Santa María
La diseñadora María Escoté llevó a un piso de hechuras clásicas en Madrid su kitsch y colorido mundo. Un mix entre lo señorial y lo descarado que milagrosamente funciona.
Entramos en el refugio en Madrid de la diseñadora María Escoté, un piso de acabados señoriales en el que su estilo kitsch, colorido y poderoso encaja a la perfección.
Cuando hace cuatro años la diseñadora María Escoté visitó este apartamento junto al Palacio Real de Madrid lo tuvo claro. “Sentí que había encontrado mi casa. Era esta”, confiesa enfundada en un colorido vestido de lana que casi la mimetiza con los cojines del sofá de su salón. A pesar de ser una de las creadoras de moda más rompedoras del país, cayó seducida por su señorial ubicación, con vistas a la Plaza de Oriente, y por sus hechuras de casa de bien de finales del XIX. “El problema era que ya estaba reservada así que me fui destrozada, soñé con ella durante dos noches, y se lo conté a mi madre que me dijo: ‘Si es para tí, la conseguirás”. Al tercer día la llamaron, el piso era suyo. Tras este golpe de suerte, la barcelonesa se encargó de plasmar su sello en sus 200 m2 con salón-comedor, cocina, estudio y tres dormitorios contraponiendo la seriedad reinante de los techos altos, las molduras y contraventanas de madera a su particular mundo. “No me puedo desprender de lo que hago o lo que soy –cuenta–. Por eso es muy Escoté. Para mucha gente sería un caos pero es 100% yo”. Uno de sus grandes referentes, su padre, Ferrán Escoté, de profesión colorista, está casi omnipresente: él le inculcó el amor por los tonos potentes y dos de sus cuadros presiden su salón e inspiran los colores elegidos. A la hora de abordar el interiorismo, María unió fuerzas con Ikea que, a través de su equipo de diseño, le dio el necesario toque familiar y funcional a su locura cromática. Lo comprobamos en la biblioteca, para la que la modista barajaba numerosos refererentes, como las de Elsa Schiaparelli o Diane von Fürstenberg, y que se amuebló con las míticas estanterías Billy, en edición limitada amarilla, y una mesa de mármol negro con veta blanca hecha por el servicio de encimeras del gigante sueco. Como no podía ser de otra forma para una diseñadora, los textiles se eligieron con
esmero y se decantó por el peluche, de los favoritos de Escoté, el pelo sintético, la lana o un tapizado capitoné amarillo que toma la pared de la chimenea. “Barajamos morados y rosas pero decidí que fuera amarillo porque es uno de mis fetiches. Además, durante el confinamiento me di cuenta de que me da mucha paz”, relata. Otra apuesta arriesgada fue su dormitorio: tiñó las paredes de un inusitado negro e Ikea propuso amueblarlo con unos armarios personalizados que remiten al Grupo Memphis. “El negro para mí es luz, es como el blanco, porque a partir de ahí puedo trabajar. Y esta habitación es como mi propio búnker, duermes divinamente”, explica. A pesar de tanto atrevimiento, ninguna decisión eclipsa las numerosas obras de arte que invaden casi cada rincón de las paredes (“aunque las sigo viendo un poco vacías”, cuenta entre risas), de artistas como Manuel León, Matías Sánchez, Marion Peck y, por supuesto, su padre, o sus piezas de diseño favoritas, como las sillas Bold de Big-Game o la lámpara-palmera de neón regalo del socio que puso a la venta su primera colección de ropa. Como María, todo es potente, tiene personalidad y fuerza. Pero, como por arte de magia, todo encaja. Era cosa del destino. MARIAESCOTE.COM