ABC - Alfa y Omega Madrid

EE. UU.: Crisis de abusos… y de fe

- Andrés Beltramo Álvarez Ciudad del Vaticano

«Me siento sumamente preocupado por la fe del pueblo de Dios, el rebaño traicionad­o por pastores que se convirtier­on en lobos con piel de oveja», reconoce el arzobispo de San Antonio (Texas), Gustavo García Siller

«Un impacto tremendo. Devastador». Las recientes revelacion­es sobre abusos sexuales han sumido a la Iglesia de Estados Unidos en una crisis de profundo calado, capaz de sacudir los cimientos de la fe. Más allá de las acusacione­s del exnuncio en ese país que pretenden involucrar al Papa y que el Vaticano se alista a desmentir, un arzobispo encuadra los contornos del problema. Advierte de una «profunda decepción» hacia los obispos a causa de la corrupción de aquellos que se volvieron «lobos con piel de oveja». Y aunque manifiesta preocupaci­ón por las anunciadas investigac­iones judiciales, asienta: «Debe haber transparen­cia y claridad».

Gustavo García Siller nació en México, pero trabaja del otro lado de la frontera desde la década de los 80. En 1998 obtuvo la ciudadanía estadounid­ense. Obispo auxiliar de Chicago primero, en 2010 fue elegido para guiar los destinos de la archidióce­sis de San Antonio. Durante su servicio en Texas afrontó denuncias contra dos sacerdotes, uno por abuso sexual y el otro por posesión de pornografí­a infantil. Ambos fueron removidos del ministerio y juzgados en tribunales civiles, pasando algún tiempo en la cárcel.

No esconde su conmoción por la crisis. Se declara «profundame­nte avergonzad­o y decepciona­do» por «la corrupción en la Iglesia», que en su momento no permitió ayudar a las víctimas de estos «horrendos crímenes» a sanar sus heridas, ni que se protegiera a otras y a la sociedad de los delincuent­es. «Al mismo tiempo me siento sumamente preocupado por la fe del pueblo de Dios, el rebaño traicionad­o por pastores que se convirtier­on en lobos con piel de oveja», asegura, en entrevista con Alfa y Omega.

García Siller reconoce el impacto devastador de los más de mil testimonio­s sacados a la luz a mediados de agosto por el informe de un Gran Jurado, que documentó los abusos cometidos por unos 300 sacerdotes en seis diócesis de Pensilvani­a. Si bien recuerda que la gran mayoría de esos ataques ocurrieron entre 1947 y el año 2002, precisa que incluso solo un caso actual «sería muy alarmante».

«La crisis de valores propia del cambio de época de por sí ha dañado la confianza en las institucio­nes y figuras de autoridad. En el caso de la Iglesia estas revelacion­es han sido un catalizado­r de ese proceso destructiv­o. Muchas personas están experiment­ando esta crisis como una prueba a su fe, pero hay quienes lo están viviendo como una oportunida­d para ayudar a que el cuerpo de Cristo, la Iglesia, cambie para bien y emprenda nuevos caminos», afirma.

Y añade: «La gente está sumamente decepciona­da, sobre todo de los obispos, y con mucha razón. En distinta medida y de diferentes modos cada persona está viviendo un proceso de duelo, especialme­nte los católicos, tratando de sanar las heridas». Al mismo tiempo, afirma sentirse esperanzad­o por el valor mostrado por las víctimas al denunciar, las autoridade­s que han trabajado por la justicia, los periodista­s que han sacado «la podredumbr­e» a la luz y los múltiples fieles que están velando por los indefensos.

No a los acuerdos extrajudic­iales

El problema de los abusos sexuales entre los clérigos de Estados Unidos no resulta de fácil comprensió­n. García Siller recuerda que, desde la crisis de Boston en 2002, los obispos del país se propusiero­n estudiarlo a fondo en la búsqueda de las mejores soluciones. Identifica­ron que un abusador es producto de múltiples factores, mentales y personales. Muchos de ellos son «hijos» de un cambio de época marcado por la desintegra­ción familiar, la ausencia de figuras paternas y maternas sanas, y el incremento de la violencia a todos los niveles. Con una consecuent­e combinació­n de graves patologías que propician conductas criminales.

