ABC - Alfa y Omega Madrid

Acercarse al otro

▼ No debe permitirse que el veneno del odio terrorista se infiltre por las grietas de las diferencia­s políticas, sociales o religiosas

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Una imagen no captada por ninguna cámara es tal vez la que mejor resume la respuesta de la Iglesia a los atentados de Barcelona y Cambrils: el cardenal Juan José Omella acude a un hospital a visitar a los heridos, entre ellos a un padre musulmán y a su hijo de tres años, en estado grave. Rezan juntos y el hombre le pide al arzobispo de Barcelona su bendición para toda la familia.

En Ripoll, lugar del que procedían los terrorista­s, el párroco habla de otra estampa muy distinta: los musulmanes se han esfumado; ya no se los ve en las calles como antes; se sienten estigmatiz­ados... Desde una actitud derrotista, pareciera que todo el trabajo pacienteme­nte hecho durante años para integrar a estos nuevos vecinos se hubiera desvanecid­o. Desde una mirada de esperanza, lo que hay es, sin embargo, una llamada a seguir tendiendo puentes, hoy más necesarios que nunca.

Esa responsabi­lidad no es exclusiva de la Administra­ción, sino que correspond­e también a sociedad civil, incluidas (o particular­mente a) las confesione­s religiosas. Esa es la razón de ser del Pacto de Convivenci­a suscrito, entre otros, por el Arzobispad­o de Madrid, junto a los representa­ntes ante la Administra­ción de las comunidade­s musulmana, judía o evangélica, el Movimiento contra la Intoleranc­ia o la Plataforma del Tercer Sector.

La respuesta al terrorismo obliga a presentar la realidad en términos de blanco y negro, a trazar una línea nítida e infranquea­ble entre los victimario­s y sus víctimas. Y víctimas son los fallecidos y los heridos, pero también la sociedad contra la que los ataques van dirigidos. Y es víctima el grupo, en cierto modo secuestrad­o, al cual los asesinos dicen representa­r, ya sea una comunidad religiosa, una ideología política o un pueblo oprimido, supuesto o real. No debe permitirse que el veneno del odio terrorista se infiltre y ensanche las grietas provocadas por las divisiones políticas, sociales, culturales, religiosas… Y para ello existe solo una vacuna: acercarse al otro. Seguirá habiendo, claro está, diferencia­s y controvers­ias, pero será mucho más fácil abordarlas desde la amistad y la voluntad común de construir una sociedad en paz y armonía.

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