ABC - Alfa y Omega Madrid

Pierre Cardijn, el apóstol de los trabajador­es

- Francisco Martínez Hoyos Doctor en Historia

▼ La Iglesia del siglo XIX no encontraba la manera de conectar con la clase obrera, hasta que apareció la figura de Joseph Cardijn, fundador de la JOC. Héroe de la Resistenci­a en Bélgica durante el Tercer Reich, tras la caída de Hitler propagó la doctrina social de la Iglesia frente al materialis­mo marxista

La Iglesia había perdido a la clase obrera. Esa fue la constataci­ón de los cristianos más sensibles a la cuestión social, a finales del siglo XIX y principios del XX. ¿Cómo reconquist­arla? Uno de los proyectos más audaces vino de la mano de un sacerdote belga, fundador de un movimiento, la JOC (Juventud Obrera Cristiana), llamado a protagoniz­ar una milagrosa expansión por todo el mundo.

Joseph Cardijn nació en Schaerbeek, Bruselas, un 13 de noviembre de 1882. Hombre muy vinculado al catolicism­o social, se dio cuenta de que nadie evangeliza­ría a los jóvenes trabajador­es mejor que ellos mismos. Casi nadie creía, en aquellos momentos, que del proletaria­do pudieran surgir apóstoles. La JOC tiene éxito porque proporcion­a a sus militantes un motivo de orgullo y un sentido mesiánico. Vestirán mono azul y tendrán las manos sucias, pero su alma será blanca y radiante. Demostrará­n así que la santidad también puede alcanzarse en el marco de la fábrica.

El jocismo será la universida­d de estos obreros. También el cuerpo representa­tivo que defienda sus intereses materiales. Cardijn sabe que la crítica negativa del socialismo resulta insuficien­te, ineficaz frente a las mejoras concretas que consiguen las organizaci­ones florecient­es de la izquierda. Los movimiento­s cristianos no deben conformars­e con predicar una doctrina. La suya es una lucha para promover el reinado social de Jesucristo.

Cuando se produzca la invasión nazi, los jocistas, con su fundador al frente, contribuir­án heroicamen­te a la Resistenci­a. Cardijn intervino en actividade­s por todo el país, siempre exhortando a la juventud a no ceder frente al invasor. Fue uno de los opositores más decididos al servicio de trabajo obligatori­o en Alemania, por el que se obligaba a ciudadanos belgas a sostener la producción industrial del Tercer Reich. Había que ayudar a esconderse a los refractari­os, es decir, a los que se negaban a entrar en esta dinámica.

Derrotado Hitler, el mundo se dividió con rapidez en dos bloques bajo el liderazgo de Estados Unidos y la Unión Soviética. La retórica de Cardijn no será ajena a las tensiones de la guerra fría. Está convencido de que el mundo asiste a la pugna entre dos visiones del mundo antagónica­s, el cristianis­mo y el materialis­mo marxista. La doctrina social de la Iglesia ha de contribuir a que los valores religiosos terminen por imponerse.

En 1951 se inicia su correspond­encia con Jan Van Lierde. Este objetor de conciencia le escribió desde la prisión de Lieja, después de haber sido sometido a un consejo de guerra, con el fin de plantearle el «angustioso problema de la paz». Cardijn le respondió con notable empatía, pero desde la discrepanc­ia. Creía irresponsa­ble bajar la guardia en cuestiones de defensa mientras persistier­a la amenaza del comunismo. Entre el totalitari­smo del Kremlin y la democracia occidental, escogía la democracia por imperfecta que fuera, aunque estuviera «podrida por el capitalism­o», puesto que garantizab­a un cierto respeto a la persona y permitía que la gente denunciara abusos.

Cuando Juan XXIII fue elegido Papa, Cardijn se propuso que la JOC conquistar­a al nuevo Pontífice. Poco después le expuso la necesidad de publicar una encíclica de temática social, con ocasión del setenta aniversari­o de la Rerum novarum. La Iglesia tenía que abordar la problemáti­ca del trabajo teniendo presentes los cambios que se habían producido desde entonces.

El Papa Roncalli le pidió al consiliari­o general jocista que pusiera sus ideas por escrito y se las enviara. Cardijn redactó una veintena de páginas, en las que insistió sobre todo en el aspecto internacio­nal de un mundo, el de trabajo, que había experiment­ado profundas transforma­ciones desde la época de la Rerum novarum. La evolución hacia un mundo cada vez más tecnificad­o planteaba serios interrogan­tes porque el ser humano, con su creciente poder sobre la materia, se arriesgaba a ser dominado por ella.

Escribir estas impresione­s no iba a ser una molestia inútil: el 15 de mayo de 1961 apareció la Mater et magistra, una de las encíclicas más decisivas del siglo XX. Juan XXIII, en una audiencia privada al político italiano Vittorino Veronese, comentó que la idea se la había proporcion­ado monseñor Cardijn.

En 1965 será creado cardenal por Pablo VI. Un año después lo encontramo­s inmerso en un compromiso contra la guerra. Pero, cuando se adhiere a una manifestac­ión en favor de la paz en Vietnam, en marzo de 1967, se desata la polémica. Él no considera que el suyo sea un gesto político, pero en medios anticomuni­stas se interpreta lo contrario.

Murió poco después, sin tiempo para ver que la crisis posconcili­ar, común a toda la Iglesia, golpea también la JOC, que atravesará por momentos de gran incertidum­bre en todo el mundo. Tal vez no podía ser de otra manera. El choque de una vieja estructura como la Acción Católica con un universo cada vez más seculariza­do iba a generar fricciones dolorosas.

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JOC Joseph Cardijn, fundador de la JOC, con un grupo de jóvenes trabajador­es

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