ISAMU NOGUCHI
No fue un diseñador, sino un escultor del ESPACIO, un poeta visual que creó jardines, tótems públicos, escenografías para TEATRO y pequeños objetos cotidianos que ahora expone la Barbican Gallery de Londres.
Su padre era un icónico poeta japonés que llevaba
su mismo nombre y su madre, una respetada escritora norteamericana llamada Leonie Gilmore. Isamu Noguchi (Los Ángeles, 1904-1988) tenía difícil ser una persona convencional y su vida se convirtió en un viaje de opuestos: de Estados Unidos a Europa, de Japón a China, México o la India y de la escultura al diseño, el teatro y el paisajismo. Un aprendizaje a veces muy duro cuya primera parada fue Tokio cuando tenía apenas tres años y su progenitor decidió casarse con otra mujer (nipona). A los 13, sin embargo, volvió a su país de nacimiento para estudiar, primero medicina en la Universidad de Columbia y más tarde Arte también en Nueva York. Pero fue una beca la que le cambió la vida y le llevó a trabajar en el taller parisino de Constantin Brâncusi en 1927. "Él me hizo darme cuenta de que lo que había aprendido hasta ese momento, la manera rápida de hacer las cosas, no valía. La clave no está en las soluciones inmediatas, sino en la búsqueda dentro de uno mismo. En mi trabajo intento encontrar algo irreductible, una ausencia de artificio e ingenio", explicó el maestro décadas después. Y ese elogio de la lentitud,
o de las sombras (como escribió Tanizaki) le acompañaría toda su vida. En los años 30 nos encontramos a Noguchi en México realizando un mural fuertemente político, como muchas de sus piezas de esa década. En 1935 comenzó su larga colaboración escenográfica con la bailarina Martha Graham y la coreógrafa Ruth Page. En el 38 modeló su primera escultura pública de acero en la entrada del edificio de Associated Press en el Rockefeller Center reivindicando la libertad de prensa y durante la Segunda Guerra Mundial estuvo internado en uno de los campos de concentración para japoneses americanos en EEUU. Hablando de experiencias transformadoras, esta fue una de ellas. La adversidad le llevó a crear sus esculturas lunares, muy influidas también por sus conversaciones con su amigo Buckminster Fuller, que fueron el germen de uno de sus iconos de diseño: las
lamparitas Akari, hechas a partir de técnicas artesanales niponas. "La escultura puede ser muy poderosa si se aplica a los objetos cotidianos", dijo. El horror de Hiroshima le impulsó a modelar cerámicas y piezas obsesionadas por la paz y la no violencia durante los años 40 y 50, además de su famosa coffee table de cristal y madera, pura poesía. Más tarde, su pasión por el observatorio astronómico indio Jantar Mantar se tradujo en enormes esculturas cósmicas por todo el mundo que levantaría durante sus últimos 30 años de vida, como la Red Cube de Broadway y en jardines como el de la UNESCO en París, el de la Universidad de Yale o el Billy Rose Garden of Sculpture en el Museo Nacional de Israel en Jerusalén. Para Jane Alison, directora del departamento de Visual Arts de la Barbican Gallery de Londres: "Isamu empujó de forma constante los límites del arte, experimentando con materiales, escala y espacio para crear obras que tuvieran una finalidad. Veía la escultura como un medio para crear armonía entre los seres humanos, la industria y la naturaleza, como una forma de mejorar nuestra vida, una invención, un juego". Noguchi. Del 30 de septiembre al 9 de enero en la Barbican, Londres. barbican.org.uk