«Cristo nos envía a todos»
Sor Leticia, maestra de novicias dominicas de Lerma, las monjas del Reto
¿Cuál es el alma de todo vuestro apostolado?
La oración, sin duda. Somos una comunidad contemplativa y evangelizadora. Nuestro carisma es contemplar y dar lo contemplado. Lo que recibes lo tienes que dar.
¡Y desde la clausura!
Sí, aunque para muchos puede parecer contradictorio... Desde su origen esta comunidad ha sido muy acogedora. Cuando alguien llama a un torno no viene solo a comprar cerámica, busca algo más. Y eso es lo que queremos dar: nosotras anunciamos que Cristo ha muerto y ha resucitado por ti, buscamos que tengas un encuentro personal con Cristo, que es lo que de verdad te cambia la vida.
Entonces todo esto no surge de una lluvia de ideas un día en el convento.
No, ¡para nada! Nosotras somos las primeras sorprendidas... Ha sido experimentar una vez más que es Cristo quien va por delante. Al fin y al cabo, no puedes dar lo que no tienes. Por eso la oración es fundamental. En ella experimentas el amor del Señor, el perdón, la alegría... La gracia precede a las obras. Si no te sientes amado por Cristo, ¿qué vas a dar?
Sería toda una obligación...
Sería una religión del deber. Tienes que hacer esto y lo otro. Así la gente se quema. Al contrario, todo comienza por la gracia.
¿Esto también se aplica a la evangelización?
Por supuesto. La oración es el motor, es lo primero. Párate delante del Señor, y descubre qué es lo que Él te pide, empápate de cómo es Él, su amor, su perdón... Porque eso es lo que tú vas a dar después.
¿Cómo empezar una vez que ya lo sabes?
Mira, el gran arma de los evangelizadores del siglo XXI es el amor. Hoy en día la palabra no tiene fuerza. Lo que sí la tiene es el gesto: que te aprendas los nombres de tus compañeros de trabajo, saludar al que te lleva cada mañana en el autobús, acabarle el trabajo a un compañero que se tiene que ir pronto a casa... Son pequeños gestos de un amor que no se cansa, y que tú has recibido cada día de la oración.
¿Y después?
Cuando llevas unos días sonriendo a aquel en el que nadie se fija, un día te dirá: «Tú, ¿por qué siempre estás contento?». Un cristiano tiene los frutos del Espíritu: la alegría, la paz, la mansedumbre... Estos frutos chocan muchísimo a la gente. ¡Especialmente los lunes! [risas]. En cuanto empieza el diálogo ya te lanzas: «Esta alegría no es mía, me la da Jesucristo».
¿«Quien no da a Dios da demasiado poco», como decía Benedicto XVI?
Nosotras, como parte de la Orden de Predicadores, pecaríamos de omisión si no diéramos a conocer a Cristo. La mayor pobreza es no conocerle. Hay personas con muchos bienes pero con una vida rota. Y en cambio, la persona que no tiene nada pero tiene a Cristo, es feliz.
Muchas veces se piensa que evangelizar es cosa de curas y de monjas. Y los laicos, ¿qué?
Uff, ¡los laicos podéis evangelizar muchísimo! Si un laico no evangeliza, es como si a la Iglesia le amputaran un brazo. Porque adonde él está no puede llegar un sacerdote. Cristo ha enviado a todos los cristianos, no solo a los curas y monjas. No os acomplejéis; hay que pedirle a Cristo una fe fuerte: tener certeza de lo que transmites. El cristianismo, o es una forma de vivir, o son cuatro normas. Descubrir el amor de Cristo es la esencia de nuestra fe. ¡Se nos está ofreciendo la Felicidad en mayúsculas! ¿Te apuntas a la aventura de amar? ¡Con Cristo este reto es posible! ¡Vive de Cristo!