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PREDICAR EN EL DESIERTO

Sus pinturas, retratos, vestuario y casas ayudaron a crear el mito. En Brillos y Ladrillos visitamos la hacienda de Georgia O´Keeffe en Abiquiú ahora que el Thyssen Bornemisza inaugura una gran retrospect­iva de su obra.

- por JESÚS CANO

La obsesión por unas ruinas –en aquellos momentos llamarlo casa hubiera sido una osadía– duró 10 años. Estaban en Abiquiú, un pueblo de Nuevo México, cerca del Rancho Ghost donde pasaba los veranos pintando. El descubrimi­ento –o el flechazo, ustedes eligen– fue en 1935. En una visita al mercado encontró un muro derruido. Tras él se adivinaban un jardín abandonado y un patio. “Ese muro con una puerta era algo que yo tenía que tener”, pensó. Y se puso a ello. El propietari­o pensaba montar un motel. Tras insistir, hubo oferta. Sería suya por 6.000 dólares, pero era demasiado. Aún así, Georgia O’Keeffe (Wisconsin, 1887-Nuevo México, 1986) mantuvo su cita anual con el estado del Oeste cuando llegaba el calor a Manhattan, donde vivía con su marido, Alfred Stieglitz (1864–1946). El galerista y fotógrafo se trasladaba al norte de Nueva York con la subida de las temperatur­as. Ella había dejado de acompañarl­e hacía años. En 1929, ante la imposibili­dad de pintar junto a tanta gente que se reunía en torno a él, “su círculo”, decidió poner tierra de por medio y buscar su sitio. “Tan pronto como

vi Nuevo México, esa fue mi patria. No había visto nada así antes, pero me encajaba exactament­e. Es algo que está en el aire, es simplement­e diferente”, repitió durante su vida. Empezó un ritual, los veranos en Nuevo México, el otoño en la casa de vacaciones de Alfred en Lake George y los inviernos en la Gran Manzana. En 1940 compró la casa del Rancho Ghost. Eran cuatro paredes y cinco hectáreas en mitad del desierto. Pero no había olvidado las ruinas de Abiquiú ni su patio. Llega la guerra. Fallece el dueño y la Iglesia Católica es su heredera. A finales de 1945, Dios mediante, hubo acuerdo. Es una buena compra, viene con derecho a tierras y agua. El verano de 1946 puede empezar la reforma. ¡Por fin! A los pocos días de llegar, un telegrama le anuncia que su esposo ha tenido un derrame. Vuelve a Nueva York. En la habitación del hospital se encuentra con Alfred y su amante, Dorothy Norman. No hay escándalo. A los pocos días, Stieglitz fallece y a ella le ofrecen una retrospect­iva en el MoMA. Abiquiú tiene que esperar. En esa época Georgia es ya una pintora afamada. Stieglitz la ha representa­do y vendido bien. Ella había frecuentad­o la galería de él, 291, en la Quinta Avenida, pero no es hasta 1916 cuando se conocen. Ella tiene 29 años, él 52. En 1918 se traslada a Nueva York. En una sesión de fotos en su casa, la mujer de él –una rica heredera de la cerveza– les sorprende. Georgia está desnuda. El divorcio tarda seis años en llegar y en 1924 se casan. Empieza a pintar las flores a gran tamaño. Él resalta sus connotacio­nes sexuales. Son un éxito. Siguen juntos dos décadas después, aunque su relación no es convencion­al. Tras la muerte de Alfred se dedica a poner en orden la herencia y su colección, pero no desiste de empezar a reformar Abiquiú. Maria Chabot (1913–2001) es la solución. Escritora amateur, trabajó en la Asociación de Asuntos Indígenas del estado y fue una de las fundadoras del Mercado Indio de Santa Fe. Había pasado algún verano en Ghost. Le solucionab­a la vida a O’Keeffe. Hablaba español. Ella se encargará de iniciar la rehabilita­ción. Empiezan una larga conversaci­ón por carta. Hay más de 700. "Nunca había encontrado nada tan romántico como este edificio destartala­do, una ruina en realidad... Me tomó seis meses sacar a los cerdos de la casa”, escribe en una. Charbot asume el papel de arquitecta, contratist­a y jardinera. Conoce bien al cliente. No hay discusione­s. Las obras duran cuatro años, los mismos que Georgia tarda en repartir la herencia de su marido. O’Keeffe supervisa a distancia. No buscaba una reinterpre­tación del estilo colonial español o nativo americano. “Quería que fuera mi casa”, apunta. Conoce el trabajo de Philip Johnson, Van der Rohe y Lloyd Wright. Chabot en cambio era más partidaria de lo autóctono. "Es

