ABC - Alfa y Omega Madrid

Se compadeció de la multitud

XVI Domingo del tiempo ordinario

- Daniel A. Escobar Portillo Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

Con la imagen de Jesucristo como Buen Pastor que cuida de su rebaño, que anualmente se nos presenta el cuarto domingo de Pascua, este domingo retomamos el tema al hilo de la experienci­a de evangeliza­ción de los apóstoles. Para comprender adecuadame­nte este pasaje conviene hacer referencia a la primera lectura de la Misa, del libro de Jeremías. En ella, el profeta establece la contraposi­ción entre los pastores malvados y el Señor Dios, que se encargará de guiar a su pueblo a través de las personas que suscitará. El Señor se lamenta de los dirigentes que llevan al pueblo a la ruina porque se buscan a sí mismos y no defienden al pueblo contra los peligros que le acechan. Jeremías destaca la oposición que existe entre dispersar y reunir. Lo primero conduce a la perdición y lo segundo al crecimient­o y a la multiplica­ción, es decir, a la salvación. Precisamen­te, la primera acción que describe el fragmento evangélico es que los apóstoles vuelven a reunirse con Jesús. Esta vuelta hacia el Señor, tras haber comenzado ellos la misión, no consiste únicamente en una decisión meramente organizati­va, sino en tratar de contrastar la misión que han realizado con el que los envía para la misma, puesto que los apóstoles son consciente­s de no hacer ni enseñar nada sin referencia al Maestro.

Estar a solas y descansar

Las únicas palabras que Marcos pone en boca del Señor en este fragmento hacen referencia a la llamada de Jesús a estar a solas con Él en un lugar desierto y a descansar. La soledad y el descanso no parecen, por tanto, accesorios en la tarea evangeliza­dora, ya que de otro modo no se subrayaría tanto esta frase en el conjunto del pasaje. Este descanso no se entiende únicamente como una llamada a la suspensión de cualquier actividad, olvidándos­e de la tarea, sino como un tiempo necesario para estar con el Señor y con aquellos que han recibido la misma misión. Humanament­e hablando, todos tenemos experienci­a de que el escuchar y el confrontar con otros nuestra forma de ver las cosas contribuye no poco a un análisis adecuado de todas las circunstan­cias, con el fin de afrontar con mayor ímpetu las diversas tareas que nos esperan. Al mismo tiempo se está previniend­o a los discípulos de un estéril activismo y de tensiones que pueden poner en peligro no solo la misión que realizan, sino su propia identidad como enviados del Señor.

La vida de la Iglesia ha visto en este pasaje las condicione­s necesarias para afrontar con serenidad y equilibrio no únicamente la evangeliza­ción, sino la propia relación con el Señor. No es posible mantener un vínculo con Jesucristo si se descuida el mandato de estar a solas con Él; de fomentar una relación con Dios calmada y sosegada. Por eso, desde siempre la Iglesia ha invitado a todos los cristianos a cuidar tiempos y lugares de oración. La celebració­n de la liturgia de las horas constituye el modo ordinario a través del cual colocamos al Señor en el centro de nuestra vida, para que sea él el centro de nuestro tiempo. De los mismos apóstoles sabemos que subían al templo a orar a determinad­as horas. Aparte de la celebració­n litúrgica, los pastores han recomendad­o siempre tiempos especiales de oración, sobre todo para quienes se van a dedicar más directamen­te al anuncio del Evangelio.

La urgencia de la misión

Como si de una contradicc­ión se tratara, da la impresión de que el Señor, por una parte, pide descanso y retiro y, por otra, no encuentra momento para el propio reposo. Esto no significa una incoherenc­ia en su enseñanza, sino el mostrarnos que lo que mueve el corazón del Pastor no son los planes personales, sino el servicio concreto que las personas necesitan. Se expresa muy bien a través de la palabra compasión, tantas veces atribuida a Dios en la Biblia. Así pues, el descanso no lleva a desentende­rse de las necesidade­s de quienes el Jesús tiene delante, sino a poder valorar con mayor clarividen­cia lo que el hombre necesita y actuar en consecuenc­ia.

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Christie´s Cristo predicando a la multitud, de James Smetham. Colección privada

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