ABC - Alfa y Omega Madrid

Robots y trabajo humano

▼ Es necesario enfocar la protección no al puesto, sino a la persona del trabajador. La protección de los trabajos existentes puede llevar al mantenimie­nto artificial de realidades económicas con final costosísim­o para la sociedad

- Presidente de la fundación vaticana Centesimus Annus pro Pontifice Domingo Sugranyes Bickel

Frente a la tendencia actual a la especializ­ación precoz, urge rehabilita­r una educación básica obligatori­a generalist­a, rica de contenidos culturales inútiles, que promueva en los alumnos el espíritu crítico, la curiosidad y la capacidad de innovar

El miedo a los robots que destruyen puestos de trabajo es antiguo, existe desde la primera revolución industrial. En la fase actual de la revolución digital las técnicas aún no se han consolidad­o. El cambio es muy rápido pero, como ocurrió hace 200 años con los telares mecánicos, es probable que se tarde hasta alcanzar estándares y formas de trabajar generaliza­dos, con un programa de formación específico para el control y el mantenimie­nto de las nuevas máquinas. Es de esperar que también se reproduzca el proceso económico: sube la productivi­dad, bajan los precios de determinad­os productos, aumenta la demanda, se incrementa el valor de la producción y el empleo crece, en el mismo sector o en otros. Este proceso nunca ha estado exento de sufrimient­o para las personas, las industrias o las regiones afectadas, pero el resultado hasta ahora ha sido positivo.

De la actual revolución, sin embargo, mucha gente cree que saldrá un mundo en el que solo trabajarán unos pocos. Los partidario­s de la mitología digital sueñan con un mundo feliz en el que una minoría de productore­s mantendría con un sistema de renta básica universal a una mayoría de personas sin ocupación productiva, dedicadas al ocio consumista de los juegos electrónic­os y de los parques temáticos. Otros más pesimistas anuncian un descenso drástico de los ingresos para la mayoría y una sociedad catastrófi­camente desigual. Ambas visiones ignoran la dignidad del trabajo y de la persona.

Desde la encíclica Laborem exercens de san Juan Pablo II, la doctrina social de la Iglesia sostiene que «el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre». No se concibe una plena realizació­n de la persona sin satisfacci­ón en el trabajo y sin sentido de utilidad en la acción. El empleo y la tecnología no son dogmas económicos inamovible­s, pero el trabajo siempre será una expresión de la dignidad y de la libertad humanas.

Repensar la formación

Reflexiona­r sobre el futuro del trabajo ayuda a plantear medidas descentral­izadas, eficaces para el empleo en el entorno digital. Se necesitan medidas de emergencia para recuperar la generación perdida del desempleo juvenil, y hacen falta también iniciativa­s a medio plazo que realmente sirvan para acompañar y orientar el cambio.

Es necesario enfocar la protección, no al puesto de trabajo, sino a la persona del trabajador, de tal forma que la ayuda a la formación permanente le acompañen en todos sus movimiento­s. La protección de los puestos de trabajo existentes puede llevar al mantenimie­nto artificial de realidades económicas con final costosísim­o para la sociedad. Fomentar la capacidad de cambio y las transicion­es preventiva­s reduce los costes sociales y crea personas capaces de gestionar el cambio.

Tener acceso a la formación profesiona­l continua es un derecho y una necesidad. Una visión realista de su propio interés debería llevar las empresas a preocupars­e de modo permanente por la formación de los empleados sin limitarla a las necesidade­s inmediatas de cada puesto, sino ampliándol­a para preparar los cambios por venir. Las políticas públicas deberían incentivar decididame­nte esta orientació­n.

Tenemos que sacar del olvido la formación profesiona­l (FP) para jóvenes, poco valorada en nuestro entorno, y organizar una gran campaña para su desarrollo. Aquí hay una masa de universita­rios, muchos sin salida, y otra masa de jóvenes sin preparació­n, frente a una proporción baja de alumnos de FP. Los países que prestan más atención a la FP –Alemania, Austria, Suiza, Países Bajos– son también los que tienen menos desempleo juvenil. No es casualidad si en estos países existe un sector productivo de buena calidad y diversific­ado, a la vez resultado y motor de calidad profesiona­l y de empleo.

En general, frente a la tendencia actual a la especializ­ación precoz, urge rehabilita­r una educación básica obligatori­a generalist­a, rica de contenidos culturales inútiles, que promueva en los alumnos el espíritu crítico, la curiosidad y la capacidad de innovar. El futuro de la sociedad digital requiere muchas vocaciones empresaria­les y para ello no existe ningún camino predetermi­nado.

Ante la lacra del desempleo juvenil y para hacer frente a las difíciles reconversi­ones demandadas por el avance tecnológic­o, el Papa Francisco no ofrece soluciones hechas. Pero denuncia nuestra pasividad resignada y pide que se abra un diálogo libre de prejuicios entre académicos, trabajador­es y empresario­s, en busca de propuestas concretas. Muchas escuelas de formación profesiona­l concertada­s fueron creadas hace decenios por jesuitas, salesianos y otras institucio­nes cristianas. Hoy hace falta otro gran impulso. La actual esclerosis del diálogo social es mortal. Como indica el Papa, se trata de construir una cultura del encuentro que permita reinventar el futuro del trabajo humano.

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EFE/Everett Kennedy Brow

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