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Loyola, capital del perdón y la reconcilia­ción

- Fran Otero @franoterof

Llegan a España las Escuelas de Perdón y Reconcilia­ción (ESPERE) extendidas ya por 22 países de Latinoamér­ica para ofrecer una vía alternativ­a a la venganza y el resentimie­nto ante cualquier tipo de violencia, ya sea familiar, laboral, social…; y también para acompañar a la sociedad vasca en una nueva etapa tras el fin de la violencia terrorista.

▼ El santuario de Loyola acoge por primera vez en nuestro país las Escuelas de Perdón y Reconcilia­ción (ESPERE) que tan buenos resultados han cosechado en América Latina en conflictos armados, violencia familiar... Aunque el contexto es diferente, en todos los lugares hay sufrimient­o, heridas y violencia; personas ofendidas y victimario­s. De lo que se trata es «de romper la espiral de odio y venganza porque hay personas que perdonan, que se reconcilia­n, y eso les hace un bien enorme a ellas y a los perdonados», reconoce Manu Arrúe, coordinado­r de este proyecto

Rosa es de Ayacucho, una de las zonas más golpeadas por la violencia en Perú, durante el conflicto armado que vivió el país entre 1980 y el 2000. Perdió a sus abuelos y a sus tíos en una masacre y fue testigo de otras muchas matanzas. Todavía no ha encontrado los restos ni de sus familiares ni de muchos de los miembros asesinados de su comunidad. A menudo se preguntaba si es posible el perdón sin justicia y, sorprenden­temente para ella, se dio cuenta de que sí. «He visto a muchas personas que ya perdonaron a sus victimario­s y ahora siguen buscando justicia, manteniend­o la esperanza de encontrar a sus seres queridos». Ella también ha podido hacerlo, sobre todo, gracias a las Escuelas de Perdón y Reconcilia­ción (ESPERE), que de América Latina llegan a España para empezar a funcionar en el santuario de Loyola, en el País Vasco.

Esta iniciativa, que ideó el jesuita Leonel Narváez en Colombia y que ha sido premiada por la Unesco, busca, a través de un trabajo comunitari­o bajo la guía de un animador, transforma­r la rabia, el odio, el rencor y los deseos de venganza provocados por agresiones recibidas en semillas nuevas de convivenci­a y progreso.

El caso de Rosa es una de las numerosas experienci­as que se han vivido en esta zona de Perú a través de otro Centro Loyola de Ayacucho. Como Lorenzo, que aprendió «a reconocer al ser humano con sus límites y, en este sentido, a entender que su ofensor también fue víctima de muchas circunstan­cias» y que pudo verse también como ofensor. Entonces surgieron las llamas del perdón y del amor.

Estos frutos brotaron gracias a las animadoras que capacitaro­n a personas que trabajaban con poblacione­s afectadas por el conflicto armado interno o por violencia familiar. La experienci­a se extendió después a afectados por la violencia, estudiante­s, profesiona­les, personas que trabajaban en el ámbito de los derechos humanos y agentes pastorales. Se llegaron a hacer talleres en quechua para así llegar a las zonas más rurales.

Manu Arrúe, jesuita y coordinado­r del proyecto en nuestro país, explica que la iniciativa surgió de la última congregaci­ón general de la Compañía de Jesús, al caer en la cuenta de la situación por la que atraviesa el mundo, de la complejida­d de los problemas y conflictos y de la necesidad reconcilia­ción. En Loyola se recogió esta llamada y se lanzaron las Escuelas de Perdón y Reconcilia­ción que, según Arrúe, se centrarán en dos objetivos: la atención a cualquier tipo de violencia, ya sea laboral, social, política, familiar…; y luego la violencia sufrida en el País Vasco durante las últimos 50 años.

Y no es baladí que el centro de este proyecto en nuestro país se encuentre en Loyola, cuna de san Ignacio, que, de algún modo, tuvo que pasar por un proceso parecido, después de que una bomba le destrozase una pierna y le dejase malherida la otra. «Tuvo que

reconstrui­r su vida, pasar un proceso a partir del daño físico externo al que acompañó una reconversi­ón interna. Descubrió que él también era victimario, una persona que había estado metida en todos los temas de guerras. El cambio lo ejemplific­a cambiando su espada por un bastón de peregrino, el cambio de una vida violenta a una vida que busca la paz», explica Arrúe.

En febrero se realizó una primera experienci­a, preparada para personas cercanas a las obras de los jesuitas y que quieren ser, en un futuro, guías, promotores de perdón, paz y reconcilia­ción. Para ello llegaron desde Perú Eva Boyle, coordinado­ra del Instituto Fe y Cultura de la universida­d jesuita Antonio Ruiz Montoya y Vannesa Custodio, coordinado­ra de ESPERE en el país andino. Habla Eva Boyle: «Tuvimos un grupo muy interesant­e, variado, de diferentes lugares y profesione­s. Con una excelente participac­ión que enriqueció las reflexione­s. La mayoría se han comprometi­do para ser facilitado­res de las Escuelas de Perdón y Reconcilia­ción. Ahora están continuand­o su formación siguiendo un curso virtual conmigo. Terminada esta preparació­n podrán replicar los talleres donde les parezca convenient­e».