“TAN PRONTO COMO VI NUEVO MÉXICO, ESA FUE MI PATRIA. NO HABÍA VISTO NADA ASÍ ANTES, PERO ME ENCAJABA EXACTAMENT­E”. Georgia O'Keeffe

difícil encontrar algo moderno tan satisfacto­rio como la tierra enlucida”, escribe en otra carta. Chabot altera las funciones de algunas estancias, derriba alguna pared para hacer más grande el cuarto de estar y abre una nueva puerta. La luz es la clave para llevar este edificio del siglo XVIII al XX. En el estudio de Georgia, esa fusión inédita entre lo tradiciona­l y el Movimiento Moderno se ve clara. La nave principal recupera el techo con vigas nuevas que imitan a las antiguas. Se abren tragaluces que hacen más dramática la luz. En el dormitorio, una gran ventana en esquina se abre al valle del río Chama, su "patio trasero”. Hay una habitación sin techo donde el sol proyecta sombras duras con las vigas desnudas. La cocina se adelanta a su época, incluye comedor y una zona de estar. Los casi 500 m van tomando forma y, durante décadas, no dejan de cambiar. En los sesenta, un gran ventanal aparece en el cuarto de estar enmarcando un tamarisco. Los marrones llegan a las paredes en los setenta. Hay un Calder y un Dove. El mobiliario es rabiosamen­te moderno. Hay piezas de Alexander Girard y de los Eames. También encontramo­s a Eero Saarinen, unas tumbonas Barwa de Bartolucci y Waldheim sobre alfombras navajas y, en el patio, las sillas Butterfly de Jorge Ferrari-Hardoy. Y por supuesto hay hueco para su colección de piedras o sus esqueletos de animales. “Está bastante vacía, solo lo que necesito está en ella”, comentó Georgia. Se mudó en 1949 y vivió aquí hasta 1984. Sus dos últimos años los pasó en Santa Fe. Decía que, arquitectó­nicamente, no era una obra maestra, sino una casa que, simplement­e, creció. Pero con ella creó una identidad más allá de sus lienzos. Del mismo modo que utilizó sus retratos o su vestuario siempre en blanco o negro, sus casas debían de reforzar su imagen como mujer y artista independie­nte y audaz. Defendía que incluso los actos más pequeños de la vida cotidiana deben hacerse de manera hermosa. Había estudiado la filosofía y el arte chino y japonés. Necesitaba una pared blanca, vacía, para visualizar una composició­n. Siempre hizo lo que quiso, incluso sorprendió al mundo del arte dejando su herencia a Juan Hamilton, un alfarero que la acompañó sus últimos trece años. Él era seis décadas más joven. Su familia impugnó el testamento. Se solucionó fuera de los tribunales. El acuerdo nunca ha sido desvelado.

“MI CASA EN ABIQUIÚ ESTÁ BASTANTE VACÍA, SOLO LO QUE NECESITO ESTÁ EN ELLA”. Georgia O'Keeffe

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 ?? ?? El estudio de Georgia O'Keeffe en Abiquiú, Nuevo México. El ventanal de la esquina es el de su dormitorio. El otro y la puerta correspond­en a la sala donde trabajaba. En la otra página: Georgia O'Keeffe en 1960 en Abiquiú con una pintura de la serie de la pelvis.
El estudio de Georgia O'Keeffe en Abiquiú, Nuevo México. El ventanal de la esquina es el de su dormitorio. El otro y la puerta correspond­en a la sala donde trabajaba. En la otra página: Georgia O'Keeffe en 1960 en Abiquiú con una pintura de la serie de la pelvis.
 ?? ?? Amapolas Orientales (1927), de la serie de “lores gigantes que fueron un best seller en su época. Abajo, en una de las habitacion­es, tumbona
Barwa diseño de Bartolucci y Waldheim de 1948.
Amapolas Orientales (1927), de la serie de “lores gigantes que fueron un best seller en su época. Abajo, en una de las habitacion­es, tumbona Barwa diseño de Bartolucci y Waldheim de 1948.
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 ?? ?? Vista del cuarto de estar, después de la última reforma de 1970. En ella destaca el gran ventanal con vistas al tamarisco y la butaca Womb de Eero
Vista del cuarto de estar, después de la última reforma de 1970. En ella destaca el gran ventanal con vistas al tamarisco y la butaca Womb de Eero
 ?? ?? Saarinen. Abajo, Georgia O'Keefe realizó casi una veintena de versiones de la puerta negra de su patio. Ésta es de 1954 y se titula Puerta negra con rojo.
Saarinen. Abajo, Georgia O'Keefe realizó casi una veintena de versiones de la puerta negra de su patio. Ésta es de 1954 y se titula Puerta negra con rojo.
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Abajo, un rincón de su estudio, con los tragaluces del techo y mobiliario diseñado por ella. Para el despacho y para la mesa del comedor usó madera contrachap­ada, su favorita.
Otra versión de la puerta negra. Ésta es de 1956 y se titula Patio con nube. Abajo, un rincón de su estudio, con los tragaluces del techo y mobiliario diseñado por ella. Para el despacho y para la mesa del comedor usó madera contrachap­ada, su favorita.
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 ?? ?? El cuarto de estar con el banco y la chimenea de obra es de los años 70, cuando algunas de las paredes dejaron de ser blancas y pasaron a tonos tierra. En el alféizar de la ventana, su colección de piedras.
El cuarto de estar con el banco y la chimenea de obra es de los años 70, cuando algunas de las paredes dejaron de ser blancas y pasaron a tonos tierra. En el alféizar de la ventana, su colección de piedras.

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