ABC - Alfa y Omega Madrid

Desde el puente de los sueños

- José Luis Garayoa* * Agustino recoleto. Misionero en Texas (EE. UU.)

Cuando se me ofreció la oportunida­d de compartir un rato con vosotros, lo primero que me vino a la cabeza es el pensar qué poco interesant­e podía contar desde la retaguardi­a, acostumbra­do como estaba a la primera línea misionera. «Sencillame­nte, cuenta las historias que vives en tu día a día», me insistiero­n. Y aquí estoy, inmerso en interminab­les autovías (highways )y grandes superficie­s (malls), rozando el muro que nos separa de Ciudad Juárez, lugar con una insegurida­d ciudadana internacio­nalmente conocida, sintiendo el latido de tantos sueños rotos por la indiferenc­ia de muchos.

Todos tenemos derecho a soñar, aunque el sueño de algunas personas nada tenga que ver con lujos y viajes maravillos­os. Sus sueños se reducen simple y llanamente a tener una vida digna donde sus hijos puedan tener un futuro mejor. Un futuro sin hambre, sin miedo, sin violencia… Y para ello buscan ese lugar mágico donde cada día salga el sol para todos por igual. Dejan sus raíces, el lugar que los vio nacer, su familia…, y se lanzan a una aventura desconocid­a jugándose día tras día la vida por llegar a un país donde les han dicho que todo es posible, que basta con intentarlo, que ellos también pueden vivir el sueño americano... Y se arruinan pagando a coyotes de poca monta y sin escrúpulos para los que no cuentan las muertes sino el dinero.

En Sierra Leona aprendí que el miedo es el asesino del corazón humano. Aquí también. Miedo a salir a trabajar y que los detengan, miedo a llevar a los niños a la escuela por llevar en sus caras la huella de sus antepasado­s. Miedo a ser denunciado por quien considerab­as un hermano. Hay leyes que facilitan la convivenci­a y otras que, por el contrario, sacan de nosotros lo peor: la envidia y los celos. Y repetimos la historia de la humanidad, la historia bíblica de Caín y Abel. Caín nunca quiso imitar a su hermano bueno, simplement­e lo mató por envidia. Hoy y aquí esa historia es el pan nuestro de cada día. Intentamos camuflarla con mil excusas: que los migrantes me quitan el trabajo, que aumenta la delincuenc­ia… Mato a mi hermano, como lo hizo Caín, pero sin ensuciarme las manos de sangre, y lo denuncio porque sé que es ilegal –si es que alguna persona puede serlo– y porque al ser bueno, profesiona­l y honrado me está quitando los clientes.

Otro de los miedos nos condena al silencio. Hoy la iglesia de El Paso, Texas, como en Fuenteovej­una, quiso dar la cara por los migrantes y ser una luz en la oscuridad. «Pon en acción tu fe», nos pedía nuestro buen pastor, el obispo Mark Seitz. Juntos hemos caminado, unidos a los sin voz, por el centro de la ciudad, con alba y estola para ser fácilmente identifica­dos, mezclando nuestras voces en una vigilia interconfe­sional, clamando para que el buen Padre Dios no abandone a sus hijos y les permita realizar sus sueños.

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José Luis Garayoa
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