jaula de CRISTAL
Edith Farnsworth quería un refugio en el campo. Mies van der Rohe, un manifiesto. Las casas famosas como la ‘Farnsworth’ también esconden chismes, suspense y drama. Bienvenidos a la otra cara de la arquitectura en la nueva serie AD “Brillos y Ladrillos”.
El éxito siempre ha sido un gran mentiroso”, dijo Friedrich Nietzsche. El filósofo alemán fue una influencia para otro monstruo, Ludwig Mies van der Rohe. Por cierto, el van der entre apellidos fue un maquillaje del arquitecto. Aunque, si somos fieles a la verdad, nunca estudió arquitectura. Ni siquiera terminó el bachillerato. “¡Construir de manera bella y práctica! ¡Basta ya de funcionalismo frío!”, escribió. Hay algo (o mucho, ustedes deciden) de Nietzsche en la frase. Mejor lector que teórico, a Mies nunca se le dio bien la escritura. Sus manifiestos eran los edificios que construía. Volvamos a la primera cita. El éxito de la Casa Farnsworth creó una gran mentira. La de una mujer –y clienta– despechada. Cuando Edith Farnsworth conoce a Mies, el arquitecto tiene 59 años. Lleva más de un lustro en EEUU, adonde llegó tras el cierre de la Bauhaus huyendo de los nazis. Hubo coqueteos con ellos como antes los hubo con los comunistas.
En Alemania dejó mujer, tres hijas y un nieto y algunas obras emblemáticas. Ella tiene 42 años y ha construido una sólida carrera como nefróloga. Independiente y con una cuenta corriente saneada, la doctora Farnsworth no cumple con el papel asignado a la mujer de la época. No es madre. No es esposa. Es carne de cuchicheos. Ambos empiezan a hilvanar historias en torno a la Casa Farnsworth. A menudo se ven en el estudio de él y viajan juntos a visitar el terreno de ella. En 1946 encontramos los primeros dibujos. Al año siguiente, una maqueta de la casa se expone en el MoMA. Philip Johnson copia a Mies y construye en un tiempo récord su versión en New Canaan, Connecticut. Es la Glass House. Es 1949 y comienza la construcción de la Farnsworth, mientras la relación entre Edith y Mies comienza su declive. Un presupuesto que se dispara, una planificación que disgusta a la clienta… “¡Tendré dos baños pero no un sitio para que duerman los invitados!”, grita. Durante el verano de 1950 entran en escena los abogados. Esa Navidad ella duerme por primera vez en la casa. La primavera de 1952 empieza con una vista oral. Él la demanda por impago, ella contrademanda acusándole por el sobrecoste y cuestionando sus habilidades como arquitecto. La polémica salta a los medios. La revista House Beautiful dedica su editorial de abril de 1953 a la “amenaza para la próxima América”, como definió el proyecto del alemán. Describen la casa como “una jaula de cristal sobre pilotes” y sentencian al Movimiento Moderno como una “dictadura cultural”. Fue empezar a construir los cimientos y sonar tambores de guerra. ¿Por qué ambos persistieron? Ella, tal vez, se sentía a gusto en el papel de mecenas de algo “inhabitable” pero que ya estaba en la Historia. Escrito, así en mayúscula. ¿Algo de vanidad?
“¡Tendré dos baños pero no un sitio para que duerman los invitados!”, gritaba Edith Farnsworth.
Él, en el juicio, se lo recordó: “Yo era famoso antes. Ella es famosa ahora en todo el mundo”, declaró. Para Mies el proyecto de la casa era entonces una obsesión. Se convirtió en constructor de la obra y apenas cobró honorarios. Unos veían en esa actitud testarudez, él persistencia. Era su carácter. Tras 3.500 folios de causa y varios años de proceso, llega la resolución. La propietaria es condenada a pagar, aunque no todo lo que reclamaba el arquitecto y pasa a ser una “mujer despechada”. Ese es el papel que la historia ha otorgado a Edith, pese a que ni en las memorias inéditas de ella –unos cuadernos escritos a mano y cuartillas mecanografiadas depositadas en la biblioteca Newberry– ni en los papeles de Mies hay ninguna insinuación a una relación de pareja. “Ella estaba hipnotizada por él y probablemente tuvieron una aventura”, escribe el historiador del arte Franz Schulze en una biografía sobre Mies de 1985. Aquí aparece, por primera vez, la posibilidad de un “romance fallido”. Su fuente es la hermana de Farnsworth. En la versión revisada y ampliada de 2012, este dato desaparece y quien aventura una cosilla es Lora Marx, amante de Mies. Ni siquiera el propio autor le da mucha credibilidad. Farnsworth, más santuario que refugio, es tal vez la casa más emblemática del siglo XX pero, en 1971, Edith la abandona. Tres años antes se la ha vendido a un promotor inmobiliario, Peter Palumbo. Es él quien la restaura y encarga al nieto de Mies amueblarla. Ella se retira a una casita en la Toscana. Por fin tiene privacidad y no hay peligro de inundaciones por crecidas del río. Traduce poesía italiana y allí fallece. Seguía soltera. FARNSWORTHHOUSE.ORG