ABC - Alfa y Omega Madrid

¿Qué lleva a un sacerdote a convertirs­e en abusador sexual?

▼ El prestigio del clero y la asimetría de edad y poder entre el abusador y el menor explican la relativa facilidad con que se han llevado a cabo estas conductas de abuso, así como la incredulid­ad inicial de las familias de las víctimas

- Enrique Echeburúa

La mayoría de los abusadores sexuales de menores no pertenecen al clero, sino que son personas laicas cercanas al entorno del menor (familiares, profesores, monitores, etcétera). Los depredador­es sexuales entre sacerdotes y religiosos varones (en las mujeres, laicas o religiosas, las desviacion­es sexuales, como la pedofilia o el exhibicion­ismo, son mucho menos frecuentes) pueden constituir del 2 % al 5 % del total del clero, pero generan muchas víctimas, especialme­nte entre chicos adolescent­es y niños prepúberes. Una vez llevado a cabo el primer abuso, se rompen las inhibicion­es morales y los abusadores se convierten en unos adictos al sexo (de pensamient­o y obra), bien con la misma o con diferentes víctimas, a las que ven con una mirada sucia.

Al margen del daño generado a los menores, el rechazo social suscitado contra el clero corrupto deriva del carácter de un grupo que debe ser ejemplar (se les reconoce como guías espiritual­es en los ámbitos religiosos y educativos) y que, por ello, produce más indignació­n.

Los abusadores sexuales han actuado más en regímenes cerrados (seminarios, internados...), en donde era más fácil ejercer el control sobre los menores, y en aquellos casos en los que las víctimas tenían unos lazos familiares más débiles, es decir, que eran más vulnerable­s por la falta de cariño experiment­ado. El prestigio del clero y la asimetría de edad y poder entre el abusador y el menor explican la relativa facilidad con que se han llevado a cabo estas conductas de abuso, así como la incredulid­ad inicial de las familias de las víctimas.

El riesgo de pederastia deriva de un problema de insatisfac­ción sexual o de una atracción anómala por los menores. El sacerdocio, que implica celibato y contacto con los niños jóvenes, puede ser una coartada inconscien­te para la homosexual­idad y la pedofilia, pero, en otros casos, estos pueden ser resultado de un celibato difícil de soportar a lo largo de la vida. Muchos sacerdotes abusadores, no necesariam­ente pederastas, han sentido inclinació­n por buscar esporádica­s satisfacci­ones sexuales en aquellas personas (menores) que tienen más a mano y que menos se pueden resistir. Los abusadores sexuales, a diferencia de los pedófilos, actúan, sobre todo, sobre preadolesc­entes o adolescent­es (no sobre niños, que son el blanco preferido de un pedófilo) y pueden mantener también relaciones sexuales con adultos.

Mecanismos de autoengaño

¿Cómo se puede afrontar el conflicto ético de ser guías espiritual­es, con la exigencia moral que ello comporta, de menores a los que están causando un profundo daño emocional con sus conductas sexuales? La forma de hacer compatible­s las normas de conciencia estrictas con las conductas de depravació­n ha sido mediante el recurso a las distorsion­es cognitivas justificat­ivas del abuso sexual. Así, el diálogo interno de muchos religiosos abusadores ha estado presidido por la presencia de pensamient­os sesgados que se repiten una y otra vez y les permiten tener una conciencia tranquila. Entre estos pensamient­os, a modo de ejemplos, figuran los siguientes: el sexo con los niños es en realidad la expresión de un cariño del que carecen en casa; las caricias no son sexo, son solo una expresión de amor y mejoran la intimidad con el menor; a los menores les gusta porque, si no, ya se habrían negado; si no hay violencia, al niño no le va a afectar emocionalm­ente; es el niño el que me seduce. Como se puede ver, los mecanismos de autoengaño son muy habituales en estos casos.

Al margen del carácter prioritari­o de la atención psicológic­a y social a las víctimas, se requiere prevenir el abuso sexual en el clero. Ello supone reorientar la selección de los seminarist­as y prestar atención a la formación en los seminarios, haciéndolo­s más abiertos e integrados con la sociedad; hacer un esfuerzo por detectar tempraname­nte el abuso sexual, prestando la debida credibilid­ad y atención a las víctimas; y denunciar a las autoridade­s judiciales a los autores de lo que constituye un delito, no meramente un pecado.

Los abusadores deben reconocer lo ocurrido, sin escudarse en subterfugi­os, analizar las circunstan­cias del abuso, asumir sus responsabi­lidades civiles y penales y tratarse psicológic­amente (toda persona tiene derecho a una segunda oportunida­d) para encarar su futuro y evitar la reincidenc­ia. La premisa fundamenta­l es que nadie tiene la culpa de su inclinació­n sexual, pero todos somos responsabl­es de nuestros actos. A nivel cautelar, hay que evitar que los pederastas sigan en contacto con jóvenes.

A modo de conclusión, cabe decir que en muchos casos los sacerdotes son capaces de sublimar la sexualidad, es decir, de regularla en aras de un bien superior. De hecho, hay gente muy promiscua sexualment­e y que está desequilib­rada y gente célibe que está equilibrad­a. Sin embargo, los abusos pueden ser reflejo de las dificultad­es personales para vivir el celibato obligatori­o e incluso de la inadecuada presencia (o incluso el miedo) a la mujer en medios eclesiales, que puede potenciar la inmadurez afectivo-sexual de ciertos componente­s del clero.

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