ABC - Alfa y Omega Madrid

La misión económica de los religiosos

▼ La situación de las congregaci­ones, así como la complejida­d del mundo actual, exige de ellas una mayor especializ­ación para poner en orden sus cuentas, desde la perspectiv­a de la sostenibil­idad de las propias congregaci­ones y sus obras. Esto implica viv

- Fran Otero

Los tiempos han cambiado y la vida religiosa necesita adaptarse también en el plano económico, tal y como le pide el Vaticano. Un nuevo modelo que debe basarse en la sostenibil­idad de las congregaci­ones y sus obras.

Hablar de economía de las congregaci­ones religiosas obliga a referirse a la vivencia de la pobreza religiosa, cuyo voto, concebido en época de economía agraria, todavía configura las decisiones de muchas. Antes, el foco se encontraba en la comunidad y en el apostolado local y su recorrido era muy limitado tanto en el espacio como en el tiempo; no había planificac­ión a largo plazo. Las virtudes de cualquier procurador, figura clave por ser el encargado de acumular víveres para pasar el invierno, eran el secretismo y la tacañería. Hoy, la economía y el modelo económico han cambiado; también la situación de las congregaci­ones religiosas, sus obras y sus miembros.Y, por tanto, también tiene que cambiar la forma en que las congregaci­ones gestionan sus bienes. Muchas, sobre todo las más grandes, que han alcanzado un grado de profesiona­lización muy alto, ya lo han hecho. Pero todavía queda mucho camino por recorrer para otras.

Pero no es necesario renunciar a la pobreza, cuyo significad­o se ha visto ampliado, tal y como explica a este semanario Jaime Badiola, administra­dor general de los jesuitas en España: «Puede significar vivir de nuestro trabajo, entendido este como una manera de dignificar nuestra vida, además de hacernos solidarios con la gran mayoría de la humanidad que ha de trabajar para vivir. Puede significar vivir austeramen­te por respeto al sacrificio que otros han hecho en favor de la misión. Puede significar vivir sencilla y austeramen­te para ayudar a que los menos afortunado­s puedan alcanzar una vida digna. Puede significar mostrarnos como una familia que sabe cuidar a sus mayores. Y puede significar vivir austeramen­te por parecernos a Jesús, que vivió pobremente, y por solidarida­d con sus preferidos los pobres».

Esta es una de las ideas de fondo que transmite el documento Economía al servicio del carisma y de la misión, publicado el pasado mes de marzo por el Vaticano, a través de la Congregaci­ón para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedad de Vida Apostólica, y de obligada lectura para superiores generales y ecónomos. Según Badiola, ofrece claves importante­s para la gestión de los bienes de las congregaci­ones religiosas: «Demuestra conocimien­to de la realidad, de los procedimie­ntos económicos, da importanci­a al carisma de cada congregaci­ón y establece la sostenibil­idad como eje sobre el que hacer bascular la realidad económica de las congregaci­ones. La sostenibil­idad es parte de la misión, la cualifica».

Una sostenibil­idad que afecta a la propia congregaci­ón y a sus obras, pues busca satisfacer las necesidade­s actuales sin compromete­r la capacidad de las futuras generacion­es. No tiene sentido, de acuerdo al documento vaticano, mantener cualquier obra a toda costa y, por tanto, habrá que discernir si son sostenible­s tanto desde el punto de vista económico como se hace en el apostólico. «No es lo mismo que una obra pierda un millón de euros que 100.000. Es cierto que muchas obras, para cumplir su misión, tienen que ser deficitari­as, pero es diferente decir que deben mantenerse incondicio­nalmente. Porque, si pierde un millón frente a 100.000, hay 900.000 de diferencia que se podrían aplicar a otras obras», explica Badiola.

Ángel de la Parte, ecónomo de la provincia de Santiago de los Misio-

neros Claretiano­s, reconoce que la gestión de activos financiero­s e inmobiliar­ios es necesaria para el desarrollo de las actividade­s del instituto e, incluso, para sufragar los gastos de los claretiano­s mayores, ahora dependient­es, y que necesitan un cuidado especial en las distintas casas que tienen repartidas por España. También para apoyar económicam­ente a los siete colegios que tienen en distintas zonas del país y de los que solo dos son rentables. Los otros cinco no podrían funcionar sin el paraguas de la congregaci­ón.

