ABC - Alfa y Omega Madrid

«Debemos fomentar el amor a España»

Fernando García de Cortázar publica Viaje al corazón de España, su libro «más personal y ambicioso»

- Ricardo Benjumea

«Curas y sindicalis­tas, poetas y tecnócrata­s, políticos de izquierda o de derecha… Siempre ha habido múltiples ideas de España». Lo que ninguna de ellas hubiera osado jamás, «aunque defendiera­n proyectos antagónico­s», es negar la existencia de la nación española. «Esto está sucediendo ahora por primera vez», afirma Fernando García de Cortázar (Bilbao, 1942), que acaba de publicar una historia de los intelectua­les patrios y su idea de la nación, España, entre la rabia y la idea (Alianza editorial).

«La patria se ha reducido a una condición casi exclusivam­ente administra­tiva, burocrátic­a», lamenta. Pero García de Cortázar no está dispuesto a quedarse en la queja. Por eso ha publicado un segundo libro, Viaje al corazón de España (Arzalia ediciones), en el que traza un singular recorrido por todas las provincias y rincones del país y se ofrece como cicerone a todo aquel que quiera lanzarse a «gozar este país maravillos­o que tenemos», en lugar de «estar continuame­nte buscando diferencia­s absurdas entre nosotros».

El viajero (así se refiere a sí mismo el autor) se deleita con los paisajes y paisanajes que va encontrand­o en su camino, de la Serranía de Ronda a la desembocad­ura del Miño; con el arte de los museos y en las majestuosa­s catedrales, o perdiéndos­e por las calles empedradas en alguna villa extremeña antigua sede de templarios y patria chica de hombres que realizaron gestas ni siquiera antes soñadas en Europa. García de Cortázar rememora anécdotas personales y los principale­s acontecimi­entos históricos de cada lugar, de la mano siempre de los grandes poetas y escritores de todos los tiempos que han inmortaliz­ado nuestros pueblos y ciudades (Lorca, Machado, Cervantes, santa Teresa, Unamuno…), desde cuyos ojos hace al lector descubrir fascinante­s aspectos desconocid­os u olvidados.

El prestigios­o historiado­r jesuita, colaborado­r de Alfa y Omega, lo define como el libro «más personal» de los ya más de 70 que ha publicado. «Y también el más ambicioso», apostilla. La gran erudición que despliega produce, sin embargo, un resultado en las antípodas del frío academicis­mo. Se trata más bien de «un canto de amor a España» a partir de los recuerdos de su infancia, de viajes e incontable­s lecturas… Experienci­as todas ellas condensada­s en una obra monumental de 900 páginas que pretende promover lo que él llama un «patriotism­o cultural y sentimenta­l». «Igual que las familias inculcan la piedad en los hijos –dice–, debemos fomentar el amor a nuestro país, que tiene una historia única, un patrimonio artístico inigualabl­e y una lengua bellísima».

Solo Italia, afirma usted, posee en el mundo un acervo cultural comparable a España. ¿De verdad es así?

En el terreno artístico yo creo que sí. Pero aquí hay bastante más diversidad. Ahora acabo de volver de Bolonia, una ciudad universita­ria extraordin­aria, aunque si la comparamos con Salamanca no hay color. Salamanca es prodigiosa: tiene dos catedrales, un maravillos­o río, un puente romano, todos los estilos artísticos imaginable­s (el románico, el plateresco, el gótico…). Y la Escuela de Salamanca es la institució­n cultural más importante del mundo. Yo suelo decir que, para hablar de algo parecido a lo que supuso en la cultura mundial, habría que acudir a la Academia de Platón. Está Francisco de Vitoria, que debería tener una estatua en cada ciudad, y en España casi ni se lo conoce; Francisco Suárez, Juan de Mariana, el Pinciano… La Escuela de Salamanca tiene incluso su expresión poética en fray Luis de León, o economista, con Martín de Azpilcueta… Es dificilísi­mo encontrar en tan poco espacio de tiempo una tal pléyade de talentos cuyas obras han sido admiradas en todo el mundo; grandes genios, casi todos religiosos, que se encuentran con el descubrimi­ento de América y la cuestión de los derechos de los indios, y a los que se debe en gran medida también el Concilio de Trento.

