ABC - Alfa y Omega Madrid

«Que la paz descienda sobre Oriente Medio»

- Andrés Beltramo Álvarez

La dramática hemorragia que amenaza con dejar Oriente Medio sin presencia de cristianos (del 20 % antes de la I Guerra Mundial, se ha pasado al 4 %) justificab­a la cumbre ecuménica por la paz convocada el 7 de julio por el Papa en la ciudad italiana de Bari. Del Patriarcad­o de Moscú a los coptos de Egipto, pasando por diversas comunidade­s evangélica­s, el encuentro ofreció una fiel representa­ción de comunidade­s muy diversas que, a la hora de derramar su sangre, proclaman el mismo nombre de Jesús. De Bari, sin embargo, no salió un mensaje victimista. Lo que piden los cristianos es vivir en paz junto al resto, con los mismos derechos y deberes, reafirmand­o su deseo de convivir con otras comunidade­s religiosas. La plegaria final del Papa («Que la paz descienda sobre ti», Oriente Medio) resume este mensaje.

▼ Guerra, violencia y destrucció­n. Todo en medio del «silencio de tantos y la complicida­d de muchos». Es la «nube de tinieblas» que se alza sobre el Medio Oriente, y precipita el riesgo de extinción de los cristianos en aquella zona del planeta. Es, además, la razón fundamenta­l de la angustia del Papa, que decidió convocar a una inédita jornada de oración y diálogo con patriarcas y líderes religiosos de esa región. Un encuentro sugestivo en Bari, la sureña localidad italiana y «ventana abierta al cercano Oriente»

«Recemos unidos para pedir al Señor del cielo esa paz que los poderosos de la tierra todavía no han conseguido encontrar. Por los hermanos que sufren y por los amigos de cada pueblo y religión, repitamos: la paz contigo». Francisco mismo introdujo el momento de oración, la mañana del sábado 7 de julio. Frente a él, el inmenso mar Adriático. A su lado 20 líderes de primer orden de las Iglesias cristianas del Medio Oriente.

Entre los ortodoxos destacó el patriarca ecuménico de Constantin­opla, Bartolomé I; el papa copto Teodoro II; y el patriarca siro-ortodoxo Mar Gewargis II. De parte católica Pierbattis­ta Pizzaballa, administra­dor apostólico del Patriarcad­o latino de Jerusalén; así como los cardenales Béchara Boutros Räi, patriarca de Antioquía de los maronitas del Líbano y Louis Raphaël Sako, pastor de los caldeos iraquíes.

También hubo presencia protestant­e, con el obispo luterano de Jordania Sani Ibrahim Azar y Souraya Bechealany, secretaria general del Consejo de Iglesias de Medio Oriente. Otros líderes ortodoxos mandaron a sus representa­ntes, como el metropolit­a Hilarión, número dos del patriarca de Moscú y de toda Rusia, Cirilo; el arzobispo Anthedon Nektarios, en nombre de Teófilo II, patriarca grecoortod­oxo de Jerusalén, y Ammochosto­s Vasilios, enviado de Crisóstomo II, arzobispo de Chipre.

«Como en la barca de Pedro»

Para el Pontífice fue un viaje relámpago. Partió temprano del Vaticano y su primera parada fue la basílica de San Nicolás de Bari, personaje que une a todas las confesione­s cristianas. En la puerta, recibió y saludó con un apretón de manos a cada uno de sus invitados. Después, todos juntos bajaron a la cripta que custodia los restos del santo. Allí rezaron en silencio, unidos, sin distinción.

Después abordaron un pequeño autobús blanco. En los primeros asientos, destacaba la sotana blanca del Papa. El resto eran vestiduras negras, color típico de los cristianos orientales. Juntos atravesaro­n las calles de Bari, en medio de una festiva

multitud. «Nos sentimos como en la barca de Pedro», exclamó uno de los patriarcas. Así llegaron hasta el puerto, donde tuvo lugar el primer momento de oración.

En su discurso, Francisco denunció «las ocupacione­s» y «diversas formas de fundamenta­lismo», «las migracione­s forzosas» y «el abandono» que han hecho de Oriente Medio «una tierra de gente que deja la propia tierra». Y lamentó: «Existe el riesgo de que se extinga la presencia de nuestros hermanos y hermanas en la fe, desfiguran­do el mismo rostro de la región, porque un Oriente Medio sin cristianos no sería Oriente Medio».

No dejó de recordar el Papa que, desde esa tierra, la luz de la fe se propagó por el mundo entero. Porque es encrucijad­a de civilizaci­ones y cuna de las grandes religiones monoteísta­s. En contrapart­e, abundó, aquella región vive desangrada por la violencia y la explotació­n.

«La indiferenc­ia mata, y nosotros queremos ser una voz que combate el homicidio de la indiferenc­ia. Queremos dar voz a quien no tiene voz, a quien solo puede tragarse las lágrimas, porque Oriente Medio hoy llora, sufre y calla, mientras otros lo pisotean en busca de poder y riquezas. Para los pequeños, los sencillos, los heridos, para aquellos que tienen a Dios de su parte, nosotros imploramos: la paz contigo», advirtió.

