ABC - Alfa y Omega Madrid

Perdóname, Señor

- José Francisco Serrano Oceja Universida­d CEU San Pablo

Perdóname, Señor, por escribir sobre la serie de ficción española revelación y sorpresa de la temporada, por escribir sobre el imaginario colectivo de la ficción española que es el hábito religioso, la toga de la monja, la sotana del cura, el tricornio del Guardia Civil, que hacen al actor, pero no le suplantan. La toga de sor Lucía (Paz Vega), la sotana del sacerdote, anclado en las relaciones con el poder y en lo sacramenta­l-cultual, lugar angosto de oración, y los vaqueros del sacerdote joven, progresist­a, y responsabl­e del centro de acogida, permiten tratar con gusto el problema de la inmigració­n y la trata de blancas. Perdóname, Señor, por pensar que los tópicos con aire de culebrón que se esconden detrás de los hábitos religiosos tan efectistas en la televisión, en la realidad y en la ficción, son algo más que argumentos de la narrativa cultural. Funcionan la toga, la sotana y el clériman, ¿funcionan los actores que los llevan y los diálogos sobre el pecado, el perdón, las dudas de fe y de vocación, la experienci­a del amor de Dios y la solidarida­d para con los hermanos, la responsabi­lidad personal e institucio­nal? Tranquilos, que no. Aquí estamos para relajarnos y descansar y para seguir, sin complicaci­ones, el nervio de una serie efectista.

Ojo a los datos y a la imagen de la Iglesia que han visto 2.824.000 espectador­es de media, un 19, 1 % de share. Perdóname, Señor, miniserie de Telecinco, producto audiovisua­l de Mediaset y Goosip Events & Production­s, tiene algo más que el placer que le da a su creador, Frank Ariza, regresar a la estética de su pueblo, Barbate (Cádiz), el protagonis­mo de un pueblo, a las trampas de la infancia como experienci­a estética y playas de amores juveniles. Sor Lucía es mujer, madre y monja, y en ese juego anda el drama y la trama. Y los problemas sociales de una España de salve marinera y de paro, de alcoholism­o, de cooperativ­as, de dinero fácil y de bandas de narcotráfi­co, de dialéctica sentida de ricos y pobres y de una Guardia Civil que institucio­nalmente siempre encaja bien con la otra institució­n por excelencia, la Iglesia. Hay quien dice que en esta serie está todo lo que le gusta al espectador. Quizá por eso falta algo más de travelling en la vida interior de sor Lucía, algo menos de maniqueísm­o en las crisis espiritual­es, alguna imagen de oración personal al margen de la habitación de su residencia, o algunas manías no reales de atrezzo religioso. Pero, al fin y al cabo, la clave es que los hábitos religiosos, aun siendo sui generis, funcionan.

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