El héroe a quien Cristo dirigió hacia las personas con discapacidad
100 años del nacimiento de Leonard Cheshire ▼ La guerra hizo de Leonard Cheshire (1917-1992) un héroe multicondecorado y el éxito bélico le hizo perder la fe anglicana. Hasta que estuvo en Nagasaki. El horror absoluto le hizo poco a poco reconsiderar su a
«Leonard Cheshire fue uno de los hombres más destacados de su generación, probablemente el más destacado», escribía en The Independent el mariscal del Aire Sir Christopher Foxley-Norris al día siguiente de la muerte de uno de los pilotos más condecorados de la Royal Air Force (RAF) durante la II Guerra Mundial. Era el 31 de julio de 1992. Pocas horas antes había fallecido Cheshire, víctima de una esclerosis lateral amiotrófica.
La frase de Foxley-Norris no era el elogio sentido ante la muerte de un compañero de batallas; era más bien la plasmación de una opinión generalmente admitida entre muchos británicos que vivieron la guerra y la posguerra. Leonard Cheshire brilló en todo lo que hizo: en la universidad, en la RAF y, sobre todo, en los 44 años que dedicó a crear y desarrollar la más extensa red de atención a las personas con discapacidad que hoy existe en Gran Bretaña.
102 misiones con éxito
En contra de lo que sucede a menudo en este tipo de trayectorias, Cheshire no procedía de una familia humilde ni tuvo que ponerse a trabajar desde niño para ayudar en su casa. Antes al contrario: vino al mundo el 7 de septiembre de 1917 en un hogar acomodado y de alto nivel intelectual. Su padre, Geoffrey Cheshire, era un importante jurista que contribuyó de forma notable a la renovación del derecho mercantil británico.
El joven y curioso Leonard aprovechó al máximo esta existencia despreocupada para satisfacer una inagotable curiosidad intelectual y vital. Por ejemplo, durante una estancia veraniega en Alemania, no resistió a la tentación de asistir a un mitin de Hitler. Ya en Oxford –donde se licenció en Derecho con unas calificaciones extraordinarias–apostó una cerveza con un amigo a que llegaba andando a París (salvo el cruce del canal de la Mancha) con unos cuantos peniques en el bolsillo. Ganó la apuesta.
La siguiente apuesta no la eligió y fue mucho menos lúdica. Pero la superó con creces. Según se acercaba la Guerra Mundial, la RAF aceleró la formación de pilotos fuera de su ámbito. Uno de los eran las universidades. Cheshire se alistó en el escuadrón de Oxford y para cuando estallaron las hostilidades, ya estaba cualificado como piloto.
La prueba de fuego vino en el otoño de 1940. Por esas fechas, el Reino Unido padecía de forma inmisericorde los bombardeos de la Luftwaffe desde la primavera anterior. Era la batalla de Inglaterra. La RAF, en inferioridad numérica, supo sacar partido de los errores enemigos e impedir la invasión de las islas.
Pero había que responder. Y a finales de noviembre, Cheshire recibió la orden de bombardear unas instalaciones cerca de Hamburgo. Cumplió, pero no evitó el fuego alemán. La pericia que demostró para volver a su base con un avión casi hecho añicos le hizo merecedor de la Orden del Servicio Distinguido. Al final del conflicto le sería otorgada tres veces. Otra vez fue la Cruz del Servicio de Vuelo.
La culminación de condecoraciones llegó en julio de 1944 con la Cruz de Victoria, la máxima distinción militar británica, con precedencia sobre cualquier otra. El decreto de conce-