Querido Mikel
Doy gracias al Señor por el regalo de tu vida y por el regalo de tu amistad, por los preciosos años compartidos en el Seminario de Toledo y por las últimas ocasiones en que nos hemos visto en Buenafuente del Sistal y hemos podido hablar. Nunca me olvidaré de la última confesión. Me diste la absolución en el monte. Dos sacerdotes de Jesucristo, enamorados de Él, dos hombres en lucha, con el corazón abierto a la voz del Señor, heridos por Él, dos profetas de fuego, dos hijos predilectos de la Virgen María, quizá por ser más necesitados. Tu muerte me ha dolido, Mikel. Me has roto el corazón. Te has ido en un momento. Pero no me cabe la menor duda de que estás en la plenitud de la Vida y de la dicha en el seno de Aquel a quien entregaste tu vida, Aquel que te llamó y te consagró desde el seno materno y que en su designio de Providencia y Amor, tantas veces incomprensible para nosotros, ha querido coronarte ya con la Vida eterna.
Quiero darte gracias por tu gran corazón abierto a Dios y a los demás, especialmente sensible al sufrimiento de tu prójimo, por tu celo pastoral por el bien de las almas, por tu sacerdocio tan hermosamente vivido. Quiero darte las gracias por tu alegría, por tu gesto acogedor y cercano siempre, por ser cauce de la misericordia de Dios para tus hermanos.
Hasta siempre, hermano.
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