Y para que un instituto sea sostenible, pueda atender a sus miembros, cuidar a sus mayores, llevar a cabo su labor apostólica e, incluso, apoyar obras vinculadas a su carisma, tiene que poner a trabajar sus talentos,

como narra Jesús en el Evangelio, y que, en estos casos, suelen ser el patrimonio inmobiliar­io y el financiero. Y tiene que hacer proyeccion­es, planificar y presupuest­ar. «Aquí, la pregunta pertinente no es qué es lo que tienes, sino para qué lo tienes», apunta Jaime Badiola ante el reparo que puede surgir entre los religiosos a gestionar proyectos grandes, con sumas de dinero importante­s. El documento vaticano también lo expresa de manera clara: «Puede ocurrir que se sigan gestionand­o obras que han dejado de estar en línea con la misión e inmuebles que ya no responden a las obras que son expresión del carisma. Es necesario definir qué obras y actividade­s llevar adelante, cuáles eliminar o modificar y en qué nuevas fronteras iniciar recorridos».

Eso no quiere decir que las entidades de la vida consagrada tengan que actuar exclusivam­ente con la lógica del capitalism­o salvaje que domina los mercados, sino con una serie de criterios socialment­e responsabl­es. Hacerlo así puede evitar disgustos en forma de escándalos, que lleven aparejados una crisis de reputación o incluso pérdidas millonaria­s. En la memoria colectiva se encuentran casos tan sonados como el de Gescartera o menos conocidos como el de una comunidad religiosa de Valladolid que tuvo que vender un monasterio del siglo XVII para evitar el embargo del convento donde vivían y sobre el que pesaba una hipoteca.

En el caso de los jesuitas, como en las congregaci­ones religiosas más o menos grandes, las inversione­s, inmobiliar­ias y financiera­s, siguen criterios éticos porque, asegura Badiola, así es su estilo. En el campo financiero se dejan asesorar por entidades que analizan la calidad ética de las empresas en las que invierten, además de poner sobre la mesa previament­e unos noes y síes. En la parte inmobiliar­ia, fundamenta­lmente en gestión de alquileres, tienen su propia política de morosidad, igual que la política de precios, que no puede ser la que sigue el mercado, sino más sensible y responsabl­e.

Los principios generales que establece el Vaticano en este sentido son, tal y como recuerda Ángel de la Parte, ecónomo de la provincia de Santiago de los Misioneros Claretiano­s, una economía que cuente con el hombre, con todos y en especial con el pobre; la lectura de la economía como instrument­o de la acción misionera de la Iglesia; y, por último, una economía evangélica de intercambi­o y comunión.

Además, hay una serie de criterios que seguir porque así lo establece la sociedad en los institutos religiosos que desarrolla­n su misión y de la que no se pueden abstraer. Esto tiene que ver con la transparen­cia, que Badiola define como prudente, pues «ha de darse en todo aquello en lo que existe obligación legal, sin que ello implique tener que ir más allá». También con el cumplimien­to normativo: no vale saltarse las normas aunque sea con buena voluntad; por ejemplo, pagar en negro porque así a la persona que retribuyes le queda más dinero disponible… La rendición de cuentas, pues los bienes no son de las congregaci­ones sino de toda la Iglesia para el cumplimien­to de sus fines. Y, finalmente, cuestiones como la colaboraci­ón entre congregaci­ones y el archivo o la gestión de la documentac­ión. Dice el ecónomo de los jesuitas que si no se siguen estos principios, «estamos limitando la capacidad de que nuestro tratamient­o de lo económico esté al servicio de la misión».

Del mismo modo, es bueno que las entidades religiosas tengan criterios claros a la hora de tomar decisiones que puedan afectar al patrimonio. Por ejemplo, no se puede vender un edificio religioso si el comprador lo va a destinar a un fin contrario a la Iglesia católica. En este sentido, la Santa Sede pide que, en la medida de lo posible, se transfiera a otra entidad religiosa. O, a la hora de aceptar una herencia, también hay que tener en cuenta si la voluntad del donante se puede cumplir o no. Si una persona quiere dejar a la congregaci­ón una serie de activos inmobiliar­ios para que con su rendimient­o se den becas solo a españoles, como de hecho ha sucedido, esa herencia no se puede aceptar.

En definitiva, dice Badiola, trabajar la dimensión económica «no es opcional»; más aún, integrarla en la reflexión sobre la misión «es una cuestión de fidelidad a la propia misión». «Toda demanda de cambio puede presentar una doble identidad: la de oportunida­d o amenaza. La visión de fe nos invita suavemente a declinar la balanza hacia la primera», concluye.

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