MAESTRO NATURAL
ENTRE LA ARTESANÍA DE SU PAÍS Y EL MODERNISMO DE NIEMEYER, EL BRASILEÑO JOSÉ ZANINE CALDAS SE INVENTÓ UN UNIVERSO SENSUAL, DEMOCRÁTICO Y ECOLÓGICO CON LA MADERA TROPICAL COMO ALIADA. CELEBRAMOS SU CENTENARIO.
Silla Y y mesita -revistero, ambas de los 50 reeditadas por Ete en 2019. Arriba, el diseñador José Zanine Caldas en los años 60.
Leyendo la biografía del brasileño José Zanine Caldas (Belmonte, 1919, Vitória, 2001) es inevitable pensar en el Amazonas, en sus incendios. Y es que este arquitecto y diseñador se pasó la mitad de la vida creando muebles sensuales a partir de las maderas de su país, defendiendo a sus artesanos, adaptando sus casas a la naturaleza, y no al revés, reivindicando y protegiendo la vegetación de Brasil. Y lo hizo allá por los años 60 y 70, cuando la palabra sostenibilidad ni siquiera existía. La tristeza no tendría fin ni para Vinicius de Moraes, que la cantaba, ni para él, que la esculpía. Caldas, que nació al sur de Salvador de Bahía de padre médico, ya se inventaba belenes navideños para los vecinos siendo niño. A los 18 se fue a São Paulo y luego a Río, donde aprendió a construir maquetas para los grandes arquitectos modernistas brasileiros, de Niemeyer a Lúcio Costa. En 1948 fundó Móveis Artísticos Z con los que produjo piezas sencillas y democráticas para la clase media, influido por sus geniales clientes. Perseguido por la dictadura, en 1964 fue cesado como profesor de la Universidad de
Brasilia y tuvo que refugiarse primero en la Embajada de Yugoslavia y después en Joatinga, al sur de Río de Janeiro, donde construyó una treintena de casas casi colgadas sobre el océano, mitad coloniales mitad modernistas, totalmente sostenibles. Se quedó con una de ellas y le regaló otra a su hija, que más tarde compró el coleccionista Frank Wlasek, y las llenó de sus muebles de maderas locales y de esculturas. A principios de los 80, el brasileño era un hombre con una misión, o más bien, una utopía: convertir el pueblo de Nova Viçosa, en su Bahía natal, en una comunidad ecológica y cultural. Chico Buarque, Niemeyer y el artista Franz Krajcberg, para quien proyectó una vivienda, le siguieron. Observando a los artesanos de la zona, las piezas del diseñador se depuraron todavía más, se inspiraron en los troncos de los árboles para transformarse prácticamente en esculturas sensuales y primitivas. En 1991 fue Lúcio Costa el que por fin reivindicó su trabajo, convenciendo a sus colegas de que era necesario entregarle un título de arquitecto honoris causa. La práctica por encima de la academia. Murió a los 82 años de un infarto dejando seis viudas, un hijo arquitecto y otro diseñador. Y el erotismo tropical en lo más alto.