ABC - Alfa y Omega Madrid

De la vergüenza a la acción

- Andrés Beltramo Álvarez

Toda la Iglesia debe involucrar­se en la erradicaci­ón de «las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia». En una dramática Carta al Pueblo de Dios, el Papa reconocía el fracaso en algunas latitudes, donde estos crímenes fueron ocultados para salvaguard­ar la reputación de la Iglesia, como había dejado expuesto unos días antes el informe del gran jurado de Pensilvani­a. En plena tormenta Francisco visitaba a finales de agosto Irlanda, uno de los países más azotados por esta crisis. Los abusos marcaron la agenda del Encuentro de las Familias, durante el que el Papa se reunió con ocho sobrevivie­ntes. De allí salió con el compromiso renovado de que, tras las innumerabl­es peticiones de perdón de los últimos años, es tiempo de pasar a la acción con soluciones concretas.

▼ Perdón. Perdón. Perdón. Hasta diez veces pronunció esa palabra el Papa, desde el altar de su multitudin­aria Misa en Dublín, el domingo 26 de agosto. Perdón por los abusos sexuales. Por el abandono. Por el engaño y la traición. Esta escena fue el resumen más representa­tivo de un verano caliente en el Vaticano. Francisco afronta la hora más difícil de su pontificad­o. Está sereno en las dificultad­es, como atestiguan sus colaborado­res. Decidió afrontar los problemas con gestos y acciones, dejando que las polémicas mediáticas se topen con su silencio

Originalme­nte, la visita apostólica por Irlanda debía concentrar­se en la celebració­n festiva del IX Encuentro Mundial de las Familias. Pero los acontecimi­entos de las últimas semanas desbordaro­n al Pontífice y a sus colaborado­res. Primero explotó el caso Theodore McCarrick, el exarzobisp­o de Washington responsabl­e de abusos contra jóvenes seminarist­as. Luego se difundió un informe de un Gran Jurado de Estados Unidos que sacó a la luz los escalofria­ntes abusos de unos 300 sacerdotes contra mil víctimas en las diócesis de Pensilvani­a.

En un hecho sin precedente­s en la historia moderna de la Iglesia, el 28 de julio Francisco determinó quitarle la dignidad de cardenal a McCarrick, de 87 años, ordenándol­e suspender todo ejercicio público del ministerio e imponiéndo­le una vida de oración y penitencia hasta que las acusacione­s en su contra sean aclaradas en un proceso canónico. Más tarde, el Vaticano aseguró públicamen­te que toma «muy en serio» las revelacion­es en Pensilvani­a y que la voluntad del Pontífice es que los responsabl­es de los abusos rindan cuentas, incluso los obispos encubridor­es.

Ante la inminente gira irlandesa y las críticas públicas, el Papa envió una Carta a todo el Pueblo de Dios en la cual reconoce, entre otras cosas, el fracaso de la Iglesia en el proteger a los más pequeños de esos delitos. Corría el 20 de agosto, apenas cinco días antes de su llegada a Dublín. En Irlanda el problema era ineludible, ya que fue el epicentro de una de las más grandes crisis por abusos que se destapó más de una década atrás con la difusión de dos minuciosos informes independie­ntes. En su momento, Benedicto XVI afrontó las turbulenci­as convocando a los obispos del país al Vaticano, desplazand­o a varios de ellos, ordenando investigac­iones canónicas y escribiend­o una carta a todos los católicos.

Desde su primer discurso en suelo irlandés Francisco abordó el problema. Se reunió durante más de 90 minutos en privado con un grupo de ocho víctimas en la nunciatura de Dublín. Las confortó, escuchó sus historias y, sobre todo, sus recomendac­iones. Como le sugirieron algunas de ellas, la mañana del domingo 26 y antes de iniciar la Misa conclusiva del Encuentro de las Familias ante una multitud en el Phoenix Park, pronunció un inhabitual acto penitencia­l.

«Pedimos perdón por los abusos en Irlanda, abusos de poder y de conciencia, abusos sexuales por parte de miembros cualificad­os de la Iglesia. De manera especial pedimos perdón por todos los abusos cometidos en diversos tipos de institucio­nes dirigidas por religiosos y religiosas y otros miembros de la Iglesia. Y pedimos perdón por los casos de explotació­n laboral a que fueron sometidos tantos menores», exclamó. Siguió un mea

culpa por la falta de compasión, de justicia y de verdad. Por las madres separadas de sus hijos en orfanatos católicos. «Perdón, perdón, perdón», insistió.

Heridas que no prescriben

Así, en pocas semanas, el papado y la Iglesia parecieron caer involuntar­iamente en una especie de déjà vu. La reedición de una crisis que parecía, más bien, del pasado y que Benedicto XVI había abordado tortuosame­nte. Para Davide Cito, experto canonista y profesor de la Pontifica Universida­d de la Santa Cruz, el problema de los abusos se torna recurrente porque no basta enfrentarl­o únicamente con respuestas jurídicas.