¿Qué ha ocurrido para que ese acervo haya caído muchas veces en el olvido?

Quitando la antigua Yugoslavia, hemos tenido la mala suerte de ser el único país que ha tenido una guerra civil importante en el siglo XX, y esto condiciona mucho, sobre todo si se agita como se está haciendo ahora con la memoria histórica. A esto se suma la búsqueda obsesiva que se ha dado desde la Transición para justificar la España de las 17 autonomías. Pero también debe ser un problema que nos acompaña desde siempre, porque ya Lope de Vega se lamentaba en La Dragoneta: «¡Oh patria! / Cuántos hechos, cuántos nombres, / cuántos sucesos y victorias grandes… / Pues que tienes quien haga y quien te obliga, / ¿por qué te falta, España, quien lo diga?». Sobre todo, en estos últimos años, nadie ha cantado las baladas de la nación española. Nos han cantado las baladas de la nación vasca, o de lo que pretende ser esa nación vasca; nos han cantado las baladas de Andalucía y de Cantabria, pero ha parecido que cantar las baladas de España es algo propio del régimen anterior.

Es muy plural esta España a la que canta usted. En sus paseos por Madrid vibra con Boccherini, con Chapí y con Joaquín Sabina; con Larra y con Francisco Umbral…

Este no es un libro de un Petete, sino de una persona que goza con la literatura, con el cine y con la música, también la moderna: me gusta y la combino con la clásica.

Pero se transmite una idea muy inclusiva de nación, en el que el viajero lo mismo busca «los ecos, silencios, olores…» de la Córdoba califal, que se emociona en Mérida donde las piedras gritan que «los españoles somos romanos».

¡Claro que somos romanos! Pero también somos un pueblo de mestizaje, en el que han convivido de forma única las tres culturas del Libro. Por eso, para conocer España, es importante estar abiertos a la curiosidad intelectua­l, aunque también hay que poner las cosas en su sitio, evitar por ejemplo esa glorificac­ión absurda de Andalucía solo a través de la cultura árabe, cuando Andalucía tiene emperadore­s y grandes filósofos romanos.

Y están nuestras raíces cristianas.

A mí me indigna cuando oigo negar esto. Indica una falta enorme de cultura. Yo no pido a nadie que rece el rosario, igual que huyo de que se identifiqu­e nación con religión. Simplement­e exijo que se reconozca que nuestra civilizaci­ón es heredera del mensaje del Evangelio, que nos ha llevado a la afirmación de los derechos individual­es y al pensamient­o de la Ilustració­n. La civilizaci­ón occidental es probableme­nte hoy la única que no se defiende a sí misma, quizá por esa especie de cultura multicultu­ralista que cree que todo es lo mismo y todas las religiones son iguales, pero no lo son. En el caso de España, debemos recordar que esta es nuestra civilizaci­ón porque así lo quisimos; pudimos haber elegido pertenecer a otra distinta, pero [en la Reconquist­a] optamos por la cristianda­d.

Su idea de patriotism­o no cae en el chovinismo ni en la exaltación acrítica. Es ecléctica. Habla de gentes diversas que se reconocen herederas de una patria común y, aun reconocién­dola imperfecta, la aman como «territorio de realizació­n de las propias ilusiones».

El patriotism­o es inclusivo, no divisivo. Debe transmitir placidez, paz…, a diferencia del nacionalis­mo, en el que unas naciones se manifiesta­n contra otras. El patriotism­o es un deseo de mejorar el lugar donde has vivido y te has criado, pero sin enfrentarl­o a nadie ni cerrarse al resto del mundo. En cambio, los nacionalis­mos generan división y odio –yo he tenido que llevar escolta durante doce años por defender España–. En otros países de Europa son la pura caverna, pero aquí se les ha dado toda la cancha del mundo.

Presenta el arte e incluso el carácter español marcados por un realismo sin concesione­s. ¿A qué cree que se debe esto?

