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JOHN PAWSON: APÓSTOL DE LA NADA

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(viene de la pág. 200) Fue estúpido, porque eso ralentizó mi carrera –dice riéndose–. Pero aprendí rápidament­e que perder los estribos con el cliente, significab­a perderle a él, y si pasa esto, no puedes construir tu proyecto. La arquitectu­ra necesita esos encargos. Me he acostumbra­do a todo ello y asumo las diferencia­s como una cosa natural. También he aprendido a escuchar y callar. ¿Entonces el cliente siempre tiene la razón? No –replica– rotundo. Pero si escuchas y esperas, a menudo tienen la razón con lo que dicen, y si no, se darán cuenta de que no era así. ¿Cuál fue el punto de inflexión en tu carrera? La entrada de Calvin Klein en mi vida en 1992; apareció en la puerta de mi estudio y después de inaugurar su flagship de Nueva York llegó todo. Fue Ian Schrager quien le habló de mí y le dio el libro que había publicado Gustavo Gili sobre mi obra, él no me conocía. A raíz de su encargo muchos más se sintieron cómodos para recurrir a mí. ¿Cuando ves tus obras de hace años cambiarías algo? No, soy feliz con lo que hice y, aunque hay proyectos mejores que otros, no los tocaría. En esta casa, por ejemplo, no cambiaría nada y ya tiene 20 años aunque ahora no haría lo mismo, la granja que estoy terminando en el campo es diferente. Siempre intentamos que todo resulte lo más perfecto posible a pesar de los problemas o el presupuest­o. ¿Cómo ha evoluciona­do tu trabajo? No me gusta hacer siempre lo mismo y en ese sentido he sido afortunado, he tenido variedad, desde la escenograf­ía de un ballet a un puente o un barco, no solo edificios. En todos ellos los principios estéticos han sido los mismos. Lo que no me di cuenta es de que en un momento dado había muchos practicand­o lo mismo que yo y más y mejor y me dije: ‘Mierda’. Cuando empezé nadie proyectaba minimalism­o y de alguna forma pensé que así sería siempre. A veces creo que tenía que haber hecho más. También has diseñado cuchillos, sartenes o boles. ¿Es más fácil pensar en escala pequeña? Definitiva­mente no. Por ejemplo, conté que una sartén tiene 30 elementos que hay que diseñar, desde el mango hasta el borde. Pero me encanta tener objetos perfectame­nte terminados gracias a que se pueden hacer prototipos, algo imposible en una arquitectu­ra. Para mi casa del campo he creado lámparas, tiradores, interrupto­res y jarrones para poner en las esquinas del suelo. Me gustaría verlos producidos por alguna compañía. Vives conforme predicas, en la absoluta austeridad estética. Tengo pocas cosas pero aún son demasiadas. Siempre me gustó la idea de viajar ligero de equipaje. Mi dormitorio de niño era muy pequeño, como una celda de monje, sin nada más que una cama y unos pocos juguetes. Mi padre tiró una pared y la amplió pero no puse nada más. Y disfrutaba de esa sensación de espacio vacío. Cuando me mudé con Catherine, mi mujer, todas mis pertenenci­as cupieron en un Volkswagen Golf. En un momento de mi vida las catalogué como hizo el artista Michael Landon, que luego las destruyó. Quería comprobar el mínimo de cosas que necesitarí­a para vivir. Debería haber escrito un libro como esta mujer que ha vendido millones, Marie Kondo; todo lo que dice ya lo había dicho antes yo.

Terminamos hablando de cómo sus hijos han aprendido bien la lección y viven en casas llenas de luz y vacías de cosas, de fotografía, una herramient­a que usa por trabajo y placer de forma más que solvente, como lo demuestran los libros que ha publicado para Phaidon, y de su casa del campo, donde “hasta el más minúsculo detalle está diseñado por mí”, en la que su mujer, Catherine, podrá por fin tener cortinas, de lana cocida y sin teñir, y alfombras, toda una concesión del apóstol de la nada. www.johnpawson.com

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