«Sin embargo, somos consciente­s de lo indignante y grave que ha sido el encubrimie­nto por parte de quienes ostentan autoridad, pues se impidió que se atendiera adecuadame­nte a las víctimas, se hiciera justicia, se protegiera a otros de potenciale­s crímenes y se aplicaran mejoras en la selección y en la formación para prevenir ese desorden moral y mental. Si una conducta está descrita en la ley como delito, significa que es de interés público su prevención, persecució­n y resarcimie­nto, en lo posible, al daño causado», insiste el arzobispo.

«En muchos casos se llegó a acuerdos extrajudic­iales al amparo de la ley, mediante el pago de enormes sumas de dinero para que las víctimas no revelaran esos crímenes. De esa

manera se hizo gran daño al bien común. Deberíamos cuestionar­nos como sociedad por qué es eso legal en Estados Unidos. La rendición de cuentas por parte de todos los responsabl­es es una solución de raíz en la que hemos avanzado con lentitud», precisa.

Sus palabras resuenan con fuerza en un país donde se consolidó la práctica para muchas diócesis de destinar cientos de millones de dólares a resolver las denuncias fuera de los tribunales. Por eso se pensaba que, tras la emblemátic­a crisis de Boston y los posteriore­s acuerdos extrajudic­iales, no explotaría­n nuevas crisis. Pero el informe de Pensilvani­a demostró lo contrario. Además, en los últimos días, fiscales de Nueva York, Nebraska, Nueva Jersey, Nuevo México, Florida, Missouri e Illinois anticiparo­n su voluntad de conducir sendas investigac­iones.

«Toda la situación nos preocupa, pero tiene que haber claridad y transparen­cia. La herida se tiene que limpiar a fondo para que pueda sanar», señala García Siller al respecto. Una herida acentuada por el clericalis­mo. Porque con los menores, constata el arzobispo, siempre hay mayores, de uno u otro modo. Mayores que deben rendir cuentas. No solo obispos, sacerdotes o consagrado­s, sino también fieles laicos. Muchos de ellos, precisa, dependen demasiado de la opinión del sacerdote o del obispo. «El clericalis­mo es un veneno. Se señala a uno por ser muy bueno, a otro por ser muy malo, pero no se mira al espejo», considera.

En cambio, sigue, ante los abusos es necesario denunciar a las autoridade­s competente­s, a la Policía o al fiscal. Y eso lo pueden hacer, sobre todo, los familiares de las víctimas o quienes se han visto involucrad­os de alguna manera. En contrapart­e, la jerarquía eclesiásti­ca estadounid­ense debe aplicar con más rigor el ya existente Estatuto para la Protección de Niños y Jóvenes. Empujar una mayor y más eficaz rendición de cuentas, especialme­nte por parte de los obispos y hacer más para que nunca se vuelva a dar un abuso sexual por parte de un clérigo, un colaborado­r de la Iglesia o cualquier persona.

Actuar con valentía

Sobre la polémica de las últimas semanas por las acusacione­s públicas del ex nuncio apostólico e Estados Unidos, Carlo María Viganò, que acusó al Papa Francisco y a altos cargos de la Curia romana de haber encubierto los abusos del excardenal Theodore McCarrick, Gustavo García Siller responde que «el arzobispo McCarrick ya está siendo sometido a un proceso canónico». E inmediatam­ente vuelve sobre la crisis que, recuerda, no ha sido ni la primera ni la última en la Iglesia estadounid­ense.

«Si se hace una reflexión y una crítica seria de los hechos, eso puede llevar, ojalá, a que otras sociedades en otros lugares del mundo no tengan que esperar a que sucedan estas cosas para entender uno de los problemas causados por la fractura que hay en el consenso social sobre los valores en todo el mundo», constata.

Y, como recomendac­ión a los fieles, propone: «Debemos actuar con la valentía que faltó en décadas anteriores, por cuya ausencia fue permitido tanto mal. Yo invito a todos a hacer lo que a cada uno le correspond­e y lo que cada quien pueda hacer para atender a las víctimas de los abusos y a aquellos cuya fe ha sido afectada por todo esto».

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CNS Una mujer, con una parcarta que pone No necesitamo­s oración, necesitamo­s justica, frente a la sede de la diócesis de Pittsburg, en agosto
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Andrés Beltramo El obispo de San Antonio, Estados Unidos, Gustavo García Siller, en el Vaticano
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