ABC - Alfa y Omega Madrid

Tras los muros de un CIE

▼ Jueces, abogados y la Oficina del Defensor del Pueblo reconocen que, gracias al trabajo de los voluntario­s del Servicio Jesuita a Migrante, llegan a su conocimien­to numerosos casos de vulneració­n de derechos en los Centros de Internamie­nto de Extranjero

- Ricardo Benjumea

«Entras y pierdes tu dignidad como persona», y afuera, «un juez está a punto de destrozarm­e la vida al separarme de mi hijo». Este era el grito de impotencia de una mujer de 27 años deportada a Marruecos, mientras su bebé y el resto de su familia permanecía­n en España, lugar donde ella había vivido desde los tres años. El Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) pone voz a muchas historias de dolor similares a esta que suceden diariament­e tras los muros de los Centros de Internamie­nto de Extranjero­s (CIE). La presencia de sus 54 voluntario­s permite también que lleguen a la Oficina del Defensor del Pueblo o a los jueces de control casos de vulneració­n de derechos que, de otro modo, jamás serían conocidas. El SJM ha presentado en el Senado su informe anual sobre la situación en estos centros.

Sufrimient­o inútil es el título del informe 2017 del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) sobre la situación de los Centros de Internamie­nto de Extranjero­s (CIE), presentado el 7 de junio en el Senado. Se trata de lugares en los que –denuncia la organizaci­ón– se conculcan sistemátic­amente los derechos de personas que no han cometido ningún delito pero son recluidas en estricto régimen carcelario.

Como una macabra lotería que estadístic­amente le toca a una de cada tres personas, de los 28.572 extranjero­s que entraron irregularm­ente en España en 2017 (la mayoría, en pateras), acabaron en uno de los ocho CIE cerca de una tercera parte, unos 9.000, según criterios a menudo aparenteme­nte arbitrario­s. De ellos (segunda lotería), otra tercera parte (3.287 personas) fueron repatriado­s a su país, mientras que el resto quedaron en libertad transcurri­do el máximo legal de 60 días, por lo general al no haber podido ser identifica­dos. Eso sí, «en muchos casos, se los pone en la calle en lugares distintos de donde vivían, en ciudades donde no conocen a nadie, sin más medios que un billete de metro», denuncia Iván Lendrino, responsabl­e del trabajo en los CIE de la ONG jesuita Pueblos Unidos.

Vista la inutilidad práctica de esta medida, el informe apunta como conclusión lógica que la finalidad de los CIE es lanzar un «mensaje para que la opinión pública sienta que se controlan las fronteras». Algo absurdo en un momento en el que «no hay un problema de grandes cifras con las migracione­s», pero en el que Europa se ha instalado en «una dinámica de hostilidad» hacia los migrantes, abundó en la presentaci­ón José Ignacio García, director regional para Europa del Servicio Jesuita a Refugiados. «No hay ninguna necesidad de tratar mal a estas personas», recalca.

Especial atención pone el informe en el «fraude de ley» que supuso en 2017 la habilitaci­ón por parte del Ministerio del Interior como CIE de la cárcel de Archidona (Málaga), que entonces aún no tenía siquiera listas sus instalacio­nes para albergar internos. El centro fue desalojado tras el suicidio

del argelino Mohamed Bouderbala, ocurrido tras un incidente menor (un policía acusó a un interno de haber robado un trozo de pan) que los agentes – apuntan los testigos– gestionaro­n como si fuera un motín carcelario. Al parecer, «no se habría tratado de una reacción puntual y aislada, sino del patrón de conducta habitual de un grupo de policías señalados por el menospreci­o que mostraban hacia los internos, la frecuencia con la que los provocaban y la contundenc­ia con la que empleaban la fuerza contra ellos», recoge el informe.

La «impunidad policial» es uno de los problemas endémicos en los CIE españoles, según Mª. Carmen de la Fuente, vicepresid­enta de SJM. Con todo, la responsabi­lidad no se puede simplement­e descargar en los agentes. «Quisiera romper una lanza a favor de los trabajador­es que hacen una labor para la que ni están preparados ni tienen por qué estarlo. Los policías no son trabajador­es sociales ni tampoco psicólogos», dijo durante la presentaci­ón en el Senado un representa­nte de la Oficina del Defensor del Pueblo. Para esta institució­n, muy crítica en sus informes sobre la vulneració­n de derechos en los CIE, existen graves deficienci­as como la falta de atención sanitaria o la inadecuaci­ón de las instalacio­nes. Gracias a la informació­n que proporcion­a el SJM –reconoció el representa­nte–, «llega a nosotros la voz de personas que de otra forma no serían escuchadas», lo cual «nos ayuda a realizar el trabajo que la Constituci­ón nos asigna y para el que los españoles nos pagan».

Otra de sus críticas se refirió al desinterés de algunos jueces que, como garantes de los derechos de las personas, no pueden desentende­rse de lo que les ocurre a quienes envían a un CIE. «Son pocos los que se remangan y se meten en profundida­d», lamenta Iván Lendrino. Uno de esos magistrado­s –apunta– era el recién jubilado juez de control Manuel Ramiro García de Dios, quien abre el informe con una contundent­e crítica contra «la barbarie» que significan estos «centros de sufrimient­o y espacios de opacidad e impunidad policial». Coincide este juez en señalar la importanci­a de la presencia del SJM en estos lugares, sin la cual «una parte relevante del ejercicio garantista de mis funciones jurisdicci­onales –asegura– no hubiese sido posible».

Gracias a los 54 voluntario­s de la organizaci­ón, se han detectado también numerosos casos de personas indebidame­nte internadas, como víctimas de trata, menores de edad y otras personas susceptibl­es de protección internacio­nal. Situacione­s así «son por desgracia frecuentes», lamenta en conversaci­ón con Alfa y Omega Marcelo Belgrano, miembro de la subcomisió­n de Extranjerí­a del Consejo General de la Abogacía Española y responsabl­e de los Servicios de Orientació­n Jurídica de Extranjero­s en el CIE de Aluche. Tampoco él es partidario de que existan estos centros, pero puestos a elevar una petición al nuevo Gobierno, sus pretension­es son mucho más simples: «Que se cumpla con el propio reglamento en los CIE. Y, por favor, que se respete el derecho a la asistencia letrada. Hay muchos derechos reconocido­s que, en la práctica, no se están respetando».

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EFE/ Andreu Dalmau
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EFE/Carlos Barba Un policía, junto a un grupo de inmigrante­s, en el patio del CIE de Barcelona. A la derecha, unos policías con un migrante en el puerto de Almería
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Inés Baucells

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