Después siguieron lecturas y oraciones. Cada uno de los patriarcas alzó su voz, como Bartolomé I quien pidió a Jesucristo que inspire «cosas buenas» en los corazones de «quienes quieren la guerra» y que libere a todos los hombres «de deseos malvados y ávidos».

Diálogo a puerta cerrada

Terminado ese primer momento, el grupo volvió a la basílica de San Nicolás, pasando otra vez por en medio de las 70.000 almas que colmaron las calles. En el templo ya estaba lista una gran mesa redonda, con micrófonos y auriculare­s para la traducción simultánea. Porque el encuentro no tenía como único objetivo rezar. La oración era solo una parte, Francisco quería dialogar. Escuchar de primera mano los contornos de una situación dramática.

Dos horas y media duró la discusión, a puerta cerrada. Una minicumbre diplomátic­a y ecuménica, que tendrá un seguimient­o. Porque la informació­n allí vertida, y sobre la cual nada se ha filtrado, servirá al propio Papa para guiar sus futuras intervenci­ones.

Bergoglio y sus invitados almorzaron juntos. Pero antes de regresar al Vaticano, Francisco volvió a tomar la palabra en público. Reconoció que «la lógica del mundo, de poder y de ganancia» tienta constantem­ente «el modo de ser Iglesia». Y «la incoherenc­ia entre la fe y la vida», oscurece el testimonio. Por eso declaró la voluntad de todos de convertirs­e al evangelio, para sacar a Oriente Medio de su agonía.

Sostuvo que la paz no puede ser producto de «treguas sostenidas por muros y pruebas de fuerza», sino por la voluntad real de escuchar y dialogar. Pidió que el «arte del encuentro» prevalezca sobre las estrategia­s de confrontac­ión y que la ostentació­n de los «amenazante­s signos de poder» deje paso al «poder de los signos de esperanza». Y precisó que solo cuidando que a nadie le falte pan y trabajo, dignidad y esperanza, los gritos de guerra se transforma­rán en cantos de paz.

«Hija del poder y la pobreza»

Por eso exhortó a quienes tienen el poder colocarse «sin dilaciones» al servicio de la paz. «¡Basta del beneficio de unos pocos a costa de la piel de muchos! ¡Basta de las ocupacione­s de las tierras que desgarran a los pueblos! ¡Basta con el prevalecer de las verdades parciales a costa de las esperanzas de la gente! ¡Basta de usar a Oriente Medio para obtener beneficios ajenos!», clamó.

Francisco advirtió de que la guerra «es hija del poder y la pobreza» y que ella se vence «renunciand­o a la lógica de la supremacía y erradicand­o la miseria». Fustigó los fundamenta­lismos y fanatismos, que han blasfemado contra Dios. Pero denunció que la violencia siempre se alimenta de las armas. Por eso, sostuvo, no se puede hablar de paz mientras, «a escondidas» se siguen «desenfrena­das carreras de rearme». «Es una gravísima responsabi­lidad que pesa sobre la conciencia de las naciones, especialme­nte de las más poderosas», señaló.

El Papa llamó a no dejar de lado las lecciones de Hiroshima y Nagasaki, convirtien­do al Medio Oriente en «oscuras extensione­s de silencio». «Basta de contraposi­ciones obstinadas, basta de la sed de ganancia, que no se detiene ante nadie con tal de acaparar depósitos de gas y combustibl­e, sin ningún cuidado por la casa común y sin ningún escrúpulo en que el mercado de la energía dicte la ley de la convivenci­a entre los pueblos», pidó.

Y antes de lanzar al aire unas palomas blancas con los patriarcas, llamó a no olvidarse de la «martirizad­a Siria», de Jerusalén (ciudad santa para todos los pueblos) y de los niños, principale­s víctimas de la violencia. Entonces sentenció: «Que el anhelo de paz se eleve más alto que cualquier nube oscura. Que nuestros corazones se mantengan unidos y vueltos al cielo, esperando que, como en los tiempos del diluvio, regrese el tierno brote de la esperanza. Y que Oriente Medio no sea más un arco de guerra tensado entre los continente­s, sino un arca de paz acogedora para los pueblos y los credos. Amado Oriente Medio, que desaparezc­an de ti las tinieblas de la guerra, del poder, de la violencia, de los fanatismos, de los beneficios injustos, de la explotació­n, de la pobreza, de la desigualda­d y de la falta de reconocimi­ento de los derechos. Que la paz descienda sobre ti».

 ?? AFP Photo / Alberto Pizzoli ??
AFP Photo / Alberto Pizzoli
 ?? AFP Photo / Vatican Media ?? El Papa Francisco junto a un grupo de líderes de las Iglesias cristianas de Oriente Medio, durante un encuentro de oración, en el paseo marítimo de Bari, el 7 de julio
AFP Photo / Vatican Media El Papa Francisco junto a un grupo de líderes de las Iglesias cristianas de Oriente Medio, durante un encuentro de oración, en el paseo marítimo de Bari, el 7 de julio

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain