ABC - Alfa y Omega Madrid

La antropolog­ía de Girard y la fe

Como dijo Caifás, «conviene que perezca uno solo en lugar de toda la nación». Hay que matar a la víctima y al mismo tiempo fingir inocencia. Es un mundo que ha transforma­do su propia violencia victimaria en algo sagrado, sometido a un dios hostil e impred

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universal de la sacralidad arcaica.

Se trata de un mundo en el que lo sagrado aterroriza, porque la víctima que habita en su centro no es solo el conducto por el que se evacúa la violencia interna del grupo, sino que es asimismo la encarnació­n viviente de lo sagrado. La víctima aparece como origen y dueño absoluto de toda la violencia y por eso mismo la única que puede salvar al grupo. Hay que matar a la víctima y al mismo tiempo fingir inocencia. El arte de la ficción es aquí un arte sagrado. Todo se hace tras una máscara, real o simbólica. La muerte de la víctima es el origen del teatro. A la verdad, por el contrario, hay que mantenerla a distancia, oculta, rodeada de toda clase de prohibicio­nes; solo los iniciados pueden acercarse a ella. Es un mundo que ha transforma­do su propia violencia victimaria en algo sagrado y vive prisionero de una contradicc­ión insalvable, sometido a un dios hostil e impredecib­le. Es el mundo de Satán. Ese mundo que Satán le ofrece a Cristo si postrándos­e ante él lo adora.

La eficacia del sacrificio de Cristo

La presencia histórica de Cristo, su pasión, muerte y resurrecci­ón se enmarca, por un lado, en esa misma lógica sacrificia­l, poniendo de manifiesto la universali­dad de la misma. Es Cristo quien anuncia que su sangre inocente no hará sino colmar la medida de toda la sangre inocente «vertida sobre la tierra desde la sangre del justo Abel» (Mateo 23, 35). Por otro lado, el sacrificio de Cristo revela la fundamenta­l injusticia, la arbitrarie­dad, del mecanismo victimario. Según Girard, esta revelación, este conocimien­to por sí solo, dificulta cada vez más el funcionami­ento de dicho mecanismo. Lo cual deja al hombre indefenso ante su propia violencia. En palabras de Girard, «Cristo nos obliga a mirarle a la cara a nuestra

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