VENIRSE ARRIBA
MÁS ALTOS, MÁS ESTRECHOS, MÁS INACCESIBLES. LOS NUEVOS RASCACIELOS LÁPIZ ESTÁN CAMBIANDO EL SKYLINE DE MANHATTAN.
El primero se construyó en Chicago en 1884 y medía 42 metros de alto. Hablamos de los rascacielos, esos gigantes de la arquitectura que, aunque copan el aire de muchas ciudades asiáticas y europeas, son y serán siempre el símbolo de Nueva York. En la última década estas torres verticales, que han sido alternativamente símbolo de poder, de modernidad y hasta de masculinidad (de la vieja), se han reinventado para definir, una vez más, su skyline.Y lo hacen a través de figuras esbeltas, que por eso mismo reciben el nombre de edificios lápiz o chopsticks, como se les conoce en Hong Kong. Son construcciones infinitas y superestilizadas que están surgiendo como setas al calor de
la escasez de metros edificables, los avances tecnológicos y, sobre todo, el aumento del número de billonarios tras la Gran Recesión del
2008. Y es que la ingeniería necesaria para que estos monstruos desafíen la gravedad es carísima, pero rentable si tenemos en cuenta los 238 millones de dólares que costó uno de los penthouse del 520 Park Avenue. Los números, a los promotores, les cuadran desde todos los puntos de vista y por eso más de 17 edificios de este estilo se han proyectado en la última década y parece que llegarán a 20 en 2021. El One57 del francés Christian de Portzamparc fue el pionero en
2014, el 432 Park Avenue del uruguayo Rafael Viñoly en 2015 es uno de sus emblemas, y el 35 Hudson Yards de David Childs, ya inaugurado, y el casi acabado 111 West 57th de SHoP Architects, con su elegante fachada de bronce y terracota, podrían ser sus prima donna. Este último ha conseguido el escalofriante ratio alto-ancho de 1:23, la esbeltez máxima, y es el único que salva Martha Thorne, decana del IE School of Architecture and Design de Madrid, de la hoguera. Porque no todo es oro (o más bien bronce, cristal y aluminio) lo que reluce. Estos gigantescos nidos de billonarios han sido considerados templos de la desigualdad, guetos que proyectarán sombras sobre Central Park durante décadas sin que sus habitantes hayan podido decir nada al respecto, agudizando la gentrificación de un lugar en el que se compra para invertir pero no para vivir. “En un contexto como Hong Kong, la urbe más densa del mundo, puedo entenderlo. En otros enclaves, como Manhattan, no es justificable. El im
“Para luchar contra el cambio CLIMÁTICO hay que aumentar la densidad de las CIUDADES y crecer a lo alto”. SHOP ARCHITECTS
pacto que estas moles causan al urbanismo no se corresponde con la minoría de personas que las van a utilizar”, remata Thorne. Anatxu Zabalbeascoa, periodista y expertas en estas lides, se pregunta “qué necesita un rascacielos para no ser mera especulación inmobiliaria y colaborar en la construcción de una ciudad”. El caso es que en Manhattan el aire está en venta y las constructoras compran el de sus vecinos, más modestos, para venirse cada vez más arriba. “Aquí el skyline está en permanente evolución y lo que lo hace único es esa mezcla de periodos, estilos y alturas. Cada uno representa una época histórica y los slender (esbeltos) son el presente —explica Gregg Pasquarelli, de SHoP Architects—. Hemos diseñado el 111 West 57th para sus afortunados compradores, pero también para los ocho millones de neoyorquinos que lo ven cada día, buscábamos que fuera la quintaesencia de Nueva York, nuestro tributo a la ciudad”. A su obsesión por unir forma, belleza y utilidad pública se une el 130 William de David Adjaye en el Lower Manhattan y el que están construyendo ellos mismos en Brooklyn, el 9 DeKalb. “La única manera de luchar contra el cambio climático es aumentar la densidad de las ciudades y dejar a la naturaleza en paz”, sigue Pasquarelli. Si Churchill tenía razón, y los edificios nos dan forma tanto como nosotros a ellos, estamos destinados a ser perpetuos arañadores de alturas. “Nada más poético y terrible que la lucha de los rascacielos con el cielo que los cubre”, escribió García Lorca. Concordamos.