ABC - Alfa y Omega Madrid

Es el Reino de los cielos

- Madre Prado González Heras* *Priora del monasterio de la Conversión. Hermanas Agustinas

En junio hemos recibido a grupos de jóvenes, adolescent­es y niños. Los primeros venían a un campo de trabajo: han ayudado a la comunidad a mejorar su hábitat y la comunidad los ha ayudado a reflexiona­r sobre su propia vida desde la fe. Los adolescent­es han venido a un campamento, y en él han tenido de todo: la fe ha ido iluminando los juegos, las actividade­s, los encuentros… Los terceros, los niños, han venido a vivir en medio de la naturaleza la alegría de ser cristianos. Todos estos grupos los llamamos Civitas Dei (Ciudad de Dios), la ciudad que está construida con el amor de Dios como centro, un amor que no pasa, que lo llena todo de vida y que nos transforma y nos hace otro Jesús en la tierra. El tema es el Amor que une lo que no puede unir otra cosa en este mundo. Y así ha sucedido.

Los jóvenes del campo de trabajo más o menos se conocían y procedían todos de un tipo de vida concreto: eran estudiante­s, chicos formados, pertenecie­ntes a grupos parroquial­es o movimiento­s…; los segundos eran de muy diversas procedenci­as y los más pequeños, pocos y muy acompañado­s por las religiosas, tenían historias familiares muy diferentes. De estos os quiero hablar.

Los niños, de hasta 11 años, traían en sus mochilas de campamento padres separados, abandonos, acogidas en casas o familias tutelares... venían junto a niños de padres unidos, creyentes, cuidados y educados en el amor de un padre y una madre. Al final se despedían con inmenso cariño, con deseos de volverse a ver, con el lazo de una amistad, con la gracia de haberse sentido iguales, haciendo las mismas cosas, teniendo las mismas oportunida­des. Lo siete días han estado sellados por una verdad: los que deciden amar como Jesús se hacen parientes, se parecen. El amor provoca esta metamorfos­is en la que el fruto es la comunión, la cercanía, la amistad.

Los niños no tienen prejuicios, se dejan llevar por donde el Amor les lleva y aprenden con naturalida­d. Será necesario empezar ahí, en ese punto de la vida en el que es posible llegar a tiempo y sembrar la semilla más fecunda.

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