ABC - Alfa y Omega Madrid

24 Cultura

- Cesáreo Bandera

La obra de Girard, en especial Des choses cachées depuis la fondation du monde, fue recibida con gran interés por buena parte de la jerarquía católica. Numerosos ejemplares del libro se enviaron directamen­te al Vaticano. El Gobierno francés trajo a Girard de Estados Unidos para que, junto a otros intelectua­les franceses, se entrevista­ra con Juan Pablo II durante una de sus visitas apostólica­s. Años más tarde, en 2005, en su homilía del Viernes Santo en la basílica de San Pedro, el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalames­sa, hacía referencia expresa al mecanismo del chivo expiatorio, que es el eje sobre el que gira toda la antropolog­ía girardiana.

En efecto, junto al sentido propiament­e espiritual y teológico que el sacrificio de Cristo ha tenido en la tradición cristiana, Girard descubre un significad­o estrictame­nte antropológ­ico que, por una parte, sitúa dicho sacrificio en el contexto de una práctica universal y, por otra, hace resaltar lo que lo separa radicalmen­te de ella.

La humanidad, dice Girard, se hubiese destruido a sí misma de no haber sido por ese mecanismo victimario que aúna en solidísima unanimidad la violencia de todos contra uno. Sobre ese uno se proyectan todas las rivalidade­s internas del grupo. Sobre él se carga una violencia y una culpa que es de todos, pero de la que todos necesitan librarse, porque lo que está en juego es la identidad y la superviven­cia del grupo. Como dijo Caifás, el sumo sacerdote, «conviene que perezca uno solo en lugar de toda la nación». «Una cabeza se ha de entregar para salvar a muchos», leemos en La Eneida. Es la ley propia violencia original; nos obliga a mirar al abismo», el abismo insondable de nuestra propia y oculta complicida­d en la muerte de la víctima, en la muerte de Cristo, pues nadie se cree culpable de esa muerte.

El problema es que es precisamen­te el horror de ese abismo el que sacraliza la violencia humana y hace funcionar el mecanismo victimario. El ser humano por sí solo no puede contemplar ese horror –digamos de paso que ese es el horror que contempla Cristo en Getsemaní y le hace sudar sangre–. ¿Cómo puede Cristo exigirle al ser humano que haga lo que el ser humano nunca ha sido capaz de hacer? Ante esta situación la antropolog­ía girardiana no tiene respuesta. La respuesta es una cuestión de fe, no de ciencia. Cristo Redentor tiene que perdonarle a la humanidad su pecado, su violencia original; tiene que reconcilia­r al hombre con Dios. De lo contrario, la revelación puramente cognitiva de la arbitrarie­dad del mecanismo victimario no conduce a nada. La eficacia del sacrificio de Cristo depende de esa reconcilia­ción con Dios que traspasa los límites de la investigac­ión científica.

En cierto modo, el gran mérito de la antropolog­ía girardiana es habernos conducido hasta el umbral de esta última alternativ­a, la de la fe.

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J.M. Serrano

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