«Toda la sociedad pagará la
▼ El Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos concluye este viernes su encuentro mundial en Ávila. Representantes de 42 países, líderes sindicales y el director de la oficina de la OIT en España han analizado los nuevos retos a los que se enfrenta el
Anadie le extraña comprar una prenda de ropa fabricada en China, Bangladés o Marruecos. El fenómeno de la deslocalización ha revolucionado el mercado laboral mundial en las últimas décadas, y no necesariamente para bien. De los millones de personas que fabrican en el Tercer Mundo productos textiles para los países ricos, muchos no tienen cubiertos sus derechos más básicos.
Más novedoso resulta solicitar por el móvil un coche de la plataforma Uber en vez de coger un taxi, o pedir comida a domicilio y que la lleve a casa un repartidor de Deliveroo en bicicleta. Estos nuevos servicios pueden contribuir a aumentar la precariedad y disminuir los derechos laborales del mismo modo que ya lo ha hecho la deslocalización de fábricas. De hecho, en torno a estas empresas ya han surgido conflictos sociales como la guerra de los taxistas contra Uber, o la huelga de repartidores de Deliveroo, una empresa que está siendo investigada por la Inspección de Trabajo.
El nuevo panorama laboral también preocupa a la Iglesia. Esta semana Ávila acoge el encuentro del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos, que pretende iluminar este ámbito a la luz de la doctrina social de la Iglesia. Uno de los expertos invitados ha sido Joaquín Nieto, director de la oficina en España de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Nieto enmarca la uberización (por la marca Uber) dentro de un marco más amplio, la «economía gig». Gig en inglés significa bolo: un artista va a un local, actúa y cobra. Del mismo modo, las nuevas tecnologías hacen posible que las empresas tengan a su disposición multitud de trabajadores, sin sueldo fijo ni contrato. Cobran por encargos puntuales: trayecto en coche o reparto, pero también traducciones a menos de un céntimo por palabra.
Las críticas a estos nuevos modelos económicos contrastan con su éxito social.
El servicio que ofrecen puede estar cubriendo huecos de oferta que no existían antes, o haciéndolo a un menor precio. Esto es legítimo.
¿Es una muestra del auge de la economía colaborativa?
La economía colaborativa tiene un futuro espléndido. Pero es una palabra equívoca. Puede designar a entidades más colaborativas, como BlaBlaCar [para compartir coche en viajes, NdR], o a fenómenos no colaborativos, sino desequilibrados e injustos como Uber. Aparenta ser una asociación de personas para ofrecer un servicio. Pero un juez de Londres sentenció que no es así; que es una empresa con miles de trabajadores, que establece cómo deben realizar su trabajo y si no, los penaliza. Están a disposición de la empresa, pero sin contrato. Las condiciones de trabajo es el segundo aspecto de estas empresas que tener en cuenta.
¿Cómo es eso posible hoy?
Normalmente entran en el mercado buscando huecos para proponer nuevas formas de relaciones económicas que no entran dentro de la regulación laboral. Adoptan formas muy variadas. Una de ellas es el contrato de cero horas: el compromiso de la empresa hacia la contraparte va desde las cero horas hasta la jornada completa, pero a esta se le exige que esté disponible.
Además de la precarización, se alerta de que parte de algunos sectores pasará a la economía sumergida. ¿Qué más implicaciones hay?
El trabajo no es una mercancía, porque lo desarrollan personas y estas son sujetos de derechos. Pero en estas nuevas relaciones no se tiene en cuenta el trabajo ni la persona que está detrás. Además en algunas de ellas los trabajadores no existen como tales, no hay contrato ni relación laboral, y por tanto no tienen representación. Cualquier relación de este tipo tiene que ser laboral, no falsearse para esquivar las obligaciones de toda empresa.
¿Esto afecta al resto de trabajadores, o solo a los implicados?
Toda la sociedad pagará que se pierdan derechos laborales, que se devalúen los salarios o haya menor protección social.
¿Es posible regular un campo en el que cualquier empresa puede crear