete agitar el interiorismo español.
Con Casa Josephine, o lo que es lo mismo Íñigo Aragón y Pablo López (Logroño y Valladolid, 1974), trazar una línea entre lo personal y lo profesional es imposible. Además de pareja creativa lo son también sentimental desde hace más de 20 años, cuando se conocieron estudiando Historia del Arte, pero también porque, como se encargan de recalcar, todo en su carrera ha ocurrido de manera puramente orgánica, por avatares del destino o decisiones vitales. “En nuestra vida está todo muy unido porque no paramos de hablar de trabajo. Tenemos muchos frentes abiertos y delegamos poco”, asegura Íñigo. Lo comprobamos nada más echar un vistazo a la casa de Madrid de estos interioristas y anticuarios, la residencia de un convento del siglo XVIII en la que los techos abovedados y las paredes de piedra les sedujeron para mudarse hace cinco años y donde comenzaron a organizar su propio showroom doméstico. Todo tiene una etiqueta con descripción y precio: las láminas de Picart Le Doux del salón, un pañuelo vasco-francés enmarcado en su baño o unas sillas neogóticas compradas en Francia. Sin embargo, esta no es la primera casa que ha marcado la carrera de los Premio Campari al Nuevo Talento. La anterior se fundó hace algo más de diez años y se llama, como ellos Casa Josephine. “Después de la carrera empecé a trabajar en turismo e Íñigo estudió fotografía y diseño y fundó su propia firma de moda –rememora Pablo–. Decidimos montar una casa de huéspedes, encontramos la de una tía de la abuela de Íñigo en un pueblo de La Rioja y la compramos, casi inconscientemente”. Así, reformaron un edificio de 1900 en Sorzano, de apenas 200 habitantes, en el que hicieron “de todo menos poner las tejas” y del que tomaron el nombre de su estudio. “Empezó de broma. La antigua dueña se llamaba Josefina y, como nos estaba quedando todo muy mono y muy francés, empezamos a llamarla ‘la casa de Josephine’ y así se quedó”, explica Pablo entre risas. Aquello se convirtió en su rito iniciático en el diseño de interiores. “Durante la obra fuimos
referentes “Nuestros no vienen de la decoración. Buscamos atmósferas lograr más que combinaciones de objetos”. CASA JOSEPHINE
comprando mobiliario en el sur de Francia, piezas provenzales e italianas, y terminamos vendiéndolas online”, cuenta Pablo. Así llegó su primer encargo: una clienta, viendo el resultado de la casona, les pidió un interiorismo, se corrió la voz y le siguieron pequeñas reformas que, en un periodo corto de tiempo, mostraron su marcada su personalidad decó en la que lo popular, el surrealismo, el Grupo Memphis, los refugios de artistas y el modernismo italiano se dan la mano. “No tenemos un estilo ni un guión, pero nuestra base creativa es la cultura mediterránea: Grecia, Roma, Francia, España... Aunque Italia es la que más pesa”, señala Íñigo. “En general nuestros referentes no vienen del mundo de la decoración o de las tendencias –continúa Pablo–. Buscamos lograr atmósferas más que combinaciones de objetos”. Su filosofía a la hora de abordar un proyecto es igual de característica y se aleja de lo convencional. “Trabajamos de manera artesanal porque hay supervisión y corrección en todos los pasos. Estamos mucho en el espacio y hay que consensuar constantemente. Somos muy exigentes, pensamos en cómo lo haríamos para nosotros”, resalta. Tras el alojamiento riojano, su actual piso en Madrid fue el lugar ideal para experimentar con ese estilo tan propio e hizo que, una vez más, lo personal y lo profesional se aliaran. “Empezamos a montar aquí mismo popup stores dos veces al año –relata Íñigo–. Nos permitía enseñar y vender objetos con un criterio decorativo”. Hace escasos días que montaron la novena de estas tiendas efímeras (de hecho una de las habitaciones sigue inaccesible, atestada con decenas de lámparas y de aparadores) y, aunque la mayoría de sus muebles continúan a la venta, hay piezas, como la pintura al óleo simbolista del siglo XIX que reina sobre su cama, que no lo están.
“Es la última vez que lo hacemos, aunque ya hemos dicho esto varias veces”, admite Íñigo. Con el éxito de aquellas convocatorias, el proyecto se convirtió en algo consolidado, hace dos años abrieron su estudio-tienda en El Rastro madrileño, que ampliaron hace unos meses reconvirtiendo un portal anexo abandonado en zona de exposición, y con Íñigo a cargo de la dirección artística y creativa y Pablo “encargado de lo más racional” siguieron firmando proyectos tan dispares como poco previsibles, inesperados. Por ejemplo, para la agencia de publicidad Mi abuela no lo entiende de Madrid se inspiraron en la obra de Giorgio de Chirico y transformaron el sótano del restaurante La China Mandarina en un speakeasy teatral. Hoy, más de diez años después de su primer contacto con la decoración, la situación promete: no descartan ampliar su equipo, compuesto ahora por cuatro personas, incluido el hermano arquitecto de Íñigo, Rodrigo Aragón, o diseñar producto textil, una de sus obsesiones. “Nuestros objetivos nunca son a corto plazo, pero van paso a paso –remata Pablo mientras Íñigo asiente–. Aunque a veces haya influido mucho el azar, siempre nos gusta contar con la sensación de que controlamos lo que hacemos. Creo que estamos justo en ese momento y en conseguir que todo vaya a más”. www.casajosephine.com