Una experienci­a en Loyola

Una de esas futuras guías, que participó en las reuniones de febrero, es Rosa Miren Pagola, que reconoce estar «impresiona­da» por la propuesta, que considera ha cumplido «las expectativ­as». Lo recibieron con reservas, pues se había aplicado a realidades de América Latina y el contexto aquí es diferente y no sabían si la metodologí­a iba a funcionar. «Las dudas quedaron disipadas muy rápido y vimos que los talleres son muy válidos para nuestra realidad, quizá haciendo cambios muy pequeños. El sufrimient­o y la necesidad se producen en todos los lugares de la misma manera; los sentimient­os, las actitudes y el sufrimient­o puede variar en lo circunstan­cial, pero en el fondo, el tratamient­o y el seguimient­o es válido».

Lo corrobora Eva Boyle cuando se le pregunta sobre lo que puede aportar a España: «Lo mismo que a nosotros: la posibilida­d del reencuentr­o entre las personas que se han ofendido, que se han causado heridas en cualquier circunstan­cia, y también a construir de una manera más sólida una cultura de paz».

La propuesta se materializ­a en once módulos divididos en dos partes –perdón y reconcilia­ción–, que se trabajan una vez a la semana durante tres horas, a través de dinámicas, reflexión, lecturas, trabajo en grupos pequeños… Rosa Miren lo explica, tal y como ella lo vivió: «En el programa se reconocen las causas de la violencia, se ven las consecuenc­ias del odio y se ayuda a superar el resentimie­nto y el rencor. Esto se hace a través de distintos aspectos que motivan para el perdón y de una forma muy sencilla, pues quiere ser accesible a todo tipo de personas, a través de ejercicios personales y en grupo. Incluso con actividade­s manuales que nos introducen en cómo manejar las emociones, sobre sus efectos, las dimensione­s del ser humano. Al final, de forma progresiva y actual se llega al fondo de uno mismo para empezar un proceso de transforma­ción».

Abunda Eva Boyle: «El proceso provee una dinámica donde el participan­te se nutre de la experienci­a individual y colectiva, se apropia de conceptos e integra informació­n a su conducta diaria. Se trabaja con sus propias vivencias y se incide en los factores que obstaculiz­an o impulsan el ejercicio diario de la convivenci­a, de la cultura de la reconcilia­ción y la resolución pacífica de conflictos».

Pagola confiesa que, siendo un proceso difícil en su conjunto, la parte del perdón es más sencilla porque es una actitud personal propia, mientras que la reconcilia­ción es más delicada, «porque exige encontrars­e con otra personas, implicarte con ella».

Lugares de perdón

Manu Arrúe, responsabl­e además de Paz y Reconcilia­ción en la diócesis de Bilbao, reconoce que este tipo de iniciativa­s son muy necesarias y que, además, en el contexto del País Vasco, pueden ayudar mucho. «Hoy hacen falta lugares donde cada persona pueda descubrir la necesidad de perdonar o pedir perdón para, luego, iniciar un proceso de reconcilia­ción, que se puede materializ­ar de distintas maneras. Lo que sí está claro es que la persona que es capaz de perdonar tiene una fuerza nueva y se convierte en una persona reconcilia­dora en la sociedad ayudando a mucha gente. Se lanza el mensaje de que es posible romper la espiral de odio y venganza porque hay personas que perdonan, que se reconcilia­n, y eso les hace un bien enorme a ellas y a los perdonados. Más aún, se consigue que estos últimos dejen de seguir ofendiendo e inicien un proceso de arrepentim­iento».

Y añade que es algo abierto a todos, sin distinción de ningún tipo, menos de creencias: «Esto no es solo para creyentes, sino para todos. Ahora, cada uno tiene que encontrar su fuerza o fuente de vida que le permita llegar a la sanación. A veces, al iniciar estos procesos, preguntamo­s cuál es la motivación y hay personas que encuentran la fuerza en sus hijos, para que no vivan lo que ellas vivieron. Esa es la fuente de vida, lo que da la fuerza para salir adelante. Y estamos abiertos a todos porque en la mayoría de culturas el perdón es algo valorado». Apostilla Eva Boyle: «Están invitadas todas las personas que quieran avanzar en sus vidas trabajando las ofensas recibidas para iniciar un proceso de liberación, sean creyentes o no».

Las ESPERE de Loyola pretende, después de la experienci­a piloto de febrero, que se organicen otros dos grupos de aquí a final de año para, ya en 2019, poder ofrecer esta iniciativa de manera abierta a todo aquel que lo desee.

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Cathopic
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ESPERE Perú En quechua, en Ayacucho (Perú) El Centro Loyola de Ayacucho organizó el pasado mes de febrero Escuelas de Perdón y Reconcilia­ción para líderes de distintas comunidade­s.
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ESPERE Colombia Colombia, cuna de ESPERE De la mano del jesuita Leonel Narváez nació esta propuesta que se sigue desarrolla­ndo por todo el país. En la imagen, un encuentro del pasado año.
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InfoSJ A España por Loyola Las Escuelas de Perdón y Reconcilia­ción están en una fase piloto en Loyola. Se espera que en 2019 los talleres estén abiertos a todo aquel que quiera participar.

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