Mirada vital
Desde su taller en Berlín, Thomas Struth explora a través de la fotografía la vida, la muerte, la naturaleza o la familia. Un estudio antropológico visual que llega al Guggenheim Bilbao.
El artista Thomas Struth explora la vida (y la muerte) a través de sus fotografías. Antes de su exposición antológica en el Guggenheim Bilbao entramos en su estudio de Berlín.
Qué tienen en común un grupo de turistas en las salas del Museo de Pérgamo en Berlín, un retrato de familia, un paisaje floral y una cebra disecada? Que todos son los protagonistas de alguna de las obras que forman parte de la exposición que el Guggenheim Bilbao dedica este mes al fotógrafo Thomas Struth y que abarca 130 obras de sus cuatro décadas de producción. El trabajo del alemán (Geldern, 1954) surge de insólitos lugares a los que llega con su cámara Plaubel 8x10. Los temas que trata, extraordinariamente variados, los enmarca en series llamadas Lugares inconscientes, Audiencias, Naturaleza y políticas, Animales... Nos recibe en su estudio en Berlín, en el barrio de Mitte, una zona originariamente industrial donde muchos edificios se han adaptado como estudios de artistas o arquitectos. Este enorme espacio diáfano, que en su día fue una fábrica de lámparas de latón, con vistas al río Esprea, está ahora ocupado por material fotográfico. La sala central, dedicada a la impresión, apenas tiene dos paredes que la dividen, lo que supone un reto diario para colgar las imágenes, de ahí las cintas adhesivas en el suelo para experimentar con la escala, y la acumulación de pruebas en cualquier rincón. Struth se ha reservado una zona privada y acristalada con vistas sobre el cauce del río. Aquí nos descubre el origen tan dispar de sus fotografías. “No son tan distintas unas de otras. Los humanos pensamos, sentimos, tenemos estómago, instintos sexuales, estamos organizados socialmente y tenemos que encontrar un sitio para nosotros mismos en la historia. Vivimos una continuidad en la que también participa la banalidad. Existe un reto en cómo organizamos nuestra existencia. En ese aspecto, hago fotografías del mundo que me rodea. Es un modo de aprender y de estudiar”, cuenta. Aunque los planteamientos de sus antologías puedan parecer desconectados, en realidad forman parte de una misma tela de araña. “Algunas obras funcionan como un trampolín a otro lugar. Por ejemplo, las series de tecnología y medicina surgieron cuestionándome qué no había hecho todavía. Pedí presenciar una operación a cerebro abierto, tras estar en el quirófano cuatro horas decidí que era demasiado duro. Pero me interesó lo que las máquinas pueden hacer. Quise volver y plasmar algo antes de que empezara la cirugía, en ese momento en el que no sabes si el paciente sobrevivirá. Ahora me aproximo a la idea de la muerte. Fotografiarla es bastante escalofriante, puede tomarse como un mal presagio, pero también es impresionante”. Las imágenes de Struth destacan por la elegancia formal de su composición, en la que introduce aspectos pictóricos, combi
nando el análisis con la creación de escenas poderosas. No es sorprendente que estudiara pintura, siendo alumno de Gerhard Richter en la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf. No obstante, fueron otros los maestros que dieron un giro a su carrera. Siguiendo el consejo de Richter, se apuntó al curso de fotografía de Bernd y Hilla Becher, y esto le llevó a dejar la brocha y coger la cámara. Aprovechó bien los conocimientos adquiridos de estos formidables artistas y heredó de ellos el ojo para la arquitectura, aunque de ella no le interesan los aspectos técnicos. “Me pregunto cómo te puedes sentir dentro de un edificio. ¿Es arrogante, ignorante, está lleno de amor o cuál es el mensaje que envía a las personas expuestas a él?”, continúa. Con su trabajo pretende transmitir esos sentimientos. La exposición que ahora se estrena en Bilbao abarca cuatro décadas de trabajo e incluye más de 120 obras y, por primera vez, material de archivo que ayuda a entender los procesos del artista. La relación de Thomas Struth con España viene de lejos. La primera vez que visitó nuestro país tenía 29 años y hacía un viaje en automóvil con su novia. “Pasamos unos días en Bilbao, que entonces era una ciudad muy distinta. También dormimos en el coche en un pueblo cerca de Salamanca y por la mañana nos despertó un hombre con un bastón hablando a gritos en medio de la calle. Entendimos que estaba anunciando unas noticias al resto de los habitantes del pueblo”, recuerda divertido. En 2007 fue el primer artista vivo en exponer en El Prado. “La extensión del museo de Rafael Moneo estaba en construcción y su director, Miguel Zugaza, me propuso organizar algo para la inauguración”. Lo hizo con una de sus series más conocidas, iniciada a finales de los 80, que tiene como protagonistas a los visitantes de grandes museos mirando los cuadros, desde el Louvre al mismo Prado, cuyas imágenes se mezclaban con las pinturas clásicas. Una de las piezas inéditas que se expone en el Guggenheim es La familia Iglesias, San Sebastián (2015),
“Fotografiar la muerte es escalofriante, puede tomarse como un mal presagio, pero también es impresionante”. THOMAS STRUTH
“La idea de que el arte esté en tantos lugares y situaciones ha sido dañina. Ha perdido significado y poder, se ha banalizado”. T. S.
parte de la serie Retratos de Familia que reflejan el patrón de amistades, relaciones laborales y vínculos de viaje de Struth. Surgió de su amistad con la artista donostiarra Cristina Iglesias, a quien propuso inmortalizar con su familia al completo. “Aparecieron todos vestidos en tonos similares, ‘¿por qué todos en blanco y azul? Me estáis tomando el pelo, parecéis un equipo de futbol”, recuerda entre risas. Durante más de veinte años ha capturado los rincones en los que se presenta y celebra el arte: templos, iglesias y museos. Le preocupa el modo en que se concibe el arte hoy en día. “La idea de que esté en tantos lugares y situaciones ha sido dañina. Cuando los edificios y lugares no son buenos, no se convierten en mejores por el hecho de poner arte en ellos. Con la fotografía, además, son tiempos difíciles ya que vivimos en la era de Instagram. No me interesan las redes sociales, las considero antisociales. Lo correcto sería decir que generan un efecto social. El arte ha perdido significado y poder, se ha banalizado. Siempre fue una práctica para especialistas que profundizaban en la materia y asumían riesgos. Hoy en día, el modo en el que alguna gente lo trata lo convierte en algo sin sentido”, concluye el alemán. THOMAS STRUTH: DEL 2 DE OCTUBRE AL 19 DE ENERO. GUGGENHEIM-BILBAO.EUS