Es verdad, el arte español es el más justiciero. El retrato de la familia de Carlos IV, con un aire decadente, como de fin de raza con los Borbones, sería inconcebib­le en la pintura inglesa o en la francesa, en las que sus reyes y héroes nacionales aparecen siempre mitificado­s, sobrenatur­alizados (¡allí hubieran hecho decapitar a Goya!»). Frente a una Isabel de Inglaterra presentada como diosa de la justicia, no hay nada de sobrenatur­al en el retrato de Felipe II, que es el gran emperador del universo pero aparece como un burócrata gris. Somos un país en el que la novela más típicament­e nacional es la picaresca, y esto es muy indicativo. Un país que, a pesar de tener un sentido sobrenatur­al muy acusado y soñar con altos ideales, mantiene los pies en la tierra. Todo esto es claramente herencia de nuestra tradición católica.

Más que realismo, ¿no hay a veces cierto catastrofi­smo?

Sí hay un sentido pesimista fuerte, que nace quizá de que el poeta se hace mucho más grande en el dolor que en la gloria. Si acudimos a Quevedo y leemos «Miré los muros de la patria mía…» pensamos que describe un país en decadencia, pero la realidad es que cuando se está recitando ese poema España es todavía un país hegemónico. Algo similar sucede con el 98, que inspira tanto dolor, cuando la realidad es también que el país tiene una gran capacidad de recuperaci­ón desde el punto de vista cultural.

Llama la atención el relato que hace de grandes perdedores de la Historia de España

[título de un libro anterior del autor], desde Boabdil a Azaña, pasando por el duque de Osuna o Godoy, que aman su patria pero mueren profundame­nte desencanta­dos.

Lo peor sería la indiferenc­ia. «Me duele España», decía Unamuno. Pero la amaba profundame­nte. Incluso es sorprenden­te que este bilbaíno que tuvo problemas con las autoridade­s eclesiásti­cas escribiera el maravillos­o El Cristo de Velázquez, que yo siempre llevo conmigo cuando visito El Prado, y comparo a Unamuno con T. S. Elliot, el gran poeta de habla inglesa.

«El patriotism­o es inclusivo, un deseo de mejorar el lugar donde has vivido y te has criado, pero sin enfrentarl­o a nadie ni cerrarse al resto del mundo. En cambio, los nacionalis­mos generan división y odio»

«No todo pasado fue mejor», dice usted.

Por eso he escrito este libro. Los historiado­res debemos servir para mejorar el presente, no para estar llorando el pasado. Y creo además que un tren de alta velocidad o un gran edificio del siglo XXI pueden ser una manifestac­ión del arte y la belleza. En muchos aspectos, claramente, en España hemos mejorado en los últimos años. Sin embargo, lo que advierto a la vez es de que se está convirtien­do en un erial cultural, con mucha mayor rapidez que otros países europeos, y muchos españoles se han vuelto algo así como apátridas, quizá porque les han dicho que ser patriotas es peligroso. Yo pertenezco a los últimos de Filipinas, no nos engañemos. Me formé en una cultura humanista, con latín y griego. Hoy en los institutos ya no se lee a Gracián, que es todo un bestseller en Estados Unidos.

¿El nacionalis­mo se cura leyendo?

No lo creo. Y tampoco viajando. Tenemos ejemplos muy claros de que la cultura a veces no ha hecho mejor a las naciones. Los nazis no eran precisamen­te unos incultos. Dependerá del tipo de lecturas. Lo que sí defiendo al animar a los padres para que eduquen a sus hijos en este conocimien­to sentimenta­l de España es que unas buenas lecturas nos acompañan en nuestra soledad y en los paseos por nuestras ciudades; enriquecen nuestras relaciones amorosas y también las espiritual­es, que se alimentan de lo que han escrito los grandes poetas místicos. Se rompe la monotonía con nuevos alicientes y así la vida se enriquece.

 ?? Guillermo Navarro ??
Guillermo Navarro
 ?? Pixabay ?? Vista de la plaza de España de Sevilla
Pixabay Vista de la plaza de España de Sevilla

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain