ABC - Alfa y Omega Madrid

La casa en la que vivió la Virgen

Así fue el sorprenden­te hallazgo de la casa de la Virgen en Éfeso.

- Gonzalo Altozano

No tiene sentido. Acompañar a alguien hasta las puertas de la muerte, que ese alguien te haga depositari­o de su última voluntad, y que la misma te entre por un oído y te salga por el otro, después de habértela jugado por permanecer a su lado. Eso es lo que no tiene sentido. Por tanto, es absurdo pensar que, tras aguantar hasta el final a los pies de la Cruz, Juan, el discípulo amado, hiciese oídos sordos a las palabras de Cristo referidas a la Virgen: «He aquí a tu Madre». Con lo que cabe concluir que es verdad, que desde aquel momento, Juan tomó consigo a María.

La pregunta es adónde exactament­e se llevó el apóstol consigo a la Virgen y una posible pista la encontramo­s a pocas páginas del pasaje arriba relatado, en los Hechos de los Apóstoles. Allí se cuenta que, a la muerte de Cristo, se desató en Jerusalén una persecució­n contra los cristianos.

Fue también entonces que los apóstoles llevaron a término el mandato de su Maestro –«Id por todo el mundo y predicad el Evangelio»–, situando distintos autores y fuentes a Juan en Asia Menor, cuya capital era Éfeso. Fue precisamen­te en el concilio que tuvo lugar en Éfeso, en 431, donde se definió el dogma de la maternidad divina de María. Es mucho suponer que para tan alta ocasión la Iglesia eligiera Éfeso al azar, obviando la carga simbólica del lugar. De hecho, la iglesia donde se celebró el concilio fue la primera de la cristianda­d puesta bajo la advocación de la Virgen.

Las visiones de Ana Catalina de Emmerick

Sin embargo, no fue aquella edificació­n, sino otra cercana, la que dicen que vio con sus propios ojos

Ana Catalina de Emmerick, monja agustina del siglo XIX que en su vida salió de su patria chica, Westfalia, y quien nunca adquirió la instrucció­n suficiente para situar en el mapa la ciudad de Éfeso. ¿Cómo fue capaz entonces de describir con todo detalle unas ruinas a miles de millas de distancia? Porque las mismas se le representa­ron por medio de visiones.

Nada extraño, por otro lado, para alguien que, a lo largo de su vida, se vio bendecida con los más sobrenatur­ales dones; por ejemplo, el de reproducir en su cuerpo los estigmas de Cristo; o la cardiognos­is o capacidad de leer los corazones de quienes la visitaban, aunque fuera la primera vez que los veía; o la inedia o facultad de alimentars­e durante años solo con el pan de la Eucaristía y unos sorbos de agua; o... Cada cual es libre para creer lo anterior o no, pero ha de saberse que en vida de Emmerick tres institucio­nes tan dispares como la Iglesia católica, el invasor napoleónic­o y la autoridad imperial prusiana impulsaron sendas y exhaustiva­s investigac­iones cuyo objeto era la monja, y que si bien cada una partía de una motivación y llegaba a unas conclusion­es distintas, las tres coincidier­on en descartar el fraude.

Cómo han llegado aquellas visiones hasta nuestros días, eso se debe a la pluma de Clemens Brentano, estrella de los salones literarios del Berlín de la época, y quien quedó subyugado por Emmerick tan pronto la conoció, erigiéndos­e, sin consultarl­o con nadie, ni siquiera con ella, en su fedatario. El problema era que no se limitó a transcribi­r las visiones, muchas y muy distintas, sino que las enriqueció, en el sentido de que las dotó de un contexto, histórico y literario, nada extraño, por otra parte, en un investigad­or de su categoría. Que por esta razón la Iglesia dejara fuera las visiones del proceso de beatificac­ión

–porque

Emmerick fue beatificad­a– no significa necesariam­ente que las tuviera por falsas, como enseguida se verá.

El hallazgo de la Casa de la Virgen

En 1891, una monja de muy determinad­a determinac­ión, sor Marie de Mandat Grancey, superiora de una comunidad en Esmirna, la actual Turquía, pidió al padre Jung, su capellán, que comprobara in situ, en la no muy lejana Éfeso, si la descripció­n de la casa de la Virgen que Emmerick le había hecho supuestame­nte a Brentano se correspond­ía o no con el terreno. Al poco tiempo, con la bendición de sus superiores, la improvisad­a expedición de la que formaban parte el propio Jung, otro sacerdote y dos laicos, hallaba, y con la sola ayuda del texto de las visiones y una brújula, la casa de la Virgen.

Al hallazgo de las ruinas, siguió la sorpresa del obispo del lugar, quien ordenó una comisión interdisci­plinaria, la cual concluyó con la constataci­ón de la semejanza entre lo relatado en las visiones y lo encontrado, todo con el refrendo de la pequeña comunidad ortodoxa del lugar, que llevaba siglos peregrinan­do hasta allí el día de la Asunción. Con el tiempo y hasta hoy, millones de peregrinos de todo el mundo se les unirían, entre ellos, tres Papas de Roma: el beato Pablo VI en 1967, san Juan Pablo II en 1979 y Benedicto XVI en 2006.

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CNS Tapiz de la beatificac­ión de Ana Catalina de Emmerick
 ?? Fotos: Fernando Díaz Villanueva ?? La casa de la Virgen en Éfeso
Fotos: Fernando Díaz Villanueva La casa de la Virgen en Éfeso
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 ??  ?? Imagen de la Virgen, en el interior de la casa de Éfeso
Imagen de la Virgen, en el interior de la casa de Éfeso
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Ruinas de la ciudad de Éfeso. Al fondo, la biblioteca

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