UN CHICO IDEAL
DESDE SU ESTUDIO DE MAASTRICHT, VALENTIN LOELLMANN TRABAJA EN SU OBSESIÓN: QUE SUS DISEÑOS EXPLIQUEN SUS IDEAS. EL RESULTADO SON MUEBLES SURREALISTAS, ORGÁNICOS Y LIBRES, COMO SU MENTE.
Auna calle de construcciones monumentales en el distrito de Sint Pieter, junto al centro de Maastricht, llegó en 2010 un joven Valentin Loellmann (Müllheim, Alemania, 1983), nada más licenciarse en Bellas Artes, con la intención de crear su casa-estudio. “Encontré una antigua y carísima fábrica de sombreros que restauré”, recuerda sobre su primer taller con puertas art déco y toques industriales. La lógica empresarial se impuso y dos años después decidió mudarse, comprar un terreno en este barrio y construir un espacio que parece flotar en el agua, ya que por delante fluye el río Mosa, y por detrás se observa su piscina. Un lugar diáfano, blanco, luminosísimo por los enormes ventanales en paredes y techos, y sin puertas: “Solo en el baño de invitados”, explica. Lo decoran sus herramientas, mesas de trabajo y su propio mobiliario, además de bancos de obra curvilíneos y ásperos. Aquí no solo vive y trabaja, sobre todo piensa muchísimo. “Me especialicé en diseño de producto, pero con la idea de que mis piezas fueran un puente entre el arte y la arquitectura de interiores. No pretendo definir mi obra, solo intento que el resultado tenga sentido”, asegura. En las salas se suceden muebles o esculturas prácticas de bronce, cobre, acero, hierro y madera que recuerdan a siluetas sacadas de la naturaleza: una veta de una
“Mis muebles son la MATERIALIZACIÓN de mis ideas. No hay BOCETO ni plan”. VALENTIN LOELLMANN
mina, un insecto fosilizado o un cristal erosionado por el mar. “Sigo el concepto filosófico Rizoma, es decir, soy antifuncionalista, me abstengo de seguir reglas. Todo proyecto surge del desarrollo del pensamiento, de una idea. Es algo parecido al crecimiento de las raíces de los árboles, que estallan según sus necesidades hasta crear una forma. Aunque, a su vez, estas formas están evolucionando constantemente hacia otras nuevas”, cuenta mientras humea las patas de una butaca para que la madera muestre diferentes tonos, rodeado de un equipo que ha aumentado como el interés que suscitan sus diseños en ferias como Art Basel, Collective Design New York o PAD. “Son la manifestación de algo que quiero expresar y con esa intención voy a mi taller y comienzo a buscar cómo obtener una estructura visual con la que otras personas perciban esa idea. No hay boceto, ni plan, solo proceso”. Estos pensamientos se traducen en piezas que beben de la trayectoria y oficio lujoso y culto de maestros como Maria Pergay, muy presente en sus consolas de cobre o escaleras de acero, que son esculturas pero también un asiento o biombo, o en el doradísimo latón de su serie Brass tan bruñido hasta parecer oro. “Si creo una silla, por ejemplo, cambiaré su forma clásica, agregaré detalles y sensaciones para que esté más cerca de una escultura que de un mueble”, concluye. Siempre como una raíz que se expande. VALENTINLOELLMANN.DE