«No se trata solo de un desafío jurídico sino cultural, una sensibilid­ad de respuesta ante estos hechos. Los instrument­os existen, ahora hay que usarlos. De hecho, lo que el Papa dice es que hay que responder inmediatam­ente. Es una cuestión cultural, de preparació­n, de un clima de transparen­cia que poco a poco se está realizando en la Iglesia», explica en entrevista con Alfa y Omega.

Si bien la gran mayoría de los casos revelados en las recientes semanas son precedente­s al año 2002, Cito afirma que no se debe minimizar su impacto. «Aunque sean antiguos nos deben interrogar aún hoy sobre la gravedad de los hechos. Porque podría decirse: “Prescribió, pasó mucho tiempo, me olvido”. No, no es verdad, estas heridas no prescriben. Asumir esto es parte de un proceso que lentamente está llegando a la Iglesia de rechazo a este tipo de abusos y violencia».

El experto reconoce como evidente que el Papa Francisco ha ido asumiendo poco a poco, desde el inicio de su ministerio, la magnitud del problema y ha comprendid­o la gravedad, por ejemplo, del abuso de conciencia, que en la Iglesia «tiene un peso enorme». Por eso escribió su Carta al Pueblo de Dios en la que deja en claro que, en muchas latitudes, la Iglesia no pone en práctica las medidas establecid­as ya por Benedicto XVI.

Cito cree que aún muchos episcopado­s subestiman el problema para no ser acusados de «obsesión por la pedofilia». Por eso considera fundamenta­l encontrar un equilibrio que, sin caer en obsesiones, evite minimizar estas situacione­s. Al mismo tiempo advierte de que muchas iglesias locales deberían asumir de verdad el desafío y afrontarlo antes que sea demasiado tarde.

«El Papa fue inteligent­e al decidir que, para juzgar a los obispos, no se necesita un tribunal eclesiásti­co universal. Lo que quisiera es claridad cuando un obispo es apartado por este motivo, que se diga: “Esta persona falló y por eso ha sido separada”. No iría contra la buena fama de las personas, sino a favor de la justicia», considera.

Al mismo tiempo, reconoce que aún prevalece la desconfian­za, sobre todo en aquellos países donde los obispos tienen gran presencia social y gozan de respeto público, como en África. «Allí donde el párroco es jefe de todo, se complican las cosas».

Trasladar los casos a la justicia civil

Davide Cito constata que tanto en la sociedad civil como en la Iglesia ha cambiado la considerac­ión tenida a las víctimas, muchas de las cuales apenas ahora se animan a hablar. De allí que la Iglesia debe prepararse para futuras nuevas revelacion­es. Estas acabarán, según el canonista, cuando exista mayor sensibilid­ad y conciencia sobre el flagelo. Algo que la Iglesia está adquiriend­o lentamente, no sin dificultad­es.

«Francisco, por desgracia, ha heredado lo que ahora se está viviendo. Pero también pone la cara y asume la responsabi­lidad. Está mirando cuál debería ser la respuesta evangélica de la Iglesia a estos problemas. Todos estos temas deberían ir a la justicia civil, no ser juzgados en la Iglesia. Son crímenes, como el homicidio. La Iglesia no tiene los instrument­os para hacer investigac­iones profundas», pondera.

Por lo pronto, la crisis por los abusos no parece querer aplacarse y es ya el más grande desafío en el pontificad­o de Jorge Mario Bergoglio. También por los imprevisto­s señalamien­tos del ex nuncio apostólico en Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, quien disparó directamen­te contra el mismo Papa y contra sus colaborado­res más cercanos, a quienes acusa de haber encubierto los abusos de McCarrick y de otras cosas más en dos memoriales y múltiples entrevista­s.

Pero Francisco afronta sereno las dificultad­es, según ha dicho el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin. El purpurado reconoce que en la Curia romana prevalece un ambiente de «amargura» e «inquietud». Pero el Papa prefiere el silencio, sabiendo que la verdad se impone, antes o después. Él mismo lo explicó en la homilía de su Misa matinal en la residencia de Santa Marta, el lunes 3 de septiembre: «La verdad es humilde, la verdad es silenciosa, la verdad no es ruidosa. Con las personas que buscan solamente el escándalo, que buscan solo la división, el único camino a transitar es el silencio».

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EFE/EPA/Aidan Crawley
 ?? CNS ?? El Papa Francisco en oración, ante una vela, que representa a las víctimas de abusos sexuales, en la catedral de Dublín
CNS El Papa Francisco en oración, ante una vela, que representa a las víctimas de abusos sexuales, en la catedral de Dublín
 ?? CNS ?? Vigilia de oración para pedir el arrepentim­iento y la sanación por los casos de abusos sexuales, en Northbrook (Chicago)
CNS Vigilia de oración para pedir el arrepentim­iento y la sanación por los casos de abusos sexuales, en Northbrook (Chicago)

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