El arte de la luz
Desde pequeña aprendí a convivir con la luz como un elemento de emoción. La luz filtrada entre las nubes del horizonte me regalaba a diario atardeceres apoteósicos cuando trataba de estudiar frente al ventanal de mi cuarto, o cuando a la orilla de la playa de la Malvarrosa jugaba con mis hermanos, como en ese cuadro de Sorolla en el que hemos vivido tantas veces. Hoy paseo por Madrid, y miro de pronto al cielo, y hay días en los que se produce ese momento mágico de la luz suspendida entre la bruma que sostiene el frío sol de invierno. Es justo en ese momento cuando trato de advertir a la persona que me acompañe con el fin de que sienta conmigo la emoción de ese instante. Mi amiga Esther dice que a ella le gustaría sentirla como la siento yo, pero que no todos sentimos igual. Desde mediados del siglo XIX la luz se convierte en la obsesión de la pintura de la época, y un siglo antes, Francisco de Goya ya genera ese primer diálogo mucho más inquietante con los puntos de luz entre la penumbra. Es justamente esto lo que inspira gran parte de la obra del artista californiano James Turrell, y se lo cuenta él mismo a Arantxa Neyra en una entrevista en exclusiva en este número de marzo de AD España. Su talento al convertir los espacios en una experiencia sensorial a través del color lo encumbra entre los pocos artistas capaces de generarnos ese aleteo de una mariposa en la boca del estómago. Y así lo ha vuelto a conseguir en Ta Khut, el primer observatorio independiente que ha proyectado en Uruguay. Seguramente el lugar donde quisiéramos perdernos esta primavera que empieza ya a hacernos mucha falta y probablemente donde yo llevaría a mi amiga Esther, porque sé que ahí sentiría la emoción de la luz como no lo ha hecho nunca.